El esperpento de Madrid culmina el fracaso general de las instituciones españolas

Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. / Mundiario
Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. / Mundiario

Oposición y Gobierno son incapaces de acordar literalmente nada. Problemas que deberían solventarse mediante la política, son endosados a los tribunales, cuya misión es otra. ​Una parte no despreciable del Gobierno ataca periódicamente al Jefe del Estado, como hace el Ejecutivo catalán sistemáticamente.

El esperpento de Madrid culmina el fracaso general de las instituciones españolas

Algunas semanas atrás un centenar de científicos españoles de prestigio solicitaron del Gobierno que una comisión independiente estudiase los fallos en la gestión de la pandemia y formulase propuestas para el futuro. Hasta la fecha su petición no ha tenido eco, lo cual no prejuzga el futuro.

Queremos ofrecerle a dicho grupo de científicos un marco general interpretativo de lo que ha ocurrido, un telón de fondo que explica, en último término, algunas claves de lo ocurrido en este país desde marzo. Podemos resumirlo en el titular: en España, las instituciones han fracasado en todo lo que se espera de ellas: previsión, capacidad en la respuesta, coordinación. El esperpento de las últimas semanas en Madrid, zanjado abruptamente con un estado de alarma que no se ha impuesto en otros territorios, es el corolario de siete meses de improvisación, descoordinación y hechos fatídicos como el abandono de las residencias de mayores. No hay datos recientes sobre la percepción de los habitantes de la capital madrileña o de su Comunidad, pero es muy probable que a la perplejidad sumen el malestar. A fin de cuentas son quienes ponen los muertos, los contagiados, los desempleados….

Una parte no despreciable del Gobierno ataca periódicamente al Jefe del Estado, como hace el Ejecutivo de Cataluña sistemáticamente. Oposición y Gobierno son incapaces de acordar literalmente nada. La descoordinación entre las autonomías y el Gobierno central es progresiva desde hace ya muchos años. Los ayuntamientos sobreviven como pueden entre los vaivenes de las demás Administraciones. Continuamente problemas que deberían solventarse mediante la política, son endosados a los Tribunales de Justicia, cuya misión es otra. Instituciones relevantes permanecen en precario durante años mientras su imagen se deteriora, como RTVE o el Poder Judicial. Las Cortes apenas legislan. La lista es interminable.

La pregunta es relevante: ¿Tiene solución dicho fracaso?. La respuesta es ambigua, sí y no. Sí teóricamente, sin necesidad de cambios espectaculares como modificar la Constitución, sólo recuperando la voluntad reformista de la que hicieron gala los Gobiernos de otra época. En su momento Suárez o González gobernaron en condiciones muy difíciles, con inflación galopante, amenazas golpistas, terrorismo desatado, pese a lo cual llevaron adelante medidas reformistas de extraordinaria importancia. En el caso de Suárez, lo hizo gobernando en minoría y llevando adelante la liquidación del aparato franquista. Si ellos pudieron entonces, hoy debería de ser posible.

Sin embargo en la práctica es imposible. Un programa reformista requiere gradualismo y constancia, supuestas la voluntad e inteligencia política. Cuando el cortoplacismo derivado de la inestabilidad domina la política como ocurre actualmente, sumado a la ausencia de planteamientos estratégicos en los principales partidos, el corolario es lo que estamos viendo. Sería fácil decir que debe cambiarse la élite dirigente pero es sólo una parte del problema. Lo relevante es que el estado actual de falta de cooperación institucional cuando no de deslealtad, se mantiene y se incrementa porque es rentable para los objetivos políticos cortoplacistas.

El cambio de actitud no vendrá de las actuales instituciones, atrapadas en el bucle de la confrontación. Sólo la sociedad civil puede conformar una opinión pública favorable que persuada a los partidos políticos para actuar en beneficio del interés común, no sólo de la perspectiva electoral inmediata. Lamentablemente la sociedad civil española es muy débil, con escasa capacidad de incidencia. Frente al círculo virtuoso necesario: sociedad civil-instituciones-reformas, tenemos un círculo perverso: inestabilidad institucional- parálisis- malestar social.

La experiencia de otros países nos dice que situaciones como la que vivimos en España, lejos de estallar y provocar cambios, pueden mantenerse durante muchos años mientras el deterioro institucional se agudiza, incluso con niveles de participación electoral muy por debajo de la media española. Es decir, sin que surjan incentivos a favor de las reformas necesarias. España está en la encrucijada. Los datos macroeconómicos, como explicaba días atrás nuestro editor José Luis Gómez en MUNDIARIO, son pésimos. Las dudas sobre la capacidad de ejecutar los fondos europeos, máximas. El programa de reformas anunciado, bienintencionado, es demasiado generalista para ser evaluado. En cualquier caso no afecta al funcionamiento institucional, núcleo duro de los principales problemas de España. @mundiario

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