La epidemia incendiaria se convierte en costumbre tras medio siglo de fuego en el monte

Resultado de un incendio forestal en Galicia. / RR SS
Resultado de un incendio forestal en Galicia. / RR SS
Los montes están cada día más "a monte", desaprovechados, descuidados e invadidos por una maleza que nadie se ocupa de desbrozar. En muchas zonas ya apenas quedan los prados y cultivos que actuaban de cortafuegos naturales. Y el eucalipto no deja de ganar terreno por su rentabilidad.
La epidemia incendiaria se convierte en costumbre tras medio siglo de fuego en el monte

Llegó la epidemia incendiaria 6.0. Admitámoslo. Vamos perdiendo la batalla contra los incendiarios. Nos llevan ventaja. Ni siquiera estamos cerca del empate. Los que prenden fuego al monte deliberadamente tal vez no lleguen ni a un par de centenares de individuos en toda Galicia, pero su capacidad de causar incendios devastadores es abrumadora. El dispositivo de la Xunta resulta incapaz de evitar que en muchos de ellos, cada vez más, ardan centenares de hectáreas, con la tragedia ecológica, económica y social que ello supone para una población, la gallega, que para su desgracia ha llegado a naturalizar un fenómeno que, bien mirado, denota una dramática ausencia de autoestima colectiva. Las olas incendiarias solo remiten cuando la meteorología se vuelve propicia. Por lo general, hay que esperar la ayuda del cielo, a que llueva, para que los incendios se apaguen. Sin embargo, suele ser solamente una tregua de unos cuantos días y en cuanto arrecia de nuevo la canícula, vuelta a empezar en una guerra que parece interminable y que crece en crueldad.

Se habla ya de incendios de sexta generación. Son más agresivos que nunca. Su capacidad destructiva supera con mucho la eficacia de los medios de extinción, por más que éstos hayan mejorado. Se trata de llamaradas de hasta veinte metros de altura y de velocidades de propagación que llegan a los diez kilómetros por hora, a poco que el viento sople a su favor. Habitualmente el fuego ataca en varios focos a la vez, en medio de la noche, cuando para las brigadas sería suicida internarse ciertas zonas de monte y los medios aéreos no pueden operar. La abundancia de materia combustible es tal, que por sí misma modifica las condiciones meteorológicas, generando microclimas en los que, dicen los expertos, se crean remolinos, tormentas, cambios bruscos de rumbo, aceleraciones imprevisibles... Eso explica que los frentes de los fuego 6.0 ofrezcan imágenes dantescas, que en unos, la mayoría, causan pavor y en otros, pocos, los pirómanos, una enfermiza fascinación.

Los incendiarios cuentan con cada vez más aliados. Los principales: el cambio climático, el despoblamiento del rural y el envejecimiento poblacional. El paisaje forestal ha cambiado radicalmente en apenas unas décadas. Nuestros montes están cada día más "a monte", desaprovechados, descuidados e invadidos por una maleza que nadie se ocupa de desbrozar. En muchas zonas ya apenas quedan los prados y cultivos que actuaban de cortafuegos naturales. Y el eucalipto no deja de ganar terreno por razones de rentabilidad. Se calcula que ocupa un 15 por ciento del suelo gallego. Los desalmados que prenden fuego al monte saben que todas esas circunstancias juegan a su favor. El perfecto conocimiento del medio en el que perpetran sus fechorías les delata. Incendian la zona que dominan. Y encima cuentan con la complicidad, aunque sea por omisión, de quienes viven en su entorno. Al tiempo, el fracaso de la acción represora alimenta su sentimiento de impunidad.

Después de medio siglo de incendios forestales, nos hemos acabado acostumbrando a convivir con la epidemia incendiaria del mismo modo que con la gripe. Como si, además de estacional, fuera algo inevitable, para el que sirven de poco o casi nada las medidas preventivas. El agresivo virus del fuego intencionado no deja de mutar para crecer en capacidad destructiva, gracias sobre a la actitud negligente o directamente irresponsable de los que encubren a los incendiarios. Y en gran medida de aquellos que tratan de convencernos de que derrotarlos es un empeño inútil en el que gastamos anualmente unos recursos económicos que en la actual progresión pueden acabar superando a las pérdidas causadas por el fuego. Pero sobran motivos para temer la llegada del coronavirus de los incendios. Llegará más pronto que tarde. También nos pillará sin vacuna y en este caso no podremos decir que no estábamos avisados. @mundiario

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