¿Existe una verdadera voluntad en la lucha contra la corrupción política?

Biga romana.
Biga romana.

La corrupción política es una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad mientras que el argumento de regeneración democrática lleva utilizándose durante décadas. ¿Realidad o ficción?

¿Existe una verdadera voluntad en la lucha contra la corrupción política?

Con la alegoría del carro alado, Platón nos descubría las partes del alma y el ansia del ser humano por el conocimiento. Describía el alma como un caballo blanco -hermoso, noble, relacionado con tendencias positivas- que se localiza en el pecho y otro negro -desagradable, antiestético, procaz e indecente- que se encuentra en el vientre. Por último, el auriga, la parte racional que se encuentra en la cabeza. Si el auriga no controla a los caballos, éstos se rebelarán y caeremos en la insensibilidad, en un mundo sujeto a injusticia y reglas arbitrarias.

Desde una aproximación etimológica, la corrupción contempla el verbo “rumpere” que podría traducirse como hacer pedazos. Eso es, precisamente, lo que estamos haciendo con el sistema. Todos conocemos instituciones donde el acceso vía oposición es una leyenda y organismos públicos cuyos listados de personal se asemejan a los de un negocio familiar. También nuevas empresas que, de la nada, obtienen contratos millonarios. Un sinfín de situaciones que, si no las hubiésemos normalizado, nos llamarían poderosamente la atención.

Las noticias sobre malversación, tráfico de influencias, prevaricación, cohecho y administración desleal están a la orden el día. Y lo que aún es más preocupante, la sensación de punta del iceberg. La sospecha de que muchos casos no salen a la luz con el objeto de ser utilizados como moneda política. Los 3.300 millones de euros atribuidos al clan Pujol parecen buena muestra de ello.

¿Qué mensaje se envía a la sociedad?

¿Para qué sirven las reglas si permitimos todo tipo de atajos?. ¿Qué nos han estado inculcando desde que tenemos uso de razón?. Creo recordar que esfuerzo, formación, ética y meritocracia.

En la antigua Grecia, cuna de civilización, ya se estudiaba la corrupción como un mal endémico y eran frecuentes los debates sobre sus efectos en la ciudadanía. Incluso el gran Demóstenes, maestro de la retórica, ejemplo de superación y perseverancia, estuvo en entredicho. Este reputado nacionalista ateniense, que se opuso al avance de Filipo, rey de Macedonia, con sus famosos y duros discursos -Filípicas-  es considerado uno de los primeros políticos corruptos de la historia. La obra de Aulo  Gelio, Noctes Atticae, nos muestra interesantes ejemplos.

Decía Lord Acton, historiador y político inglés, que el  poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente. Ese uno de los males intrínsecos en la política de nuestro país, la percepción de poder absoluto que emana de la sensación de impunidad. Un sistema que se retroalimenta y siempre quiere más. Estas desviaciones generan tal disonancia cognitiva que se llega a percibir la corrupción como parte inherente del sistema, relativizándola y asumiéndola. Cuantifiquemos las miles de horas a cargo del erario que se han dedicado este último año, simplemente, a dar y recibir explicaciones sobre escándalos de corrupción de uno u otro partido. Solo el estéril debate “y tú más” nos cuesta millones de euros que podrían dedicarse a paliar necesidades sociales, a mejorar la sanidad, la investigación y el sistema educativo.

En 87.000 millones cuantifican algunos estudios el coste de la corrupción

“Si no roban unos, lo harán otros” es un argumento recurrente. Bajo esta percepción, parece que parte de la sociedad no es consciente de los gravísimos efectos colaterales que tiene la corrupción: la desaparición de miles de empresas, el paro, los desajustes sociales, la falta de motivación, de confianza en la inversión y en el emprendimiento. Más allá de aspectos económicos, incide sobre las escalas de valores y, por extensión, sobre el núcleo de la sociedad en sí misma.

“La corrupción es cualquier vicio o abuso, material o no, por lo que depravación moral o simbólica también es un grado significativo de corrupción”

Si realizamos un análisis menos superficial, más allá de meras técnicas de distracción, de falacias argumentativas como el mencionado “y tú más”, debemos ser conscientes de que llevamos años, décadas, inmersos en un bucle extremadamente peligroso, una política de bajo calado donde la ciudadanía parece ser un mal menor al que entretener en ocasiones y manipular con spin doctors elementales en otras. Una mera teatralización. Siempre ha sido más sencillo que gestionar eficazmente y aportar soluciones.

“Un país eternamente aspiracional, es un perfecto caldo de cultivo para la corrupción”

Los apartados anteriores contrastan con la dimisión del brillante ministro alemán, Karl Theodor zu Guttenberg, miembro más valorado del gabinete ya que el medio Süddeutsche Zeitung publicó que no había referenciado, años atrás, el 20% de sus tesis doctoral. Recordemos la dimisión del ministro de energía inglés, Chris Huhne, por haber mentido, 10 años antes, sobre una multa de tráfico. En este caso, además, se inició un proceso vía penal.

Eufemismos, preguntas y falacias

Para concluir, me gustaría abordar, para la reflexión, una serie de preguntas: ¿Cómo en pleno siglo XXI no existen verdaderos mecanismos anticorrupción? ¿Cómo a estas alturas de la democracia se sigue usando, como propuesta electoral, el eufemismo “regeneración democrática”? ¿Cómo existen 17.621 aforados en España?.

En esta línea propositiva podríamos plantear muchas preguntas, cada cual más representativa. Paradójicamente los problemas están identificados desde hace siglos, pero las soluciones no se aportan por lo que, parece evidente, que no hay verdadera voluntad de cambio. Cuando la haya, podremos hablar de justicia, meritocracia y regeneración. Mientras tanto, el auriga no controlará a los caballos.

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