España: Ese viaje a ninguna parte

Viaje.
Viaje.

Aquí, en España, prevalecen las comedias y los comediantes públicos y notorios en un inmenso océano sociológico de tragedias personales y anónimas. Nos puede asaltar la duda de si realmente sabemos de dónde venimos, pero nos invade la certeza de que no tenemos ni puñetera idea de hacia dónde vamos.

España: Ese viaje a ninguna parte

La foto de Soraya y la Cospe, como dos gatas sobre el tejado de zinc caliente del PP, solo fue un elocuente ejemplo más de ese gran teatro del mundo en el que se ha convertido España. No es que el teatro propiamente dicho esté en crisis, como se lamentan hasta la saciedad nuestros cómicos y cómicas en su dilema de salas medio llenas o medio vacías, es que le están haciendo la competencia desleal en las sesiones del Congreso, en las resoluciones del Consejo de Ministros, en las decisiones de los tribunales, en las manifestaciones de las calles de un país por el que vuelven a circular fantasmagóricos tranvías llamados deseo. Estamos asistiendo a tan abrumadora sucesión de viejas obras adaptadas, que ya no compensa pasar por taquilla en los teatros convencionales. Ha vuelto La Barraca ambulante de Lorca, el titiriteismo, el patético “Viaje a ninguna parte” de cómicos de izquierdas, de derechas, nacionalistas, populistas, republicanos, monárquicos que, como ya profetizó sutilmente Fernando Fernán Gómez, están condenados a dar muchos pasos y a dejar muy pocas huellas.

La importancia de llamarse Albert, Carles, Mariano, Pablo o Pedro...

Hace apenas seis meses, Carles Puigdemont era el protagonista de una reposición de la hilarante comedia Ubu President y, ahora, ya ves, aspira, con grandes posibilidades de éxito, al papel principal en la adaptación de una deprimente tragedia de Arhur Miller, Muerte de un viajante, dicho sea en el sentido metafórico político de la trama, claro. Hace apenas unos días, Cristina Cifuentes representaba en sesiones de mañana, tarde y noche ¿Quién teme a Virginia Woolf?, con gran éxito de taquilla entre el todo Madrid, y ahora, mírala, ni siquiera llama a la puerta de su camerino el nada Madrid. Y parece que fue ayer cuando la compañía teatral de Ciudadanos irrumpió en las carteleras con el Dulce pájaro de juventud de un actor amateur apellidado Rivera, pero ahí lo tienes, pasando del centro-izquierda al centro-derecha, del realismo de Tennesse Williams al disparate de Óscar Wilde, con su representación estelar de La importancia de llamarse Albert.

Los intrusos aspirantes a los Premios Goya

Mientras la cruda realidad se desvanece, la clase política de castas y descastados amenaza con copar las candidaturas de los próximos premios Goya a los mejores guionistas, a las mejores películas, a los mejores actores y actrices de esta fábrica de los sueños y las pesadillas a la que seguimos llamando España. Porque, vamos a ver, ¿alguien va a poder superar el papel de Pablo Iglesias en “La que se avecina”, o el de Mariano Rajoy, en plan general Cúster, en “Murió con los votos puestos”, o los del elenco de actores del PNV, míralos, en su versión presupuestaria de “Los ladrones somos gente honrada”, aquella inolvidable comedia del cine español? Es que estos últimos señores, la verdad, le están limpiando las carteras al resto de españoles y, encima, tenemos que darles talmente la gracias. Esto no es política, no nos engañemos. Esto es la nueva meca del cine en estado puro, con el agravante de que prácticamente ninguna de las películas que se están rodando augura un final feliz. Porque lo de Pedro, Pedro Sánchez, claro, no confundir con Pedro Almodovar, es todo un carrerón como director de cine, oye. Por un lado fue incapaz de estrenar “Hable con ella”, o sea, con Susana Díaz, por otro intentó conmover a los espectadores, sin mucho éxito de taquilla en el CIS, con aquel melodrama de “Qué he hecho yo para merecer esto”, ¿recuerdas?, y todo parece indicar que, al final, tampoco va a poder exhibir en las pantallas su obra más íntima, inconfesable y autobiográfica: La ley del deseo.

El ramalazo Berlanguiano del independentismo catalán

Bien mirado, quizá sea en Cataluña donde se esté alcanzando más afluencia de respetable público, la verdad. Claro, como han elegido la línea de Berlanga, el infalible modelo de La Escopeta Nacional, La Vaquilla, el ilusionismo europeizado de Bienvenido míster Marshall, el víctimismo calculado de Todos a la cárcel o el trágico-comicismo de El Verdugo, en el que Rajoy hace de Pepe Isbert, mal que bien el asunto va tirando, oye, aunque de vez en cuando les salga un ramalazo Landista con su guión de “Vente de Alemania, Carles” o una superproducción, con cutres decorados de cartón piedra, en el que intentan contradecir el final de Lo que el viento se llevó convirtiendo a los unionistas en vencidos y a los independentistas en vencedores.

Hombre, no sé. A mi, lo que se me ocurre ante este panorama de historia de historias de celuloide, de tantos cómicos y tantas comedias representadas ante un pueblo abrumado por tantas tragedias individuales y colectivas, es precisamente aquella frase con la que Rhett Butler dejó plantada a la caprichosa y tozuda Escarlata O´Hara:

– Francamente, queridos, me importa un cuerno. @mundiario

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