España padece síndrome de abstinencia regicida

Regicidio.
Regicidio.

A lo largo de la historia, mi pueblo y mi gente ha colmado sus instintos magnicidas. En nuestras vitrinas hay un Presidente más caído en atentado que en las mismísimas vitrinas de USA, ese país en el que se dispara a casi todo lo que se mueve. Y, sin embargo, nos falta un Rey, como en Francia, como en Inglaterra, como en Portugal, para aplacar nuestro “mono” ancestral de sangre azul.

España padece síndrome de abstinencia regicida

SOSTIENE PEREIRA lo ridículo que resulta un pueblo que pretende derrocar a un Rey a fuerza de abucheos, de atronadores silbidos, de desplantes institucionales, de acuerdos municipales declarándolo persona non grata o en el nombre de hipotéticas repúblicas independientes, con embarazos psicológicos de soberanía, que se afanan en vender la piel antes de haber cazado al oso. El inmortal personaje literario de Tabucchi tiene la enorme ventaja de poder pasearse por la historia sin el condicionamiento de las filias y las fobias del presente efímero. Mira nostálgicamente hacia España, el territorio vecino cuya historia ha descarrilado tantas veces, y te susurra sutilmente al oído:

– “Su país, amigo González Méndez, entre otras muchas cosas padece un ancestral síndrome de abstinencia regicida”.

Hombre, por una parte yo qué sé y por otra qué quieres que te diga. La verdad es que la historia española ha sido fructífera en magnicidas, oye. Señores que donde ponían el ojo ponían las balas o las bombas que se llevaron por delante al General Prim, a Cánovas del Castillo leyendo tranquilamente un periódico en un balneario guipuzcuano, a mi paisano José Canalejas absorto frente al escaparate de una librería, a Eduardo Dato acribillado desde una moto o a Carrero Blanco en aquella siniestra manera de reproducir, empíricamente, el idílico eslogan popular que ha calado en los habitantes de El Foro: ¡de Madrid al cielo! O sea, que asesinando Presidentes los españoles es que hemos sido una potencia mundial. Ni los yanquis, con lo que son los yanquis para esas cosas, han logrado batir el récord de las cinco mociones de censura sanguinarias, extraparlamentarias, que deslucen, como idiosincrásicos trofeos de caza mayor al hombre, las variopintas vitrinas de nuestra historia.

Sostiene Pereira, pues, que la asignatura pendiente del cainismo genuinamente español es el regicidio. Que padecemos mono ancestral y hereditario de hacer saltar monarcas por los aires, colgarles por el cuello o separar sus cabezas coronadas de sus cuerpos. Es como si nos diese vergüenza colectiva no haber engendrado un Cromwell, un Robespierre, un fanático de esos que han pasado a la historia de Inglaterra, de Francia, de Portugal, por haber colgado, guillotinado o acribillado a un par de Carlos I o un Luís XVI. Aquí, los aspirantes a regicidas han fallado más que una de esas escopetas de feria. Con Alfonso XII nos quedó la duda de si a la tercera podría ir la vencida. Alfonso XIII se les escurrió de las manos por Cartagena al personal anarquista convencido de que las repúblicas crecen más sanas y más fuertes regadas con sangre azul. Y, bueno, circulan por ahí leyendas urbanas y mediáticas sobre intentos de haber hecho abdicar a Juan Carlos I por las malas, o sea, come il faut, que dirían los Jacobinos, en vez de por las buenas, motu propio, sin darle oportunidad a esos clandestinos cirujanos que andan sueltos por la historia de satisfacer el morbo de la amputación institucional, a ver si me entiendes, sin tener que esperar a un civilizado y democrático trasplante constitucional.

Pereira, sonríe. Y cuando le pregunto por qué, me muestra vídeos de Quim Torra, de Puigdemont, de Pablo Iglesias, de Rufianes, de Tardás, de nacionalistas vascos, de compatriotas que intentan suplir la horca, la guillotina, las balas, las bombas, con esas nuevas armas letales orales y escritas: declaraciones públicas, ruedas de prensa, tuits, insinuaciones mediáticas, acciones radicales u omisiones gubernamentales, ay, que aspiran a eliminar a los reyes con la innovadora particularidad de dejarles con vida. Luego, me mira, mientras se va desvaneciendo la sonrisa de su rostro y reflexiona melancólicamente en voz alta:

–“Sus compatriotas, amigo Méndez, es que aún no han comprendido que, en el siglo XXI, a un Rey al que ha coronado una Constitución lo puede destronar un sencillo, legítimo y civilizado retoque constitucional, aceptado por la mayoría del pueblo soberano, claro”.

Parece evidente que, en lo que concierne al dilema de la Corona, a Pereira le asalta la duda razonable de si somos un pueblo constituido, o sea, con Constitución, o un pueblo constituyente, o sea con nuestra Carta Magna en permanente estado de obras a imagen y semejanza de la Sagrada Familia de Gaudí. Respecto al otro dilema que mantiene en ascuas a nuestro país, el creciente furor independentista, Pereira deja en el aire una paradoja que por lo visto desconcierta a los que nos observan desde el exterior:

– “Por cierto, mi apreciado convecino peninsular: ¿cómo es posible que de los anacrónicos polvos monárquicos del carlismo y el austricismo, simientes y referentes del nacionalismo vasco y catalán, se haya desembocado en esos lodos unilateralistas del antitético y esquizofrénico republicanismo independiente? Tendrían ustedes que hacérselo mirar, hombre...”.

Juraría que Pereira, siempre educado y sutil, nos estaba invitando a una sucesión de sesiones colectivas en el diván de algún discípulo de Freud. @mundiario

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