Galicia on the rocks

Xunta de Galicia. / Mundiario
Xunta de Galicia. / Mundiario

Feijóo desperdició todas las opciones de innovación que el mundo en crisis ofrecía a los luchadores. Decidió sacrificar las locomotoras y subir a Galicia de nuevo en un coche-cama para los más perezosos y bon vivant. Las consecuencias de su pasividad fueron mucho más visibles que las consecuencias de la crisis.

Es bien cierto que todo en este mundo es relativo. Y también que no se consuela quien no quiere. De estas máximas derrotistas y cínicas sabemos un trecho los gallegos. La Historia -la nuestra, sin necesidad de mandar el balón a las leiras- se resume como una larga sucesión de sumisiones a una y otra forma de poder. Cambian siquiera las estructuras externas y el libro de legitimaciones, pero incluso permanecen las familias, familias eternas que uncen sus apellidos a la peor opresión feudal, caciquil y finalmente parademocrática: señores que disponen y siervos que trabajan, caciques que humillan y campesinos que trabajan, políticos que saquean y ciudadanos que trabajan. Nuestra Tierra Madre ha perdido en el laberinto de su ignorancia y sumisión la oportunidad de alcanzar su propio desarrollo. Somos un pueblo sin sueños y si alguno tenemos nada tienen que ver con la libertad y el bien general, nada con el futuro común y el desarrollo nacional, sino más bien con la supervivencia de nos y de nuestras propias familias. Hasta ahí retorcieron nuestras almas: hasta hacerlas precavidas y temerosas. La ambigüedad fue el único artilugio defensivo que los gallegos parimos en toda nuestra vida. Eso y la emigración, vestigio de raza de la que debemos sentirnos orgullosos. Y digo la gente común, no los canallas que nos arrojaron en la necesidad, sino aquellos que con valor legendario enfrentaron el vacío de ultramar buscando una oportunidad de vivir con dignidad. Por todos ellos sonarán eternamente as campanas do pomar.

Y he aquí que estamos en las mismas. En esta Galicia sin relojes. Varados en el fondo de nuestras rías. Fragas, Baltares, Feijóos y Rajois... Personalmente no tengo nada contra ellos. Algunos hasta me resultan simpáticos. No me digan que no es un encanto Mariano con sus trabalenguas imposibles y su selecta oratoria al estilo de la escuela clásica de Chiquito. En fin, bajo la bota del neocacique nuestras aldeas se vacían hasta morir, los bosques se queman abandonados en el monocultivo capitalista por excelencia: barato de plantar, rápido de talar, de alto beneficio económico y con externalidades ambientales caníbales. Deberían llamarle eucalyptus criminalis. ¿Para qué vamos a desarrollar nada si va solo? Pero destruye el equilibrio medioambiental. ¿Para qué vamos a desarrollar nada si va solo? Les dan igual cuantos estudios científicos les aporten los técnicos. ¿Es rentable? ¿Va solo? Pues adelante caiga quien caiga. De ahí no pasa la planificación del futuro por parte de la Xunta.  

La industria emigra casi tan deprisa como el obrero. Y no hablemos de los puertos fariñeiros, perdón, mariñeiros: la mar se hunde en la iniquidad de los negociadores de cuotas y los poderosos carteles

Por otro lado la industria emigra casi tan deprisa como el obrero. Y no hablemos de los puertos fariñeiros, perdón, mariñeiros: la mar se hunde en la iniquidad de los negociadores de cuotas y los poderosos carteles. La leche es la leche menos para nuestros ganaderos que es la ruina, ganaderos vendidos como perros a las multinacionales. Los ciudadanos no consumen porque non teñen cartos y el comercio sucumbe sin que nadie le diga como reorganizarse para competir contra las cadenas multinacionales y el dichoso Amazon, y los que tienen dos euros se los deben a unos bancos que ya no son gallegos sino venezolanos; los astilleros agonizan construyendo barcos de papel mojado firmados por Don Nadie en vísperas de unas elecciones cualquiera; la sanidad se muere sin oxígeno y enganchada a unas empresas privadas que la vampirizan, transformando el presupuesto de nuestros tratamientos y servicios en beneficios contables para sí mismos; la cultura se reduce al esperpento de Luar y la Ciudad Fantasma de su Alteza el Rey Manolo; la Universidad envejece sin nuevos profesores, los médicos se jubilan después de muertos, los maestros de escuela pública de ser un orgullo republicano -e incluso nacional- llegarán a este ritmo a ser un lejano recuerdo…

Nos hundimos en la iniquidad de Alberto el pasivo, para quien todo es relativo. ¿Y por qué digo esto? Vamos al caso: la prensa libre nos vende de forma recurrente la gran proeza de Feijóo. Díganme que no leyeron antes los siguientes titulares: “Tras diez años, la economía gallega está igual que antes de la crisis”. ¿En serio? ¿Estamos igual que hace diez años? Me embarga la emoción. Lo juro. Da tanta grima que gusta repetirlo: estamos igual que hace diez años. Esto quiere decir, exactamente, que Alberto no movió un dedo, que el mundo sacó de la crisis a Galicia, que lo que la marea se llevó la marea lo devolvió, pero encima con muchos años de retraso y si fuera poco, para rematar, sin reparto: todo para las clases más altas de la sociedad. Los demás a la cola del paro o a cobrar seiscientos euros de becario tras largos años de estudio.

