¿La política española dejará de ser lodazal de corrupción irremediable?

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Panorama nacional cotidiano
A derecha e izquierda se alza la mediocridad, la falta de preparación y un fundamentalismo de diverso signo, con notables casos de corrupción que sólo se reconoce si es la del otro.
¿La política española dejará de ser lodazal de corrupción irremediable?

La política en España se ha convertido en un gran cenagal, donde florece el odio al adversario y la lanzadera del odio entre españoles y a las ideas del otro y de todos sus valores, sean lo que sean. Frente a quienes se esforzaron en promover la reconciliación y el entendimiento se alza ahora una campaña contra lo que supuso la Constitución de 1978 ---ahora motejada “Régimen del 78, en clara trasposición de la identificación de “régimen” con el franquismo--. Quienes no conocieron, y mucho menos combatieron al franquismo, emergen ahora los más pretendidos antifranquistas. A derecha e izquierda se alza la mediocridad, la falta de preparación y un fundamentalismo de diverso signo, con notables casos de corrupción que sólo se reconoce si es la del otro. España retrocede en todos los sentidos desde la función de la escuela a todo el sistema de valores para la convivencia.

Se ataca a la Iglesia, como en las peores épocas del más feroz anticlericalismo, ignorando la labor innegablemente social de organizaciones como Cáritas o los comedores sociales que estos tiempos han abierto congregaciones y parroquias, por cierto no imitados por sindicatos o partidos que se dicen la vanguardia de las izquierdas. Se ataca al concepto tradicional de familia y a los propios elementos de la personalidad de individual que nos legó el Derecho romano como fundamento de la organización básica. Y se cuestiona como modelo desde el propio Gobierno. Y no es que no se haya asumido con naturalidad que hoy en día caben diversos modelos de familia, todas legítimas, sino que lo que se discute es el propio papel y responsabilidades de los padres para con sus hijos, como si fueran del Estado o de nadie.

Únase a ello el empobrecimiento del debate en sí mismo, que tiene su máxima expresión en el Congreso de los Diputados, donde es vulgar, sin fundamento, aparte del empobrecimiento del propio lenguaje, cuando en el pasado era el sagrado recinto de la palabra y la ironía inteligente, especialmente durante la II República. Ahora no se exhiben ideas, sino clichés: todo lo que propone la llamada izquierda es óptimo, todo lo que venga de otra bancada es pésimo.

España como realidad tangible

El comunista catalán y ponente de la Constitución Jordi Solé Turá dijo que España es una realidad histórica, y era contrario al uso –hoy generalizado- de “Estado español”. España ha dejado de ser una realidad tangible y personajes borrascosos como el “charnego” Rufián, hijo de andaluces, pregona desde la tribuna del Congreso que ese Estado que conocemos debe ser desmontado pieza a pieza. Todo el que no está de acuerdo o simplemente discrepa o critica al actual gobierno instalado en el país es un “fascista” o algo peor. Y desde la misma tribuna una diputada catalana dice de modo rotundo que “le importa un rábano” la gobernabilidad de España. Pero su partido es fundamental en el concurso que abre el Gobierno para sostenerse. A falta de argumentos es el fácil insulto a cualquiera lo que se desprende desde la tribuna.

La lamentable historia de corrupción de la derecha y la flaqueza de sus actuales dirigentes connota con el modo de la pérdida de sus propios perfiles por parte del que fuera partido de los socialistas, hoy en manos de un frívolo amoral que para culmen de la estolidez afirma colmado de cinismo que “siempre cumplo mi palabra”.

Hemos aceptado la corrupción como parte del sistema, pero con una percepción distinta, según el escenario y determinados medios la gradúan o ignoran según sus afinidades, cuando siempre es expresión de lo mismo.

Los errores de la “Transicion” –que no fue perfecta—nos estallan en la cara como consecuencia de las cesiones en la configuración del “Estado de las autonomías”, y de una ley electoral que prima la representación de determinados territorios donde el independentismo asume un rol decisivo en la propia gobernabilidad del Estado que quiere abolir, como es evidente estos días, ante un gobierno débil que debe hacer cesiones gravosas –y simbólicamente miserables—para poder mantenerse.

El cinismo de la ultraizquierda

Y punto y aparte es el cinismo de cierta ultraizquierda que predica una cosa y vive al estilo de los propios burgueses que condenaba y practica la misma sistémica de corrupción y clientelismo que venía a erradicar. Estos hipócritas dan especialmente asco. Como en una función de teatro del absurdo o de una función de burlesque, el mismo personaje que ayer decía que no era capaz de decir la palabra “España” o es un excelentísimo ministro que gobierna y viaja en coche oficial, y este mismo sujeto, que ayer declaraba que se sentía emocionado cuando la masa –a la que él mismo convoca a escraches o a manifestarse ante el Congreso (porque como decía entonces “él había ido allí a armarla, porque el verdadero poder está en la calle)--- pateaba a un policía, cuenta ahora con el resguardo en su casa de burgués con piscina por el mismo cuerpo que él motejaba de “fuerzas represoras al servicio de los poderosos”.

Ante todo, este panorama, cuando nadie parecer poseer sentido del Estado, de las prioridades, de los problemas y necesidades reales del país, y pese a todo, los que tenemos ya pasados los 70 queremos tener esperanza de que algo pueda cambiar. Pero con el ganado en presencia en la plaza, desecho de tienta, no parece fácil.

Pero no perdamos la esperanza de que en uno y otros partidos surjan voces, hombres y mujeres nuevos, capaces de recuperar los principios, la honradez o simplemente el sentido común y del Estado. @mundiario

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