Empezamos a saber cómo es “la normalidad”

Un colegio concertado. / Pixabay
Un colegio concertado. / Pixabay

Dependerá mucho del nivel de voz de cada cual; los colegios concertados continuarán siendo oídos, para no ser “segregados” en las ayudas.

Empezamos a saber cómo es “la normalidad”

Dependerá mucho del nivel de voz de cada cual; los colegios concertados continuarán siendo oídos, para no ser “segregados” en las ayudas.

Contaba García Márquez, para que el lector se hiciera cargo de lo repetitivo de muchas pautas que nos condicionan, que en Macondo –la ciudad más literaria de Cien años de soledad-,  “llovió cuatro años, once meses y dos días”. Algo más intenso, por lo reiterativa que era la lluvia en que desenvolvía Cela su Mazurca para dos muertos, era aquel Ourense rural de sus ancestros en las cercanías de Oseira, donde  no le iban a la zaga unos protagonistas que parecían más gente alucinada que real.

Jaque mate

Vivimos ahora en un mes de julio que, con lo recurrente que es hablar de cuanto esté pasando desde que la OMS declaró la pandemia mundial a causa de la Covid-19, no parece sino alucinación lo que acontece. Y más amenaza serlo desde que el uno de junio empezó a cambiar el signo de la cuarentena y, tras la desescalada, vuelven los rebrotes en comunidades como Cataluña y Aragón  o que los ingleses hayan decretado limitaciones a quienes se muevan entre España y Gran Bretaña. Los miedos andan sueltos, mientras la apelación de las autoridades a “la responsabilidad” olvida que el ejercicio del poder tiene momentos agrios como tener que adoptar decisiones que no van al gusto de todos.

Resolver en coyunturas complejas no es fácil; los jugadores de ajedrez saben que hay muchas así en el tablero, cuando piezas principales son acosadas por la táctica del adversario. Pero también es cierto que, no es exactamente un panorama aséptico el que se desarrolla delante de nuestros ojos, ante los que se mueven personas y lobbys que, sabedores de su peso, cuando tienen problemas como los que encadena  la Covid-19-, se saltan la cola. Si se sigue la pista a las medidas o ayudas que se han facilitado a determinados colectivos, y se las compara con los lloros y quejas que han mostrado, antes y después de sus apelaciones a las instancias gubernamentales, puede verse lo obsceno que puede ser el juego del poder real, incluso en un país democrático.

Lo imprescindible

Quienes tratan con asuntos del pasado no dejan de asombrarse con estas repeticiones, en que  una y otra vez la clave es, casi siempre, que alguien tiene poder para que se haga saber cómo hacer pasar por imprescindible e insoslayable cualquier embeleco, por encima incluso de lo que de verdad sea necesario y urgente. Baste una mención a esta técnica trilera que, en definitiva, trata de detraer recursos públicos para una parte, más o menos significativa –pero privada- de la sociedad.

En el territorio de las políticas educativas, que ha tenido cabida en los acuerdos de “reconstrucción” post-Covid-19, se había acordado destinar una importante cantidad de recursos a la enseñanza pública, pero pronto hubo voces que reclamaron “igualdad” de trato para la concertada han sido atendidas y, para “no segregar” o, como dijo el presidente de una de las asociaciones habituales en este tipo de reclamaciones en pro de la enseñanza privada –católica por más señas-, porque “la opinión pública no está por la escuela única”. Después de lo cual, según titulaba El Pais este pasado día 21 de julio: “PSOE, Podemos y ERC cambian de postura y proponen que la escuela concertada no quede excluida de las ayudas del Gobierno para el coronavirus”.

La Historia de la Educación en España tiene constancia explícita del origen de los “colegios concertados”: qué son, cómo eran antes de 1985 y quiénes los acunaron siempre, incluso en la crisis de 2008, en que creció su ayuda mientras le recortaban sensiblemente el presupuesto a la red pública. El papel principal que en esta historia ha tenido siempre la jerarquía eclesiástica, aprovechando coyunturas problemáticas de la vida política es principal: el Concordato de 1851, el de 1953 o los Acuerdos de 1979 lo expresan claro. Más misterioso es que, sin ley o decreto que haya puesto en cuestión su presencia pública, la Iglesia se haya posicionado cada vez mejor  en el sistema educativo español, aunque el número de creyentes practicantes siga acelerando su mengua cuantitativa desde los años setenta.

Lo raro

Resulta extraño, por tanto, el fervoroso favor de este Gobierno, que parece repetir el de Zapatero respecto al IRPF. Y más extraño cuando tiene personas conocedoras del absoluto predominio que, en este terreno, tuvieron durante los años franquistas; cómo colaron en el Ministerio de educación a sus mejores peones -desde Pemán hasta Méndez de Vigo, pasando por los ínclitos de toda la etapa franquista de 1ª y 2ª ola-; cómo han controlado los presupuestos educativos y el BOE casi siempre; cómo lograron infinitas subvenciones para colegios de una u otra categoría desde 1941 y, sobre todo, 1953 -con la “función social” que les eximía del 50% de los impuestos de entonces y les facilitaba créditos muy cómodos-  y que la LGE de 1970 repetía de nuevo; cómo tuvieron el reconocimiento de la LODE para sus  colegios; o, entre otras muchas situaciones, han contado con neoliberalismo conservador de Esperanza Aguirre desde 2003.

Después de tantas loas a la “memoria” es raro que en este Gobierno nadie quiera acordarse de aquella postguerra victoriosa, en que además de la depuración de maestros y profesores, redujeron a prácticamente uno por provincia el número de institutos en toda España, con cambio de nombre incluido en muchos. En fin, es muy extraño que no se tome en consideración el dinero que esta gente ha recibido; desde primera hora de aquel Régimen los enormes recursos que tuvieron para construir y reconstruir seminarios y conventos, entre otros bienes patrimoniales, tantos que Carrero Blanco llegó a cifrar en 300.000.000.000 de pesetas de la época aquella inversión societaria. Y a esa cantidad se han de sumar los subsidios recibidos tras los Acuerdos de 1979 y 2005.

En un mundo tan plural como el actual, no es fácilmente inteligible  que, en medio del panorama creado por la Covid-19, el Estado se siga arrogando como algo “fundamental”  la protección espiritual de sus ciudadanos mediante privilegios para una creencia, de la que es bien sabido que los colegios concertados –privados en definitiva- son una extensión privilegiada suya, orientada primordialmente a una selección social con finalidad doctrinaria. Que en este “Gobierno de progreso” no lo quieran ver, más que cuestión de escaños, lo es de redaños para que lo imprescindible no se coma  lo necesario. Gil de Zárate, uno de los hombres que mejor conocía España, ya dejó escrito en 1855 que: “La cuestión de enseñanza es cuestión de poder […]. Entregar la enseñanza al clero, es querer que se formen hombres para el clero y no para el Estado [.....] es hacer soberano al que no debe serlo [....]. Trátase de quién ha de dominar a la sociedad: el gobierno o el clero”. @mundiario 

( Anque non digan nada na tele,

nembargantes chove,

non para de chover.

¡Pobres dos pobres!)

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