España transita entre “Aquí no hay quien viva” y “La que se avecina”
Los árboles en flor de las inmersiones lingüísticas no nos dejan ver el bosque de los derechos civiles. Habíamos diseñado un Estado de las Autonomías, pero la cosa ha degenerado en un antediluviano Estado de las Tribus donde, entre otros axiomas, verás, lo importante no es lo que se dice ni cuánto se sabe, sino en qué idioma se dice y a qué tipo de reglas gramaticales se somete la sabiduría.
Las endogámicas normativas lingüísticas de Cataluña, de Euskadi, de Galicia y las metástasis que han empezado a detectarse en Navarra, en las Islas Baleares, en la Comunidad Valenciana y así, pueden dar cierta sensación de plurinacionalidad, de pluricultura, de descentralización democrática, de sociedad tolerante y modernista, pero solo resisten, persisten y alcanzan la inviolabilidad constitucional amparadas en el pánico a la emancipación en el pasado y la codicia electoralista en el presente de los sucesivos responsables del Estado que han ido pasando o aspiran a pasar por La Moncloa.
En pleno siglo XXI, tras un convulso siglo XX en el que se fueron remendando discriminaciones por razón de raza, creencias, ideas, lugar de origen y cualquier circunstancia inherente a la exótica, enriquecedora y hermosa diversidad de la condición humana, el carácter vinculante, excluyente y humillante de las distintas leyes y amagos legislativos de inmersión lingüística, promovida por fanáticos sucedáneos de KKK intelectuales, le ha ido metiendo las lenguas a la sociedad por imperativo legal o inercias de instintos de supervivencia profesional, comercial o empresarial. Pero, no nos engañemos, una cosa es practicar la conservación, la protección, la promoción de hermosos idiomas vernáculos centenarios y otra, bien distinta, permitir, auspiciar y consagrar la burla de que le estén sacando la lengua, las lenguas, a una sociedad convencida de que vive en libertad y democracia.
¿Estado de las Autonomías o Estado de las Tribus?
Es desalentador que en Cataluña, en Euskadi, en Galicia, quizá pronto en las Islas Baleares y en la Comunidad Valenciana, lo importante no sea o no vaya a ser lo que se dice, sino en qué idioma se dice. Me sonroja imaginarme Atapuercas, en los próximos siglos, donde los antropólogos lo fliparán talmente hurgando en los restos de este pretencioso Estado de las Autonomías que, en realidad, está corriendo el riesgo de pasar a la posteridad como un primitivo y retrógrado Estado de las Tribus. ¿Cómo le contarán a nuestros lejanos descendientes que hubo una España, lugar de Europa, en pleno siglo XXI, en la que se restauraron los ancestrales jefes de la tribu, los supersticiosos hechiceros, las pinturas de guerra, los tótem sagrados, las irracionales reyertas territoriales propias de un planeta en el que todavía se ignoraba que era redondo, que giraba alrededor de una gran estrella y acabaría reducido a un punto insignificante perdido en el espacio infinito? Nos hemos vuelto locos, Director. Inventamos la brújula, pero hemos perdido el norte. Derribamos entre emotivos abrazos y lágrimas el dichoso muro de Berlín, pero elegimos presidentes yanquis decididos a levantar inexpugnables muros físicos, presidentes islámicos obsesionados con levantar muros religiosos, presidentes nacionales incapaces de derribar muros sociales, presidentes autonómicos adictos a los muros exteriores e interiores políticos, culturales, administrativos, lingüísticos y sociológicos.
Érase una vez en América...
Érase una vez en América, ¿recuerdas?, aquella América de JFK, de Martin Luther King, cuando el mundo visualizó y se escandalizó contemplando la dramática lucha por los Derechos Civiles, en el que había Estados del sur que preferían que entrasen en sus colegios, en sus universidades, centenares de mujeres u hombres blancos, incapaces de hacer la o con un canuto, que una sola mujer u hombre negro con contrastada capacidad para aspirar a un Premio Nobel. Nunca sabremos lo que se ha perdido EE UU y la humanidad practicando la segregación. Cierto es, señores del jurado, que resulta más sencillo aprender el catalán, el euskera, el gallego, que alcanzar la conmovedora y sintomática quimera de Michael Jackson, el negro que quería ser blanco. Pero, salvando las distancias, naturalmente, existe alguna sutil similitud entre aquellos impedimentos por el color de la piel con estos impedimentos por la gramática y la fonética en algunas Comunidades Autónomas o Comunidades Tribales de España. Tampoco sabremos nunca lo que se ha perdido Euskadi, Galicia, Cataluña, practicando aquel odioso lema franquista de que ”la letra (sus respectivas letras, claro) con sangre entra”
Despotismo ilustrado autonómico versus cobardía estatal
Claro que a Rajoy y su gobierno se le ha visto el plumero con este anuncio oportunista y vengativo de emersión en Cataluña. Durante 40 años, con muchas investiduras del PSOE y el PP auspiciadas por partidos nacionalistas, las sucesivas Moncloas, incluso con imperdonables paréntesis de mayorías absolutas, han permitido que el derecho reclamado por una lengua prevaleciese sobre los derechos académicos, laborales, constitucionales y personales de un ciudadano. Y, eso, en castellano y en cualquiera de las lenguas del Estado, es inevitable calificarlo de atentado perpetrado al alimón por el despotismo ilustrado autonómico y el cobarde y electoralista paternalismo estatal. A Podemos, por lo visto, le mola que el presente y el futuro de un español en Cataluña dependa más del catalán que de su currículo; el PSOE deshoja la indigna margarita electoralista, si, no, si, no...; Ciudadanos aprovecha “El momento más oscuro” para recordarnos aquello que ni siquiera le dio réditos electorales a Winston Churchill: “¡ya lo decía yo”; y Rajoy, genio y figura hasta su sepultura política, que todo se andará, sigue cultivando la sugerente táctica de adaptación que estos días expone por ahí Guillermo del Toro: “La forma del agua”
Mientras tanto, la cruda realidad de los españoles, esa comunidad de 47 millones de vecinos, podría ser el reflejo de la evolución de dos sarcásticas, hilarantes y a veces sórdidas y descorazonadoras series televisivas que parecen talmente una parodia de este trágico-cómico periodo de nuestra historia: “Aquí no hay quien viva” y “La que se avecina”. @mundiario