¿Por qué se mantiene el españolismo excluyente de la derecha liberal?

Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy.
Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy.

Esperanza Aguirre es un personaje curioso. Primero por el descaro que sigue teniendo a pesar de su legado catastrófico en la comunidad de Madrid. Y, segundo, porque muchos siguen venerándola.

¿Por qué se mantiene el españolismo excluyente de la derecha liberal?

Esperanza Aguirre es un personaje muy curioso. Primero por el descaro que sigue teniendo a pesar de su legado catastrófico en la comunidad de Madrid. Y, segundo, porque muchos siguen venerándola sin importarles que dejase tirados a sus votantes en mitad de su mandato.

Sólo en un país tan perdido, alguien como Esperanza puede continuar sentando cátedra por España y hasta por Inglaterra sin que nadie se atreva a desmontarla y crucificarla públicamente ante la sociedad española como la política farsante y cobarde que es. Es verdad que pasará  a la historia como la primera mujer presidenta del Senado, la primera mujer presidenta de Madrid, pero también como la primera mujer que abandona su presidencia sin que años más tarde se sepan demasiado bien los motivos de verdad y, sobre todo, como la máxima responsable política de un partido donde se reprodujeron de forma impune y casi generalizada las prácticas corruptas y delictivas que nos dejó la trama Gürtel.

¿Qué ha hecho bien Esperanza Aguirre en su vida? Creerse que puede ir dando lecciones de todo sin necesidad de predicar con el ejemplo. Su palabra por encima de sus actos, y también el recurso al marco populista que nos lleva a verla de madrileña castiza bailando un chotis o descalza y descompuesta relatando su experiencia vital de huir en medio de una guerra urbana. Si Aguirre ha conseguido ser la musa del ahora “regenerador” Pedro J y la referencia de esa derecha “pata negra” de toda la vida que a veces se disfrazan de liberales, es porque comprendió de manera casi innata que lo importante en estos lugares ideológicos no era el alma, sino básicamente la apariencia.

Y una vez convertidos todos a la religión “aguirrista”, sin necesidad de resucitar, sus fieles están dispuestos a perdonarle cualquier cosa que llegue, incluido atropello y fuga a un agente de movilidad madrileño, y justificarle esa herencia ruinosa que dejó en la CAM y que Ignacio González no ha sabido ni administrar ni disimular. Todos los hombres cercanos a Esperanza han acabado si no quemados, sí señalados en la vida política sin que esto haya sido motivo para que a ella le haya salpicado ni la más mínima mancha de eso que llaman “responsabilidad política” y de la que huyen cual demonio de agua bendita todos estos doctores de la moral y del arte gubernamental que solo están dispuestos a que les juzgue la historia y porque no podrían acabar con ella.

De nuevo Esperanza ha sido la protagonista no del final de la semana santa sino del día de la resurrección, imitando el sepulcro vacío de Jesucristo pero al revés: ella ha descendido a las calles de Sevilla para llenar las portadas de los medios y demostrar que no está muerta porque sigue más viva que nunca. ¿Acaso alguna vez “murió” políticamente Esperanza? A lo que todos sus apóstoles, liderados por Federico, nos responden que no. “¿No escucháis su palabra más fuerte que nunca?”

Ha sido en Sevilla, la tierra del socialismo, la cuna de Susana Díaz, su rival de izquierda que sí ha sabido hacerse verbo y carne de partido y de poder a la vez, donde ha explicado la esencia de su concepción teleológica de lo que debemos venerar los españoles: toros, obispos y patria. Algo similar al lema del PNV (Dios, patria y Rey), pero algo más castizo, que por algo es de Madrid.

Llamar “anti españoles” a todos aquellos que rechazamos los toros como fiesta nacional, solo tiene una palabra: fascismo. Porque esta exclusión es propia del totalitarismo, no del liberalismo que dice representar. En realidad Esperanza nunca fue liberal, sino solo una populista de derechas con “tics” autoritarios. Ligar el certificado de españoles al amor por un espectáculo donde se da martirio y muerte a un animal es un concepto de ciudadanía y patria anclado en el franquismo. Pero este es el problema de que a ciertos políticos, prácticamente todos los de derechas, solo les guste la democracia como fórmula para llegar y conservar el poder, pero no como marco de convivencia donde respetar la pluralidad incluso cuando ya han perdido o dejado el sillón.

Posiblemente la izquierda también tenga parte de responsabilidad en esta idea de “buen patriota” que la derecha ha ido extendiendo y ante la cual solo existe el rechazo de la mayoría con sentido común pero no un modelo alternativo demasiado claro de un patriotismo mucho más decente y, sobre todo, integralmente democrático. ¿Cuándo se abandonó en el PSOE la idea de crear y proyectar sobre la ciudadanía una idea de ser español sin que eso nos abocase al toro, la paella y el agua bendita? Posiblemente nunca se tomó de forma demasiado seria la necesidad de buscarla.

No es que con Felipe González no existiese un modelo de España común a todo el socialismo, que existía, sino que tras su marcha se abrió una etapa confusa de vacío de poder y de rumbo que afectaría también a la cohesión territorial del partido socialista, como proyecto común y coherente a nivel nacional. Un problema que se acentuó cuando llegó Zapatero y cometió dos grande errores: asegurar que aceptaría el nuevo estatuto que saliese del parlamento catalán; y que el concepto de nación era discutido y discutible, pero no refiriéndose a Cataluña sino precisamente a España. Zapatero diluyó una cohesión argumental en torno a una idea nacional del socialismo que se escenificó, sobre todo, en los gobiernos autonómicos del PSC y algunas disputas internas entre socialismos regionales por cuestiones diversas como, por ejemplo, la gestión del agua y de los ríos.

El problema de todo esto es que en el lugar donde Esperanza Aguirre pronunció estas palabras, el teatro Lope de Vega, fue presentada por el ex presidente de la Junta, Rodríguez de la Borbolla, del PSOE, y es en Andalucía donde el socialismo apoya públicamente las manifestaciones tanto de los toros como religiosas, especialmente en las procesiones de semana santa.

Es cierto que la conjugación de identidades privadas con el ejercicio público de la política, en ocasiones, presenta conflictos. Sin embargo, para mí, debería de estar muy claro: el estado no puede financiar con dinero público esto que llaman “la fiesta nacional” y que no debería de ser otra cosa que un espectáculo (por llamarlo de alguna manera) que se lo pagase quien lo quisiera y quien pudiera, así de simple. Ser antitaurino no significa ser antiespañol, como ser protaurino no debería de significar ser antisocialista. Pero tengamos cuidado con amparar escenarios donde la derecha se siente como “Pedro por su casa” y aprovecha, nunca mejor dicho, para dar una “estocada” a quienes no compartimos su concepto de España y de ser español. @marcial_enacion

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