Feijóo mide sus pasos hacia Génova, con la corrupción y la alianza de Vox de por medio

Alberto Núñez Feijoo, Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Juanma Moreno, en la convención nacional del PP en Valencia. / Twitter
Alberto Núñez Feijoo, Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Juanma Moreno, en la convención nacional del PP en Valencia. / Twitter
Lo preocupante para la democracia en España es que quienes pretenden un arreglo de los conflictos internos del PP corren el peligro de, más que un arreglo, estar buscando un apaño.
Feijóo mide sus pasos hacia Génova, con la corrupción y la alianza de Vox de por medio

Ante todo, debo advertir de que este artículo ha tenido que escribirse tratando de interpretar cada movimiento –a cual más contradictorio– en el proceso de los cinco días en los que el Partido Popular ha vislumbrado su derrumbe, y no parece tener aún una hoja de ruta coherente o fiable para tratar de salir del barrizal en el que se encuentra atrapado.

Núñez Feijóo parece haber encontrado, por fin, su camino para llegar a presidir el PP. Primero afirmó claramente que el asunto del irregular contrato con el hermano de Ayuso “se estaba gestionando mal”, apuntando sus dardos hacia Casado. Ejercía un sibilino “ni quito ni pongo rey…”, que deterioraba a su principal obstáculo político en sus intenciones de tomar Génova.

Mientras Casado ha demostrado su falta absoluta de estrategia política, y su inconsistencia, enzarzándose en la bronca con Ayuso y perdonándole el sábado lo que el viernes consideraba una grave corrupción, los barones se han ido poniendo de acuerdo para apagar el fuego a cualquier precio. En ese acuerdo Feijóo es el que se encuentra más seguro, porque no tiene el aliento de Abascal en su cogote, debido a que en Galicia la extrema derecha ni está ni, al menos por ahora, se la espera, y porque no tiene de inmediato ni que ir a elecciones ni que gestionar los resultados de ninguna.

Creciente envalentonamiento

Por ello ha capitaneado el diálogo entre los restantes aterrados barones, y ha llegado a plantear la dimisión o cese de García Egea, y se ha atrevido a señalar el horizonte de un congreso extraordinario (“no en meses, sino en días”), que significa el relevo de Casado. Y en las últimas horas –viendo la resistencia de Casado, que trata de atrincherarse tras sus fieles y la estructura que controla– se ha lanzado a exigirle directamente la dimisión, sin haber exigido de Ayuso más contrapartida que la de conformarse con la presidencia madrileña. Sin tener en cuenta que ése es el nido de donde ha salido no sólo el contrato irregular, origen de todo el embrollo, sino la orquestada campaña de prensa, resaltando el victimismo de Ayuso frente a las torpes maniobras del equipo de Casado, que en lugar de atajar por lo sano el impresentable contrato con un amigo de la infancia, ha pretendido utilizarlo como chantaje.

Feijóo ha encontrado por fin su oportunidad. Y seguro que no ha hablado solamente con los barones, sino que habrá pulsado el parecer de los poderes fácticos del PP (léase entre ellos Aznar), y algunos de fuera del PP. Por eso ha pactado con Ayuso. Pero no ha tenido en cuenta que el aún presidente de su partido, y hablando como tal, ha acusado públicamente a Ayuso de corrupción y de tráfico de influencias, con datos y con razonamientos muy lógicos, argumentando que, cuando menos, debería haber tenido la decencia de abstenerse en la votación a favor del contrato con la empresa de la que –por el objeto mismo del contrato– cobró su hermano. Son acusaciones graves que, de probarse, le restarían credibilidad a Núñez Feijóo en su pacto con Ayuso. Porque no se puede ser árbitro de una situación utilizando una balanza trucada.

