La equidistancia también está de moda en la educación, como en lo demás

Rectoría de la Universidad Complutense de Madrid.
Rectoría de la Universidad Complutense de Madrid.

El supuesto “diálogo” para un “pacto” es magnífica ocasión para saber quienes aspiran a puestos más rentables. Molestar al institucionalismo dominante no es productivo.

La equidistancia también está de moda en la educación, como en lo demás

El supuesto “diálogo” para un “pacto” es magnífica ocasión para saber quienes aspiran a puestos más rentables. Molestar al institucionalismo dominante no es productivo.

También esta actitud es muy frecuente en los humanos. Casi nunca es lo contrario de la distancia, sino un modo de aparentar que no se está con unos ni con otros; como si mostrarse descomprometido no fuera una forma de aparentar neutralidad sin perder pie en posiciones adquiridas. Excusas y pretextos para la equidistancia no faltan en el transcurso de la vida:

            –“Hijo, no te pierdas” -decían las madres cuando en los sesenta se empezaba a protestar por el inmovilismo gris-.

            –“Estoy desengañado de lo que había soñado cuando joven”, -imaginamos dicen ahora-; “a mi edad no debo desentonar…”

La desfachatez equidistante

Les sonará aquello de que en la guerra los dos bandos fueron iguales; o  que todos los políticos también, ya se sabe. Lo han recordado recientemente investigadores avezados en los saltos intelectuales que ayudan a estar donde supuestamente están novelistas y escritores pillados en renuncios porque lo “inapropiado” podría perjudicar subvenciones o apoyos mediáticos que, a su vez, pudieran redundar desventajosamente en el ranking de la estima simbólica. Cuantos escriben saben que optar por una perspectiva silencia otras, pero también si es decente una interpretación de los asuntos a conciencia de que se ocultan las maneras de ver o conmemorar rigurosas, capaces de explicar documentadamente lo acontecido. Elegir lo oportunista suele abundar cuando se tienen expectativas personales; no aporta luz al mejor entendimiento de las cuestiones, pero promociona al maniobrero que rentabiliza la tranquila trayectoria inmutable de convicciones establecidas.

Esa equidistancia suele ser, también, la excusa de quienes han sido pillados en alguna inconveniencia que, sin responder exactamente a los cánones jurídicos de lo corrupto, enturbia lo decente. Generan las disculpas que brotan para intentar tapar el agujero de sospechas que se agranda y algunas, como la de Celia Villalobos respecto a que hubiera una ansiedad por que los dirigentes fuesen pobres de solemnidad, añaden prepotencia señoritil, ofenden por estúpidas y hartan por su hipocresía, lo que siempre huele mal. Suelen desarrollar mucho esta actitud igualmente muchos comentaristas en edad y situación de merecer, y más ahora en que mantenerse en tales trabajos es más azaroso que en  época feudal. Que a uno le arrojen por la ventana en vez de que le hagan salir por la puerta no adorna el buen currículum, y ante el riesgo de exponerse con la verdad que debieran decir honestamente, mejor se subrogan a conveniencia de quien paga. La prudente equidistancia hace ascender en la escala meritocrática del oportunismo y confirma que nadar y guardar la ropa, mantener el término medio -aunque sea el más contrario a verdad- trae prestigio. Los equilibristas siempre han dado buena fama a los circos.

Innovadores en proceso

Con motivo del supuesto “diálogo” para un posible “Pacto político y social en Educación”, entre los 82 comparecientes llamados a opinar destacan los expertos en estos equilibrios de un “arte de la guerra” digno de Sun Tzu. Pocos conocen los problemas reales que tiene el sistema educativo y, en particular, los que coartan al sector estrictamente público: les cae lejos de su experiencia vital. Pero es igual: el formato de esta Subcomisión está diseñado para  que todo valga y que la propuesta final sea un corta y pega aleatorio, sin que consten los criterios a que vaya obedecer. Destacan por ello los comparecientes que hablan por boca de ganso, lo que hace, además, que sean bastantes los que, sabiendo de estos asuntos, los cuentan desde esa posición equidistante  que tanto vale para un roto como para un descosido propiciando que continúen incólumes.

La de éstos es una virtuosa contribución a que lo existente prosiga. Si de paso encumbran su hipotético prestigio personal, pueden labrarse un futuro, mejorar su economía y conseguir alguna medalla. Además de la establecida divisoria del sistema educativo, hay editoriales consolidadas y otras perspectivas de negocio –de alcance internacional- que anhelan aumente la desregulación del sistema, propicio para pretextos innovadores en formato de compras  de software cada vez más sofisticado, cursos de formación online, soportes digitales e instrumentos TIC de diversa envergadura para una enseñanza –dicen- más acorde con los tiempos actuales. Universidades hay e instituciones de diversa tradición que ya no dudan en jugar con este modo de “innovar”, una actitud de mucha rentabilidad en perspectiva.

