La fuga de Puigdemont a Bélgica ulcera las filas secesionistas

Carles Puigdemont en Bruselas. / TV
Carles Puigdemont en Bruselas. / TV

La imagen de Puigdemont en Bruselas, con el solo amparo de un partido nacionalista de ultraderecha y negociando la minuta de su defensa con el abogado de militantes de ETA, ulcera las filas del secesionismo y decepciona a gran parte de su electorado.

La fuga de Puigdemont a Bélgica ulcera las filas secesionistas

Desde que en Cataluña los secesionistas abandonaron sus cavernas para devorar la legalidad, todo cuanto sucede en el circo político de aquella comunidad se asemeja a un remedo escénico mezcla de tragicomedia y vodevil. Drama y burla en un escenario vacuo e inseguro, al que el Gobierno de la nación se ha visto forzado a subir de lado, con pies de plomo y con el billete de vuelta en la mano con fecha de 21 de diciembre.

Es tan compleja la circunstancia y tanto el pavor que, salvo la determinación implícita en el artículo 155 y el escrito de acusaciones de la Fiscalía General de Estado, casi todo lo demás se centra en poner vendas sobre las heridas de una comunidad autónoma que ha estado regida por un nacionalismo siempre impostor y ahora golpista.

Al presidente Rajoy le habría gustado ocupar todos los espacios que han sido durante años despacho y pasto del generalato independentista y su tropa, pero no le cuadraban los recursos, el tiempo ni la compañía. A fin de cuentas, el enemigo venía engordado de lejos y no se limita a una legión envalentonada y decidida a cambiar durante su mandato el curso de la historia. Sabe que detrás de ésta vendrán más. Su reto es tan cortoplacista que no quería ni verlo. Pero no ha tenido más remedio.

La artillería de Puigdemont disparó a la Carta Magna y el Rey tocó a rebato: ¡Joder, presidente! Y los ministros: “Sí, pero hasta cuándo”. La llaga del “cuándo” la cerró la última noche de insomnio: “Desde ahora y hasta el 21 de diciembre”. Suerte de ofensiva legal que en solo una acometida ha incendiado la proclamada república de broza, ha descabalgado a sus patéticos mandos de sus jamelgos de cartón, ha repuesto la bandera de España en los mástiles de Cataluña, ha citado a los catalanes en las urnas de la democracia y los señalados por la Fiscalía se sentarán esta semana ante el juez.

Solo la fuga a Bélgica del histriónico caudillo de los rebeldes y cinco de sus lugartenientes ha supuesto un impacto negativo en la opinión pública. Sin embargo, este hecho, que internacionaliza el ridículo y la afrenta, no parece haber causado mayor empacho al Gobierno. Todo indica que los excursionistas llevaban en su equipaje a un agente del CNI.

La imagen de Puigdemont en Bruselas, con el solo amparo de un partido nacionalista de ultraderecha y negociando la minuta de su defensa con el abogado de militantes de ETA, ulcera las filas del secesionismo y decepciona a gran parte de su electorado. El ex president corroboró, durante su comparecencia en la capital europea, que los dirigentes independentistas eligieron en su día al peor líder posible. Sabían que era maleable y obediente, pero no creían que fuera aún más farsante que ellos.

Comparezca o no mañana en la Audiencia, el tardará años en volver a Placa del Vi, su restaurante preferido en Girona.

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