Fue en Montevideo donde Castelao habló del jugo, de la savia, del zumo de su tierra

Escultura de Castelao en la Plaza del Humor, en A Coruña.
Escultura de Castelao en la Plaza del Humor, en A Coruña.

Galicia es una tierra húmeda en su casi total extensión y, a pesar de su olor característico, no propicia la aparición de nuevos brotes (verdes), ironiza este comentarista.

Fue en Montevideo donde Castelao habló del jugo, de la savia, del zumo de su tierra

Galicia es una tierra húmeda en su casi total extensión y, a pesar de su olor característico, no propicia la aparición de nuevos brotes (verdes), ironiza este comentarista.

   

Uno de cada cuatro niños siente el rugido del hambre. Y esta solo se mitiga gracias a las comidas que todavía se sirven en los colegios públicos. Estamos volviendo al caldo de berzas, patatas  y fabolas en las aldeas, para engañar los estómagos del mismo modo que los engañaban nuestros padres en la postguerra.

En las ciudades los niños carecen de berzas, de patatas y de fabolas; acostumbrados como estaban a la hamburguesa y la pizza que ya pocos padres pueden comprar para ellos pierden el norte en el interior de un frigorífico lleno de nada. Es decir: los niños del rural no pasan hambre, aunque echen de menos determinados "lujos" que antes se permitían; pero es que los niños urbanitas carecen de los recursos que a mano tienen los de  la aldea. El pequeño huerto marca la distancia entre unos y otros. Por eso se roba parte de lo que en la aldea se cultiva. No es para vender, es para comer. Se encuentran, sin embargo, con que no hay dinero para pagar la electricidad con la que funciona la cocina, el horno, el calentador; ni para pagar el gas ciudad, o el butano... y lo que el padre roba para que coman sus hijos no puede ser, en muchos casos, guisado, cocinado en una casa hipotéticamente -¡ay, la hipoteca!- suya que de tal tiene camas, paredes y vestigios de un tiempo próximo y a la vez tan lejano en el que incluso se celebraban los cumpleaños y se encendían velas alusivas al aniversario.

Esta es la Galicia y la España del siglo XXI que un día volverán a los brotes verdes (no pueden ser de otro color) de verdad. Brotes nacidos de un tierra farturenta cuyo jugo o zumo (zume) permita recordar a Castelao y su voz de tenor rianxeiro reclamando para los hijos de la misma aquello que se les negaba por culpa de una guerra que aquí, en Galicia, se combatió con lágrimas, sudarios, berzas, patatas y fabolas (habas de buen tamaño, no siempre aceptadas en los mercados).

El olor de tierra húmeda puede no gustar, pero a uno, junto con el de la hierba recién segada, le trae a la memoria tiempos en los que esa humedad hablaba de fartura, de seguridad en la cosecha próxima, de que volvería el trigo, el maíz, la patata, el centeno, la avena, el repollo, la berza... y, con un poco de suerte, el conejo, el pollo y el cabrito para la fiesta del patrón.

En la costa tampoco faltó nunca la faneca, la xarda, el jurel, la xouva o la sardina con los que ir dando pasos a una nutrición siempre deficiente. Pero tampoco hoy dispone el niño del pueblo costero de los mismos peces que entonces entraban gratis en casa dado que eran la chona, el changüí o a parte de aquel que servía a un armador muchas veces, además, patrón.

Le duelen a uno las cuadernas del cuerpo cuando lee o escucha los datos de organizaciones serias que proclaman la existencia de hambre y umbrales de pobreza en nuestro niños, los de esta etapa dura que hay quien se empeña en decir que no es tan mala (para los que pueden llevar un sueldo a casa, probablemente no; pero que se lo pregunten a aquellos que ya ni tiene esperanza de encontrar trabajo por su edad y a los que el sistema imperante les deja sin subsidio -subsidio, sí, aunque duela la palabra- para poder comer al menos una vez cada día.

La tierra húmeda ofrece ya pocas expectativas de vida nueva, por más roja que sea la corbata del más importante banquero del país.

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