Peligros de futuro

Aunque tal vez no ha valorado ni la volatilidad, ni la ambición, ni la capacidad de maniobra, ni su hipocresía política, ni el apoyo de Aznar (y la capacidad de mentir de este personaje), ni la inclinación a entenderse con la ultraderecha, que tiene Ayuso: eligiendo una vía que estratégicamente quizá no le convenga. Y –lo que es peor– pasando por alto algo grave, a lo que en el PP tradicionalmente no suelen darle ninguna importancia: la corrupción y la connivencia y alianzas con Vox.

Lo preocupante para la democracia en España es que quienes pretenden un arreglo de los conflictos internos del PP corren el peligro de, más que un arreglo, estar buscando un apaño. Porque de línea política ni han hablado. Por lo cual, Ayuso continuará en connivencia con Vox, Mañueco podría pactar su gobierno con Vox (quince minutos ha durado su reunión con Luís Tudanca, pues la dio por acabada cuando éste le habló de corrupción), y más que una solución parece que se conforman con una tregua, mientras Abascal ensayará, o recibirá como dádiva, el sorpasso.

Si es así, Núñez Feijóo estaría defraudando la capacidad táctica que se le suponía, eligiendo un destino personal al estilo del “reina por un día”. A no ser que quiera jugar una baza aún más peligrosa, como es la de seguir la deriva cada vez más derechista para competir en ese terreno con los de Abascal, o para terminar llegando a una confluencia de refundación que supondría una amenaza para la democracia española. De ese modo haría buena la sentencia que le escuché a un dirigente del PP en la que afirmaba que el oportunismo de Feijóo (eran palabras del interlocutor) le permitía acomodarse a cualquier ideología, porque en realidad él no tenía ninguna.

Cabe la posibilidad de que haya valorado que, con todo este asunto, Ayuso deba conformarse con conservar Madrid (seguro que se lo han jurado, cruzando los dedos tras la espalda), y que, llegado el momento del congreso, carezca en el conjunto del partido de los apoyos que hasta ahora parecía tener. Eso es lo que parece que acaba de pactar con la presidenta de la Comunidad de Madrid, y por eso quiere anticipar al máximo el congreso. Pero posiblemente no calibre algunas realidades que hacen peligroso el pacto.

Circunstancias objetivas imponderables

Por un lado, que la movilización madrileña del domingo no era sólo una oposición a Casado, sino un apoyo de futuro a Ayuso, y un precedente rotundo de lo que sus mentores, llegado el momento, están dispuestos a desplegar en su apoyo por toda España.

Por otro, que –dado que el PP no piensa en medir distancias con Vox– es Ayuso quien más se parece al original del populismo, tanto por su falta de escrúpulos democráticos como por su desparpajo simplista y sus prácticas políticas marrulleras. Y, por tanto, que el futuro será la mejor colocada para dirigir un proceso de primarias, en un contexto en el que (según se está demostrando) carecen de una propuesta política alternativa a la que han venido siguiendo para disputar a Abascal los espacios de la derecha.

Este cúmulo de consideraciones es el que, quizá, trunque una vez más el intento de Núñez Feijóo de sacar los pies del plato. Y si no es así, será la cadena que le ate a decisiones políticas futuras que no son las que teóricamente se esperan de él.

En todo caso – lo haga o no– es preocupante que, en su opción política ante la actual crisis, compartida la semana pasada con otros barones del PP, no entre en juego la decisión de consolidar la estrategia de un Partido Popular que apueste con toda claridad por ocupar el espacio de una derecha (o centro- derecha) claramente circunscrita al ámbito constitucional, ideológicamente desmarcada de las tentaciones ultraderechistas, y decididamente volcada a abandonar el camino de la corrupción. Porque eso es todo lo que necesita el PP para recomponer su credibilidad como partido de gobierno.

Por lo pronto, Núñez Feijóo ha llegado a contemplar la cuadratura del círculo: intentar esas vías, pero mantener, por si acaso, su refugio de Galicia: un signo del incierto futuro que le ve a su ya casi inevitable presidencia del PP. Y algo que, según avanzan los acontecimientos, es cada vez más imposible. @mundiario

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