¿Es público todo lo público?

Public. / Christian Walker. / Unsplash
Public. / Christian Walker. / Unsplash

En las noticias de este martes (01.12.2020), tuvo relevancia la inauguración de un hospital nuevo en Madrid, que, hasta en la TV, parecía tramoya.

¿Es público todo lo público?

Teóricamente con muchas camas, teóricamente con muchos sanitarios y teóricamente fundamental para la deteriorada red sanitaria pública, el flamante trozo de instalación hospitalaria se inauguraba después de un mes de noviembre que se ha cerrado con una media de 300 muertos por día –a nivel nacional-, equivalente a más de 9.000 muertos por la pandemia en este mes. Sonaba muy bien; el acontecimiento estuvo en primer plano, las autoridades más implicadas pudieron hacerse la foto y los más crédulos pudieron dormir tranquilos: estaban en buenas manos, ocupadas de que estuvieran bien atendidos; estaban en una región privilegiada del mundo y, con un hospital reluciente al lado de un aeropuerto, no habrán pensado en marcharse, sino en quedarse mientras la vida aguante, contentos con esta gente a la que  merece la pena tener en cuenta para las siguientes elecciones.

La Primaria

El verdadero acontecimiento del día estuvo en otra parte; había acontecido a personas muy próximas no solo en Sanidad, sino también en Educación y en cuanto a Asistencia de tercera Edad. A la misma hora, una persona amiga me contaba la penitencia en que peregrinaba desde antes del verano a causa de un trastorno producido por una operación de cadera no bien resuelto, la secuencia de placas, análisis y citas con la especialistas por la que tenía que pasar para que, al final, en una unidad de  dolor le pudieran poner una determinada inyección. Era de tal complejidad que todavía le quedaba esperar –si seguía el itinerario actual de la red sanitaria pública- como mínimo hasta la primavera, mientras su dolor continuaba atosigaba su paciencia de continuo. Una hija, preocupada por cómo  sufría, llamó a una reconocida entidad privada y, según parece, este viernes le harán un hueco para atenderla.

El esquema estaba claro ayer, incluso tras un hospital que se abría como un escaparate de posibilidades, pero del que algunos de responsables ni siquiera sabían si tenía quirófanos, y que parecía, ante todo, el anuncio de un supermercado de amueblamiento sanitario. Esa tapadera no impide, sin embargo, que prosiga el desmantelamiento de la red pública, la erosión creciente de la atención primaria y el estrés de cuantos quedan residuales en sus centros que, a su vez se van deteriorando progresivamente o, en algunos casos, ya están abandonados.

Todo usuario que tenga algún problema como el de la persona mencionada, será la mejor agencia publicitaria para contar que, si requiere cuidados y no puede esperar, ya sabe a dónde no debe ir; cada cual se buscará la solución como pueda y donde entienda que, al menos, le digan que lo suyo merece la pena de ser atendido. Por supuesto, que la red privada le mimará si tiene una buena tarjeta de crédito; en uso pleno de la libertad de mercado, y contando con el apoyo infinito de algunas autoridades presentes en el acto de ayer –o en actos similares- hará el milagro de que su mano invisible se cuele en nuestras vidas de manera voraz para nuestros bolsillos.

Los clásicos (de la Economía política)

Gracias a esta puesta en escena de la vuelta a los orígenes de la Economía Clásica, se acabará pronto cuanto quede de la Política Económica que se fue tejiendo desde finales del siglo XIX en Europa y, en lo que atañe a España, tan lenta y mediatizada desde la primera ley de protección social que hubo en 1901. No cabe duda de que es un glorioso retroceso de la historia de la humanidad hacia un imparable como  urgente desarrollo de un individualismo feroz: cada cual a lo suyo y el último que apague la luz.

Quienes siguen con atención la evolución del mundo educativo tienen ocasión de asistir a un espectáculo de similar magnitud. La proporción que ya ha alcanzado la red privada y, especialmente la privada concertada, ha sido similar; a cuenta de mermar recursos para la pública, va en aumento y está a punto de alcanzar a los belgas, que nos llevan delantera en este asunto. Quienes disfrutan el privilegio de tener subvenciones o conciertos –como se llama a la asistencia que reciben de recursos públicos desde la LODE, en 1985- están que trinan porque, según la LOMLOE que se avecina, les van a poner algunas pegas a tanta prodigalidad como venían disfrutando. Tienen en el recuerdo –porque siempre queda memoria del reciente pasado- de cuando a los institutos de la pública solo iba apenas un 30% de bachilleres y todos los demás pasaban por sus bonitos colegios; añoranza el tiempo  de cuando, en vísperas de la Ley General de Educación en 1970, detentaban casi el 80% de los recursos de la Enseñanza Media, como atestigua el INE y el Libro blanco que, en 1969, adelantaba cómo iba a ser –en el papel- la ley que instauró la EGB, el BUP y el COU. La nostalgia de algunos va más atrás todavía, cuando pasar de una Primaria escuálida e imposible incluso para muchos, era privilegio exclusivo de la gente “bien educada”, de la que Vicente Risco dejó un gran retrato, en 1928, en su pieza teatral: O porco de pé .

Mi casa (oikos)

Naomí Klein lo explicó en La teoría del Schock hace trece años. Pero cuando se deteriora todo para dar solución redentora a un problema urgente, en términos de guión de serie acreditada  -como Lilyhammer (2011)- se llama mafia; en los de la nueva economía imaginativa, es proclamada como emprendimiento y, en el lenguaje de una sana vida democrática, ocupada en el Bienestar de todos, se conoce como corrupción.

Es fácil vender “calidad” en situaciones tan desequilibradas en que se juegan los recursos de todos y hasta los más torpes han aprendido a dejarse ir al huerto porque está tirado para quienes tengan el cerebro de un mosquito. Lo difícil es gestionar lo público como si de algo propio se tratara, y que todo el mundo entienda que se trata de su casa: en definitiva, a eso alude etimológicamente la palabra “economía” sin adjetivos. La Covid-19 está dejando claro el juego a quien quiera verlo; el riesgo que todos estamos corriendo es que crezcan en demasía los cansados de reclamar atención y que se pierda toda esperanza de sensatez. La situación se parece a lo que cuenta Benedetti al inicio de uno de sus poemas más conocidos, “la casa y el ladrillo”, que inicia con esta cita de Brecht: Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa. @mundiario

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