España empieza a salir de la anestesia de su reciente hispanoplastia

Mariano Rajoy.
Mariano Rajoy.

Ahora que lo pienso, me enternece aquella profecía que anunció el iluso de Alfonso Guerra: “a España no la va reconocer ni la madre que la pario”. Al lado de esta traumática metamorfosis nacional, el felipismo fue una simple y naif manita de pintura.

España empieza a salir de la anestesia de su reciente hispanoplastia

Te pones a rebobinar, mientras España camina o revienta a la orilla de la primavera de 2016, y llegas a la conclusión de que Alfonso Guerra era un iluso cuando pronunció aquella solemne profecía que heló el corazón de algunos españolitos: “a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió” ¡Os vais a enterar, nos vamos a enterar de lo que es un lifting nacional, una hispanoplastia, el antes y el después de un pueblo que, a pesar de los antecedentes de Belén Esteban o Kiko Matamoros, como teleparadigmas de daños colaterales y colagenares de metamorfosis, ha decidido pasar por el quirófano y aceptar el reto de acabar mirándose al impredecible espejo de Kafka.

¡Todo lo que puede empeorar, empeora…!

La nueva política empieza a parecerse un horror a la mitificada nueva cocina, Director. Ni los líderes estrella hacen política, ni los chefs Michelín gastronomía. Todo es alquimia, humo, verborrea embasada al vacío, enormes desiertos en forma de programas, de platos, con minúsculos espejismos de oasis, o sea, de blufs,  que se encargan de disimular los nuevos periodistas tiraboleiros de los botafumeiros mediáticos. Por un lado, me niego a caer en la nostálgica tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero, por otro, como buen o mal gallego, qué sé yo, rechazo la amable invitación del coro de voces de la España emergente/sumergida que, un día sí  y otro también, entona un conmovedor himno a la alegría convencido de que cualquier tiempo futuro, a corto y medio plazo, no puede ser peor. Hombre, en un país que lleva siglos experimentando la implacable Ley de Murphy (“todo lo que puede empeorar, empeora”), convendrán conmigo que tampoco se dan las condiciones como para lanzar las campanas al vuelo.

Del Cervantismo a un brote de fervor Shakesperiano 

De momento, está dando sus últimos coletazos otro invierno de nuestro descontento. El de Rajoy en su patético papelón de Ricardo III; el de Pedro Montesco y Albert Capuleto o viceversa, intentado alcanzar un final feliz en una de esas historias que siempre acaban en tragedia; el de Pablo Iglesias supurando la maquiavélica usura del Mercader de Venecia; el de mi pueblo y mi gente, ¡oh, los españoles!, decepcionados con un país en el que se ha vuelto a hacer mucho ruido y pocas nueces. Nos estamos descervantizado, como era de esperar tras haber dejado sumido en el olvido a Don Miguel de la cosa y Saavedra y, cautivos del papanatismo nacional, nos estamos shakespearizando entre la espada actual de alegres comadres y compadres de Windsor y la frustrante pared del sueño de otra noche de verano electoral.

El problema no es que hayamos renunciado a los idealistas Donquijotes, sino que ni siquiera le damos una oportunidad a los realistas Sanchopanzas. La cuestión no es que los viejos partidos hayan dejado de ser gigantes, sino que los nuevos ni siquiera son molinos de viento. El asunto es que, entre casposos prototipos de licenciados vidriera, Rinconetes y Cortadillos, amantes liberales, ilustres fregonas (dicho sea sin ánimo de aludir a nadie), etc, ni siquiera estamos escribiendo una réplica de las Novelas Ejemplares, sino páginas de un pedazo de historia en el que nadie ni nada predica con el ejemplo.

Las emergente violeteras y violeteros

Como aves precursoras de la primavera de 2016 han aparecido en Madrid, en Barcelona, en Valencia, en Sevilla, por ejemplo, nuevas violeteras, Carmenas, Colaus, Oltras, Teresas, como golondrinas que van piando, que van piando y pregonando van “lléveselo, españolito, que no vale más que un real, cómpreme este numerito pa lucirlo en el ojal” La nueva política es un compendio de cuentos de Adas madrinas y rústicas cuenta de la vieja. Las varitas mágicas hacen desaparecer bustos de reyes que no reinan, pero son incapaces de detener huelgas de Metro que no circula. Las Reinas Magas han pasado de largo por los zapatos de los inocentes chiquillos madrileños que viven por debajo del umbral de la pobreza, pero le han regalado a un tal Zapata una concejalía que tenía ética y estéticamente perdida. Las muñecas de los semáforos de Valencia son una invitación a la nostalgia de la falda como trasnochada línea divisoria entre un hombre y una mujer. Sale Kichi, el pablito iglesias de Cádiz, y le hace la cobra a los presos políticos que la madura democracia venezolana considera enaltecedores del terrorismo. ¡Ah!, pero sale Pablo Iglesias, el Kichi que castiga Del Portillo a la arganzuela, y le hace la ola a Otegi, un exconvicto que la sospechosa democracia española considera un enaltecedor del terror de ETA, cuando, en realidad, era un inofensivo y maltratado preso político, hombre.

¡Cuando de estos polvos lleguen los correspondientes lodos…!      

¿De verdad hay algún español que crea que de estos polvos, esos Pedros, esos Marianos, esos Pablos, esos Alberts, esas Cristinas, esas Manuelas, esas Adas, esos Puigdemonts, esas unas, esas Oltras, esas Susanas,  esa vieja casta oxidada y esta nueva casta oxidante, vamos a poder evitar acabar lamentándonos de haber llegado a los lodos en los que se revolcarán nuestros hijos? Llamadme pesimista, pero nunca el Parlamento se había perecido tanto al Casino de Torrelodones (¡hagan juego, Señorías!), ni la política al Sálvame diario, a veces limón, a veces naranja, ni la dichosa Investidura a la historia interminable de El Secreto de Puente Viejo, ni la Justicia al Coliseo romano en su época de apogeo, ni la España mediática a aquellas Mesas Camilla de marujas de Encarna Sánchez, Encalna de noche y de día, ¿recuerdas?, a las que se han ido incorporando de los marujos.

Si España fuse un avión con capacidad para cuarenta y seis millones de pasajeros, siento la irremediable sensación de que, más tarde o más temprano, vamos a incurrir en el error, ¡qué inmenso error!, de sentar en la cabina de mando a pilotos y copilotos de cualquier edad, de cualquier ideología, con un denominador común a todos ellos: el funesto perfil del tristemente célebre Andreas Lubitz. De momento, estamos en el proceloso proceso de selección del camicace. Después, ya habrá tiempo para dilucidar en qué pico, de qué Alpes, nos vamos a estrellar, nos van a estrellar  los unos, los otros o todos juntos y revueltos.

La nueva política y el olmo viejo
La nueva política ha venido, ya digo, como ave precursora de la primavera de 2016, y tampoco nadie sabe cómo y para qué ha sido. España sigue siendo aquel olmo viejo, hendido por el rayo y en la mitad podrido de Machado, y ni siquiera sabemos sin con las lluvias de abril y el sol de mayo podremos llegar a decir, como el poeta, que algunas hojas verdes le han salido.

 

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