Nadie nos iba a decir que aquel joven y pulcro Conde-Duque, Alberto Núñez Feijóo, aspirante a la Presidencia de la Xunta Galicia en aquel lejano 18 de abril de 2009, iba a ganar las Elecciones sin despeinarse, pero mucho menos imaginamos que las ganaría para dejar las cosas como estaban. No tiene nada de extrañar, instalado Feijóo en este estilo de gobierno a la defensiva que apuesta a que los otros apuesten y esperar a que pierdan. ¿No es conservador? Pues se conserva. Y tan joven. Si lo supiera Dorian Gray. Me gustaría saber con quién cerró el trato para que su carencia de proyecto, su cansancio y hartazgo no le afecte a su imagen. ¿Cómo será realmente cuando se mira el espejo? Sospecho que sus aliados no son tan oscuros y habría que buscarlos en Occidente, en atardeceres tan claros como la nieve. Y ya puestos a darle vueltas a la cosa, me pregunto, ¿por qué no lo querrán en Madrid?

En fin, Feijóo desperdició todas las opciones de innovación que el mundo en crisis ofrecía a los luchadores. Decidió sacrificar las locomotoras y subir a Galicia de nuevo en un coche-cama para los más perezosos y bon vivant. Las consecuencias de su pasividad fueron mucho más visibles que las consecuencias de la crisis. Vivimos en una sociedad desencantada. De alguna forma ausente de su decurso y ajena a un futuro que se muestra incierto y lóbrego, sin planes, sin objetivos, sin metas. La sociedad gallega carece de sociedad civil. No hay vida tras los muros bien vigilados de la Xunta de Feijóo. Nos dejó fuera agonizando. Como aquel cuento de Alan Poe, “La peste roja”, el Conde-Duque de Xaveremos danza con su corte clientelar soñando que la muerte –la crisis- no les afectará si la ignoran. Aquel romántico cuento termina muy mal para el Conde-Duque, pero el nuestro acabará de otra forma: los apestados seremos todos nosotros, pues sepan que la peor peste de nuestro siglo será la pobreza.

Esta es la Galicia del esperpento, de la risa continua y el adiós para siempre adiós. Es la Galicia de hace diez años. Que se entere Europa entera. Que lo sepa Alemania y se muera de envidia: ¡Galicia está igual que hace diez años! Que se entere el gabacho Macron: ¡Galicia en diez años quieta parada! Que manden un telegrama urgente al laborioso Portugal: ¡Galicia llega, tras diez años, al punto de partida! ¡Lo hemos conseguido! ¡Alberto lo ha conseguido!

La verdad es que los portugueses deben de estar muertos de risa con nosotros: nos quitan el trabajo, se llevan las empresas auxiliares del automóvil, desguazan la industria gallega...

La verdad es que los portugueses deben de estar muertos de risa con nosotros: nos quitan el trabajo, se llevan las empresas auxiliares del automóvil, desguazan la industria gallega y se la llevan a cachitos, multiplican su productividad y riqueza, sanean la balanza de  comercio exterior, elevan su reconocimiento mundial por el éxito de su sociedad y su economía, nos mangan nuestros mejores trabajadores educados en nuestras universidades con nuestra pasta y cuando miran hacia Galicia nos ven celebrando que estamos como hace diez años. ¡Olha isso!

No. No es esta la Galicia que soñamos en la Transición: algo huele mal en Galicia. Con todos nuestros complejos y contradicciones el Pueblo Gallego no es tonto, ni ignorante y su paciencia tendrá un fin antes que después. El camino no es reducir el gasto público aunque cueste la vida a alguien, publicar un amago de plan forestal cuando el monte arde como el Infierno, hablar de industria cuando ya no quedan más que las grandes empresas de siempre, de autónomos y emprendedores cuando hace años que se fueron, como nuestros padres, a Frankfurt. No podemos confiar en un Gobierno que habla de envejecimiento de la sociedad en una partida de petanca y otra de dominó. No podemos soportar más a un Gobierno que siempre llega tarde a su cita con la realidad. Necesitamos un Gobierno que tome las riendas, que enfrente esa realidad antes de que chova, que asuma nuestras necesidades y complejas idiosincrasias para trazar un plan que nos sitúe rápidamente en el siglo XXI, en el siglo de la máquina robótica y la inteligencia artificial, del big data, de la mejora continua y la innovación perpetua, la ingeniería genética, el blockchain y las finanzas del futuro, en el siglo de la economía sostenible y la energía verde… Necesitamos a alguien con visión de futuro y grandes planes estratégicos en la cabeza. Necesitamos alguien con conocimientos para idear y dirigir. Alguien con una potente astronomía del bien común. Necesitamos cambiar. Y ya. Haciendo lo de siempre, esperar, no vamos, Sr. Presidente, sencillamente caemos.

Antonio Gala nos dijo que “Los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha”. En Galicia hay que echarlos. Así son las cosas. @mundiario

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