Empujar es de mala educación

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la reunión que han mantenido en La Moncloa. / Pool Moncloa / Fernando Calvo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la reunión que han mantenido en La Moncloa. / Pool Moncloa / Fernando Calvo.

No parece importar. Se está haciendo habitual, sobre todo entre los que esgrimen su “libertad” para hacerse con el espacio público a toda costa. 

Empujar es de mala educación

En los últimos tiempos vuelve a estar de moda empujar. Regresa a los modales cotidianos el arte de desplazar de cualquier modo al otro, no necesariamente al competidor, que también, sino a  quien pueda amagar con serlo. En juegos reglados como el fútbol o el baloncesto, el buen árbitro interviene para hacer que todos los jugadores tengan iguales oportunidades de alzarse con el triunfo; si es malo o venal, degrada y contamina la competición.

En este tiempo incierto, abunda ampliamente este ventajismo, y con él cuantos aprovechan para crear ocasiones inusitadas de vencer al adversario. Aunque la estratagema solo convenza los ya van convencidos, la vida política en su versión televisada, grabada y retransmitida ofrece amplio material de este género en los últimos tiempos. La ansiedad por noquear al contrario parece haber crecido; la “nueva realidad” que traía bajo el brazo la Covid-19, más la añadida por la guerra en Ucrania, han animado mucho este espectáculo.

Empuja que algo queda

Los más nerviosos ya no calculan sus gestos ni sus palabras; les vale casi todo. Repasen, si no, cuanto hayan oído o leído acerca de dos acontecimientos recientes. Por ejemplo, uno en Valladolid de que fue sujeto pasivo una periodista de la Sexta, Andrea Ropero, increpada y empujada por un sujeto, masculino y con largo currículum político en las cumbres del poder ejecutivo, y que ahora, susurra de continuo al oído de la presidenta de la Comunidad de Madrid. La libertad de preguntar que tiene el o la periodista como es su obligación deontológica, se vio desplazada contra su voluntad por este guardián de las esencias del poder hasta el insulto. De paso, aquel esperpento de comunicación, merecedora del “así no” de la periodista, se ha erigido en protector del derecho cívico a estar, al menos, medianamente informado  de lo que ocurre en el espacio público; reclama el derecho a organizar de modo absoluto la opinión de los demás y, si se tercia, el del voto que, de tiempo en tiempo deben poder  ejercitar sin coacciones.

Más reciente, y más ejemplar por haberse desarrollado en un ágora, ha sido lo acontecido en Ourense. En el espacio publico más emblemático de esta ciudad, su Plaza Mayor, justo delante de la puerta del Ayuntamiento, el señor que dice ejercer como alcalde de la ciudad de las Burgas, actuó de peor modo todavía contra una sindicalista que trataba de contar a sus seguidores y a cuantos pasaran por la plaza las razones de una reclamación de los trabajadores del transporte municipal. El supuesto representante de los ciudadanos no los debió atender y, con este procedimiento, en que intervinieron dos guardias municipales, pretendía que tampoco hubiera una huelga anunciada; de ninguna manera, la realidad la marcaba él, y si se mostraba rebelde a sus ideas, la realidad se iba a enterar. El inicio de la agresión lo sufrió la sindicalista quien, además, habrá tenido que oír la mendaz explicación de un señor descompuesto porque el altavoz manual que manejaba la trabajadora podía producirle una grave lesión auricular.

El arte del empujón, si no se hace con la debida zorrería de los emprendedores más desvergonzados, muestra enseguida la torpeza del que lo ejecuta en su desmesurada ambición por sacar al otro del terreno de juego. Las torpezas de MAR –acrónimo del sujeto vallisoletano- superan las que su inteligencia publicitaria pone al servicio de los juegos de sus jefes; desde 1988, hay constancia de ellas en las hemerotecas y, desde abril de 2020 han vuelto a ser visibles en Madrid.  En alguno de los análisis sobre la época de Zapatero encontró tantos “egoísmos” que develar en la izquierda política de aquel “vertedero”–como lo llamó en uno de sus libros- que le sirven de inspiración para ocultar, remediar o soslayar los que transpire el entorno de su jefa actual. En cuanto al Sr. Pérez Jácome, es suficiente caer en la tentación de ver alguno de los programas de su canal televisivo, con que debe imaginar que solaza a los ourensanos; a quienes le elevaron al puesto que actualmente tiene,  y cuantos le sostienen, les falla el oído; el ruido que hace este comercial de instrumentos los ensordece.

Sentido de Estado

Idéntica libertad avasalladora -de los demás- puede decirse que ejercitan bastantes de quienes invocan, cazurramente, el poco sentido de Estado que tengan o dejen de tener la mayoría de las opciones que se barajan con motivo de las escuchas indiscretas del programa espía Pegasus; la excusa es muy vieja, pero la ocasión es excepcional para empujar fuera del campo de juego a no pocos. Todos parecen jugar en esto como si de un combate japonés de Sumo se tratara, a ver si logran expulsar del tatami a unos pocos y, si se tercia, a todos los adversarios. Todo vale y, aunque puedan perder todos, da igual; se divierten creyendo que divierte a los que observan el espectáculo.

Menos divertido, por más oscuro, es otro arte de empujar, el que trata de colar lo que no debiera colarse; para señalar que se está en el combate, va situando pequeños golpes de efecto acompañados de twits que incomoden al adversario y que sepa que se está en la pelea. De este cariz, el mundo educativo tiene continuas demostraciones, tantas que es la continuación de un arte literario. El viejo arte sentimental de la queja ya tuvo abundante presencia en la Biblia y, mucho antes, en las tablillas cuneiformes; no ha cesado ni cesará. Es un malestar  con muchos niveles y muy opuestos agraviados y, por tanto, tiene entre los alternantes políticos, una amplia nómina de candidatos a las lamentaciones.

En este capítulo son especialmente notables las grandes aportaciones que está haciendo Isabel Díaz Ayuso al currículum educativo junto a listas de agraviados prohombres de la cultura y de algunos saberes educacionales. Junto a decisiones que la convierten en el mejor comercial de los negocios privados del sector –quitando de en medio a la escuela publica para que no estropee su “libertad de mercado”-, hay un creciente fondo documental que casi supera ya el extenso arsenal de precedentes que dejó en el cargo Esperanza Aguirre. Lo malo e s que repetir y emular convierte en plagio la supuesta originalidad de preocupaciones por lo público. Le pasa en esto lo que al “pandilleo en la calle”, que anhela tenga su partido; en las cartas que Carmen Laforet y Ramón J. Sender se intercambiaron entre los años cuarenta y 1975, cuando ella mostraba interés por que volviera a España, el escritor aragonés le hacía notar que a los “gamberros” causantes de su exilio no les gustaba su libertad de leer, escribir y publicar “lo que uno cree que está bien”, el único modo de que un país se conozca a sí mismo y ponga en “orden sus recursos”.  @mundiario 

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