Covid-19: Falta un leal compromiso institucional y también responsabilidad ciudadana

Una imagen del coronavirus. / Tumisu en Pixabay
Una imagen del coronavirus. / Tumisu en Pixabay

Las comunidades autónomas deben dejar atrás sus posiciones contradictorias, basadas en “queremos lo nuestro” cuando interesa o “no puede haber 17 sistemas diferentes” cuando toca el escaqueo. MUNDIARIO compila algunas de las principales lecciones de una pandemia preocupante.

Covid-19: Falta un leal compromiso institucional y también responsabilidad ciudadana

España supera los 405.000 casos desde el inicio de la pandemia. Surfeando la segunda ola de la Covid-19 y conteniendo el aliento ante lo que nos depara el otoño, resulta sorprendente que no hayamos sido capaces de aprender, al menos, media docena de lecciones que nos deja el extraño momento que nos ha tocado vivir.

Cinco meses de enfermedad, titubeos y palos de ciego, sin manual válido, pero que nos dejan algunas cuestiones que quizás no deberíamos olvidar… Máxime cuando España registra 46.000 positivos en una semana y la incidencia ya asciende a 166 enfermos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días.

No hay certezas ante lo desconocido

Las mascarillas no protegían ante la infección, los niños no se contagiarían, el calor terminaría con el virus. La ciencia no es exacta y, además, difícilmente puede predecir ante la falta de datos. Una pandemia de desarrollo desconocido producida por un virus nuevo. Lo desconocido. Difícil asumirlo desde una sociedad como la nuestra, que exige certezas y huye de lo impredecible; una sociedad que necesita seguridad absoluta en cada momento. 

La Covid-19 nos ha enseñado que no podemos admitir como verdad absoluta opinión, valoración o premonición alguna antes de que existan certezas científicas sobre el causante. Instituciones y gobiernos se han enfrentado a la toma de decisiones sin datos científicos corroborados y han tenido que ir adaptándolas a los avances en el conocimiento sobre el virus. Ha sido un reto, no sólo para los países sino para la investigación internacional, presionada para proveernos de las respuestas que no tenemos.

Cualquier cosa es válida si la dice “un experto”

Hace unos diez días, un periódico gallego titulaba: “Los expertos descartan que en A Coruña exista transmisión comunitaria”. Apenas seis días después la noticia era justamente la opuesta; “El Sergas asume que en A Coruña hay transmisión comunitaria”. Meses de confinamiento y desescaladas y una situación insólita en los medios de comunicación, la obligación de informar todo el tiempo sobre la misma cuestión, tratando de anticipar lo que no era posible saber. 

Con la inercia de la inmediatez, la hipertrofia de las redes sociales y el vértigo del vacío informativo, la palabra “experto” se ha convertido en el salvoconducto de cualquier afirmación. Pero, como ahora sabemos, ante esta pandemia no había expertos. 

Los abrazos son malos consejeros

Ya lo dijo el ministro holandés, en España nos queremos demasiado... y demasiado cerca. Es cierto. Nos relacionamos con nuestras familias, con nuestras amistades, salimos juntos, paseamos, comemos, veraneamos juntos... Pandilla, panda, cuadrilla... tenemos el idioma lleno de sinónimos para contar nuestra manera de vivir. Nos besamos, nos abrazamos y nos hablamos a veinte centímetros (y a gritos) comentando la jugada en el bar. Mala combinación para evitar contagios.

Vivimos con disciplina el confinamiento pero nos tomamos con cierta alegría la desescalada. Paseos atiborrados, playas a tope, terrazas rebosantes, fiestas familiares. Y el virus volvió. Quizás por primera vez en nuestra vida tengamos que entender que cada uno de nosotros somos responsables de mucho más que nuestra vida; también lo somos de la de los demás. Llevar mascarilla les protege a “los otros”; que el resto la lleve nos evita el contagio. 

Eso que llamamos “responsabilidad individual” es ahora más relevante que nunca. Y bien sencillo: distancia social, mascarilla, higiene y respeto a los demás. Paradójicamente, el abrazo más sincero será el que no se dé, el beso más cariñoso el que enviemos por el aire y el mayor regalo a quienes queremos, mantenerlos sanos.

Esto no es un Estado federal

Cuando en el mes de junio terminó el Estado de Alarma en España, llevábamos semanas escuchando la “impaciencia” de los presidentes autonómicos, exigiendo una y otra vez “recuperar la gobernanza”. Con los presidentes populares a la cabeza, los intereses electorales de Urkullu y la incomodidad eterna de Torra, el final del Estado de Alarma era una especie de “reconocimiento” de la capacidad de gestión autonómica, frente a las dificultades que había sorteado el Gobierno de España. Tanto es así que hasta Feijoo exigió volver a la normalidad una semana antes y fue jaleado, por propios y extraños, como “gran gestor”.

Dos meses después, desde las comunidades autónomas se dirigen –con cierta desesperación– al Gobierno central para que les diga cómo volver a las aulas “con seguridad”. De nada han servido, al parecer, los dos mil millones de euros para educación que desde el Estado repartieron entre las comunidades autónomas ni contar con todas las competencias para organizar la vuelta a clase.. Ahora, al parecer, necesitan a la Ministra.

Feijóo explicaba en junio que debía recuperar todas las competencias porque “Galicia tenía una dinámica propia” y “en nada se parecía a otras comunidades autónomas”. Ahora, por lo visto, lo que valía para el turismo, la movilidad, el transporte público, la sanidad o los mayores no sirve para la educación y debe decirle Celaá qué protocolo aplicar en las escuelas unitarias del rural gallego o en el instituto de Melide, pongo por caso. 

España no es un Estado federal. Pese a la amplísima descentralización, a las numerosas competencias con que cuentan las comunidades autónomas y la treintena de años de entrenamiento, está claro que falta lo esencial; una concepción unitaria y conjunta del Estado. Los territorios federales cuentan con autonomía suficiente en la toma de decisiones pero mantienen dos ideas comunes: la solidaridad territorial y la corresponsabilidad. Ninguna de ellas ha estado presente, salvo honrosas excepciones. 

El Estado autonómico se concibe como una suerte de competición en que lo importante es ganarle al de al lado y tener al Gobierno central para echarle la culpa de lo que salga mal. A mano siempre dos mantras: “queremos lo nuestro” cuando interesa o “no puede haber 17 sistemas diferentes” cuando toca el escaqueo. Quizás la culpa no sea del sistema político sino de las personas, pero es posible que necesitemos una reflexión colectiva sobre la conveniencia de pasarnos décadas reclamando competencias para luego renunciar a ejercerlas. @mundiario

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