España está siendo víctima de su retrógrada 'heterofobia' ideológica crónica

Lo que acabamos de exigir los españoles en las urnas, a mis escasas luces, es que nuestros políticos se atrevan a practicar nuevas y sugerentes posturas del kamasutra y normalicen la gobernanza bisexual ideológica. ¡Salgan del armario, señores!
Por lo menos Pedro Sánchez y Albert Rivera han hecho un amago de salir del armario, oye. Tras siglos de homoideología política, la derecha con la derecha, la izquierda con la izquierda, los progres con los progres, los carcas con los carcas, han decidido ponerle cara, pacto, cámaras, luz y taquígrafos a la heteroideología que, como exclamaría Raphael, ¡es un escándalo!, en este viejo y retrogrado país que sigue considerando una aberración, una enfermedad, las relaciones políticas entre parejas de distinta condición por razón de credo, programa e ideas.
Ha sido presentar en sociedad un hipotético e innovador modelo de gobierno heterogéneo, y una oleada de un peculiar orgullo gay, o sea, de orgullo de españoles y españolas que sólo se sienten atraídos ideológicamente por individuos de su misma ideología, recorre los cuarteles generales de esas dichosas dos Españas que, erre que erre, han convertido en una anécdota en la historia de Europa aquella interminable guerra de los 100 años. Lo flipo con mi pueblo y mi gente, nosotros los españoles, que hemos superado la miserable homofobia sexual generalizada en tan corto espacio de tiempo, con tantas garantías legales y con tanta grandeza sociológica, incapaces ahora de superar la ancestral heterofobia ideológica que nos ha metido en tantos, tan esperpénticos y tan cruentos callejones sin salida por los siglos de las siglas.
De las manzanas con manzanas a las manzanas con peras
El mismo país que ha convertido en un paradigma global el genuino Día del Orgullo Gay en Chueca, que se ha encaramado al Top Ten de de los justos y los sabios capaces de rectificar las manifiestas injusticias: matrimonios homosexuales, derechos de adopción, respeto al hombre, la mujer y sus circunstancias, se cierra ahora en banda ante la posibilidad de que de una manzana y una pera pueda salir un gobierno equidistante y polivalente para una gran mayoría de españoles. Yo creía que esos sudokus mentales solo pasaban por la cabeza de Ana Botella, con la que tanto y de la que tanto nos hemos reído. Pero, chico, ahora resulta que, desde otra óptica, con otras apasionadas u oscuras intenciones, también se apuntan a la teoría de la manzana con la manzana, la pera con la pera, el personal de Izquierda Unida, de En Mareas, de Compromís, de Podemos y personas de esas que van por ahí diciendo que quieren cambiar el mundo, España, pero con esa fórmula tan tradicional, tan recesa, de tan agridulces recuerdos, ay, de otro Frente Popular. Hico, si eso es incorporar la imaginación al poder, prefiero seguir dejando volar al poder y la imaginación.
A Rajoy le va a perder su obsesión de practicar “el misionero”
Y, bueno, es verdad que Rajoy, intentando hacer virtud de la necesidad, le ha ofrecido hacerse un postmodernista trío al PSOE y Ciudadanos o un morboso dúo a la alemana a Pedro Sánchez, pero con la condición sine qua non de utilizar una única postura del kamasutra: el misionero. O sea, con papá encima de mamá. Hombre, en estas cosas de cama, como diría un experto en la materia como Julio Iglesias, en la variedad está el gusto, ¿no? ¡Y tú lo sabes…! Quiero decir que, a veces, en determinadas circunstancias, parece ser que se consiguen magníficos resultados cuando mamá se pone encima de papá. Lo que pasa es que Mariano no escucha a ningún Iglesias, ni a Pablo, ni a Julio. Se pasa todo el día escuchando ese disco rayado con la voz de Pedro Arriola, bla, bla, bla, que lleva un horror clamando en el desierto de una España decidida a penetrar, con perdón, en el siglo XXI.
Ahí nos tienes, los españoles, recordando con nostalgia las cosmopolitas cohabitaciones genuinamente francesas entre Mitterrand y Chirac y viceversa; repasando los resultados que le han dado a los alemanes sus tres “grandes coaliciones”, una con el Canciller Kiesinger, en 1966, y dos con la Canciller Merkel, desde 2005 hasta nuestros días; preguntándonos por qué Tsipras, ese Pablo griego, ha sido capaz de marcarse un sirtaki postelectoral con el mismísimo ANEL, ¡vade retro, Satanás!, e Iglesias, ese Alexis español, se niega a saltar a la pista a bailar con Ciudadanos, ni siquiera pegados a lo Sergio Dalma, sino sueltos, a lo lejos, el uno en su volcán populista y el otro en el polo del centro donde se deshiela la derecha congelada.