Es la hora de Europa

Banderas de la UE y de Ucrania. / europarl.europa.eu
Banderas de la UE y de Ucrania. / europarl.europa.eu

La guerra en Ucrania demuestra que Europa está amedrentada. O si no lo está ha perdido lo poco que le queda de sensibilidad.

La aparente fortaleza que muestran los dirigentes europeos es sólo un disfraz tras el que se esconde el egoísmo selectivo de los distintos países, inquietos por la posibilidad de perder los beneficios que disfrutan. No hay decencia en la política comunitaria, al menos no la que asumimos quienes no pintamos nada en las decisiones. La respuesta ante la agresión del primer gran tirano del siglo XXI es tan tibia como desconcertante.

Rusia no es una democracia ni el estado de derecho garantiza la justicia en una sociedad que no ha conseguido despojarse de décadas de semi esclavitud. Europa lo sabe, por supuesto. Lo sabe y calla, igual que lo hace ante otros sátrapas que gobiernan territorios con los que interesa mercadear porque el sagrado comercio justifica hasta la entrega del alma productiva de occidente. Y precisamente por eso, porque la sinfonía de las cajas registradoras se alza sobre la Novena de Beethoven, la UE permite que Ucrania se convierta en campo de pruebas de la maldad de un tirano al que no le vale con sojuzgar a su propio pueblo, mientras sigue acrecentando las arcas del infame agresor adquiriendo el gas. Ese gas que, Putin lo sabe, es más poderoso que muchas bombas.

guerra en vivo

Llevamos más de un mes de guerra ajena y nos hemos acostumbrado a ver el reality ucraniano sin la pasión de los primeros días, sentados cómodamente esperando que pongan en pantalla los números de teléfono para salvar a Putin o a Zelenski. Este nuevo concepto de guerra en vivo desdramatiza el horror del combate, el miedo de los civiles o el desconcierto de quienes han perdido el mañana. Son solo rostros extraños, lugares diversos que se asemejan a escenarios de películas, escenas reales que no difieren de las creadas por Hollywood. Desde la pantalla de televisión las cosas parecen tan familiares que no llegan a conmovernos lo suficiente para asaltar nuestros palacios de invierno reclamando justicia para los millones de seres humanos que bien podríamos ser nosotros mismos. Así limpiamos nuestra conciencia respondiendo a las bombas con sanciones económicas y facilitando armamento insuficiente a la resistencia ucraniana. Pistolas para luchar contra tanques, metralletas contra misiles. Y tan a gusto

Es deseable que Europa reaccione modificando su tímida postura porque, en caso contrario, tardará generaciones en perdonarse la vergüenza de haber asistido al horror de ver como los caprichos de un criminal siembra la mesa de juego de nombres que a partir de ahora serán pronunciados sin alegría. En el tablero de apuestas Putin pone los misiles y Ucrania los muertos en una apuesta desigual. Nadie desea una guerra pero a veces hay que plantarse ante la tiranía porque, como avisó Martin Niemöller, puede que no haya nadie para ayudarnos cuando el sátrapa moscovita venga a por nosotros.

Lo peor de todo es que le estamos dejando claro al matón del patio que puede imponer su ley y quedarse con el bocadillo de quien quiera porque no estamos dispuestos a pararle los pies entre todos. La esperanza de que desista de su acoso por aburrimiento es una quimera. El patio ya no es seguro y disfrutar del recreo se ha convertido en una amenaza constante. @mundiario

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