En este tránsito hacen falta manos y cerebros que, en debates, presentaciones, ferias y propuestas de “pacto”, propicien tales fórmulas de “emprendimiento” en que un sistema público de calidad probada no prospere. Es una ocasión de oro para que las mentes más listas y sin demasiadas rémoras utópicas en torno a las posibilidades de la educación puedan lucirse y ser  cooptadas. Los más perspicaces avizoran bien estas ocasiones. En la madurez, después de largos años en  trabajos que tal vez les dieron nombre pero flaca rentabilidad a otras ambiciones, las azarosas ondas de opinión y poder les posibilitan salir de sus calladas rutinas. Y hacia allí se reorientan  para no perder comba, con leves giros conceptuales y alguna apostilla anecdótica en sus intervenciones que, cuando menos, siembre el ruido en el posible debate. Maestros en la equidistancia, tratan de sentar cátedra, pero en el sentido más opuesto al que en sana producción intelectual cabría, autocomplacientes en su deriva de apariencia transgresora.

Escuela pública de quién

El casting de políticas educativas de la Carrera de San Jerónimo posibilita al lector estar al tanto de estas equidistancias exquisitas. Podrá observarlas si presta atención al uso significativo que se hace de conceptos como “Educación”, “Enseñanza”, “Instrucción”, “Pedagogía”, “Sistema educativo”, “Educación pública”, Educación privada”, “Educación concertada”, “Religión”, “Educación ilustrada”…., “Maestro”, “Profesor”, “Profesional docente”, “Trabajador docente”, “Estatuto docente”, “Formación docente”, “Gestión de centros educativos”, “Gobernanza de centros educativos”, “Comunidad educativa”, “Proyectos educativos”, “Inversión educativa”, “Coste inversor”, “Igualdad de oportunidades”, “Eficiencia”, “Gestión”, “Gremialismo”, “Rentabilidad educativa”... Parecen muchos pero sólo son una leve muestra de un diccionario que casi siempre suele ser un gran enredo nominalista que funciona más como “ficcionario” para distraer a posibles adversarios: todo muy escolástico. Luego, todavía hay que ver cómo se traba y relaciona todo –sin contradicciones-, para que, entre tanta complejidad de asuntos que se entrecruzan en el día a día de la educación real y sus resultados, acertar en la combinación. No es fácil construir la más adecuada para lograr un sistema que sea justo, libre y equitativo, acorde con la convivencia democrática que deseamos para nuestra sociedad. Teóricamente es de los ciudadanos, pero imagínense que pueden y quieren que sea un sistema educativo en  que las potencialidades de todos nuestros niños y jóvenes puedan desarrollarse lo mejor posible y en unas circunstancias de convivencia óptimas. Tendrán muchas claves prácticas para entender que lo que les cuenten o añoren quienes se expresan con tanta locuacidad repetitiva y cansina sobre estos términos, puede ser una tomadura de pelo, en que la equidistancia esté muy colgada de intereses particulares y casi nada del bien común de una democracia educativa.

No olviden que llevamos intentándolo desde 1857 y que falta mucho. Un poco de seriedad. Que no les hagan tragar, por ejemplo, que todo el sistema educativo es público cuando las posibilidades de ir a unos u otros centros escolares y universitarios están, en general, condicionados por situaciones anteriores al nacimiento de los individuos. O cuando, bajo la apariencia formal de que un centro se diga público, las formas de segregación internas pueden ser tan perversas como las de algunos centros de gestión más privada. Para aclarar cuestiones principales como estas podemos preguntarles a los 580.000 “niños de la llave” que, según EDUCO, tendrán un verano problemático porque sus padres tienen empleos precarios. Esa miseria, que tanto limita lo que podría aportarles la escolarización, ya afecta en España -según un estudio de los pedagogos sociales-  al 30% de la población infantil, una tasa que ha venido creciendo desde el inicio de la crisis y que nos sitúa en el puesto 31 de 35 países europeos en pobreza infantil relativa. ¿De parte de qué expertos nos hemos de poner para que esa lacra desaparezca? ¿La solventará la mano invisible del mercado o un pacto caritativo que no apunte a fortalecer una buena escuela pública que sea expresión viva de la solidaridad colectiva? ¿Cómo se imagina usted un futuro en que los niños se clasifican desde pequeñitos en varias categorías según donde nazcan, además de otras que la LOMCE también les asigna?

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