La falta de sinceridad dificulta pactar un Gobierno

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Sánchez ha laminado con puño de hierro a los díscolos. Sin embargo ha declinado usar su liderazgo para buscar la única solución posible al actual callejón sin salida: el acuerdo con el centro-derecha.
La falta de sinceridad dificulta pactar un Gobierno

La pasada semana todo el país fue testigo de lo que no debió de ocurrir: un enfrentamiento directo y personal entre dos dirigentes de la izquierda llamados a entenderse. Que uno de ellos fuese Presidente del Gobierno, produce bochorno. Que Iglesias mostrase su perfil más zafio mendigando competencias como en una almoneda y retirándose en favor de su pareja en la vida familiar y en la política, sólo fue una astracanada propia de quien, con el aplauso de los suyos, ha creado un partido de corte peronista y familiar.

Parece difícil recomponer esa alianza, por la que Sánchez muestra escaso interés. Durante los últimos días se ha intensificado la presión sobre PP y Ciudadanos para que se abstengan a cambio de nada, una curiosa forma de plantear los problemas que probablemente no tendrá mucho recorrido. En realidad, se les pide que se abstengan para que se produzcan alianzas como en Navarra o la que anuncia ERC, bien que ésta última esté acotada en el tiempo, hasta que se dicte sentencia sobre los dirigentes separatistas encausados.

En consecuencia sólo una oferta de acuerdos firmes con los partidos citados, puede salvar la investidura. Rivera no parece estar interesado en ninguna forma de acuerdo, algo muy sorprendente en quien hace sólo tres años firmaba un extenso acuerdo con el PSOE. El PP ha ofrecido acuerdos puntuales sobre una batería de asuntos, calificados pomposamente “de Estado”. Se trata de una oferta tramposa, pues en varios asuntos las posiciones más que diferentes son antagónicas pero en todo caso merecería ser explorada.

Lo que en Alemania o Italia parece sencillo, pactos entre partidos muy distantes ideológicamente en España es imposible. Nos pesa mucho la historia pasada, el guerracivilismo entre dos bloques que se niegan el pan y la sal. Fue una de las causas principales del fracaso de la Segunda República. Desde la recuperación obsesiva del pasado, disfrazado de la llamada memoria histórica, se ha producido un foso entre izquierda y derecha, también entre constitucionalistas y separatistas, que impide solucionar coyunturas políticas como la actual.

A ello se suman los liderazgos débiles. Los líderes fuertes son capaces de imponer el cambio estratégico en sus organizaciones ante coyunturas singulares, incluso contra la opinión de sus dirigentes: Adolfo Suárez con las leyes de liquidación del franquismo o la legalización del PCE, Felipe González en el referéndum de la OTAN o en el abandono del marxismo, Aznar pactando con los nacionalistas vascos y catalanes, Zapatero modificando de urgencia la Constitución y cambiando la política económica de la noche a la mañana o Rajoy cuando declinó formar gobierno.

Sánchez tiene la legitimidad de haber sido elegido por sus correligionarios en elecciones primarias, contra la opinión de la mayoría de sus dirigentes. Ha laminado con puño de hierro a los díscolos. Sin embargo ha declinado usar su liderazgo para buscar la única solución posible al actual callejón sin salida: el acuerdo con el centro-derecha. Habiéndose envuelto previamente en un discurso de total hostilidad, de descalificación de ese sector, ahora es difícil aceptar que la única salida pasa por negociar hasta pactar, no un Gobierno, sino un acuerdo de estabilidad que podría sustentarse en unas pocas leyes relevantes. Al tiempo que serviría para desactivar el acérrimo enfrentamiento de bloques, un riesgo para el futuro de una sociedad. @mundiario

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