Empatía, resiliencia y distancia en el discurso del Jefe del Estado

El rey Felipe VI en su mensaje de Navidad de 2020. / Mundiario
El rey Felipe VI en su mensaje de Navidad de 2020. / Mundiario

Felipe VI solo ha recibido las críticas de quienes lo hubiesen hecho en cualquier caso, mientras que la mayoría del arco político ha respaldado un discurso oportuno, medido y muy alineado con el discurso del Gobierno de Pedro Sánchez.

Empatía, resiliencia y distancia en el discurso del Jefe del Estado

Se había generado una expectación morbosa alrededor del mensaje navideño del Rey, especulándose con las posibles alusiones a la conducta de su antecesor. Al tiempo se había filtrado la intervención del Gobierno en la elaboración del discurso, no sabemos si en forma de grandes líneas o en  detalles. Lo cierto es que sólo ha recibido las críticas de quienes lo hubiesen hecho en cualquier caso, mientras que la mayoría del arco político ha respaldado un discurso oportuno, medido y muy alineado con el discurso del Gobierno.

El discurso ha tenido tres ejes argumentales. El primero, la empatía con la sociedad española que ha sufrido la doble crisis sanitaria y económica, especialmente con los sectores más afectados a los que ha enumerado: fallecidos, enfermos, sanitarios especialmente, cuerpos de seguridad y jóvenes. Lo ha hecho con palabras precisas deteniéndose en el sufrimiento y la desesperanza que han provocado. Contradiciendo en cierta forma su propio imagen con frecuencia calificada de distante y fría.

El segundo argumento ha sido la resiliencia, el reconocimiento de la capacidad del país, como sociedad colectiva, de superar y trascender los difíciles momentos actuales aludiendo expresamente al ejemplo de otras crisis pasadas. Un mensaje de esperanza pero también de confianza en la capacidad de la sociedad y de las instituciones para recuperar cuanto antes la normalidad en la convivencia.

Finalmente ha marcado una distancia nítida con su antecesor e implícitamente, donde se ve la mano del Gobierno, con la corrupción del último Gabinete conservador. La apelación a los valores éticos y morales como indisociables de la Corona, de la familia y de cualquier otra consideración, es un mensaje directo al Rey emérito, expatriado y abandonado por todos a su suerte ante los Tribunales de Justicia. Dirimidas las responsabilidades políticas con la abdicación, y las de la Corona con la batería de medidas acordadas por Felipe VI durante el último año, será la instancia judicial donde se sustancie y valore para la posteridad la conducta personal del anterior monarca.

Al hacer suyo el discurso, impecable en la forma y en el contenido, el Gobierno marca también una línea con la tolerancia ante la corrupción. Todavía quedan muchos procesos pendientes en los juzgados de toda España pero el mensaje es claro, no puede haber tolerancia ni impunidad. Si el Gobierno mantiene esa línea argumental en los hechos y avanza en las reformas legales que refuercen una cultura de la legalidad, marcará un hito en la historia democrática. La sociedad, zarandeada por los problemas recientes ha elevado el nivel de exigencia moral ante las conductas reprobables. Los medios de comunicación, otrora más indiferentes, son hoy punta de lanza del control de los diferentes Gobiernos.

El actual Jefe del Estado es por definición una figura solitaria, sin referentes homologables en la sociedad. Sus privilegios son también un marco rígido de constricciones que lo aisla de la sociedad. A diferencia del estilo de su antecesor, directo y próximo, ha cultivado el distanciamiento y  ha reforzado su papel institucional. Pero está sólo, cuestionado por algunas fuerzas políticas que gobiernan Comunidades e incluso por uno de los socios del Gobierno. No corre peligro la institución pues la reforma constitucional ni es posible ni es conveniente, pero la crítica constante implica una cierta erosión. Nada que no hubiese ocurrido con una figura como la de Presidente republicano y ahí está el ejemplo triste de los dos Presidentes de la Segunda República española.

Las monarquías europeas, anacrónicas en las democracias, sólo se justifican por la utilidad. Sin funciones ejecutivas de ningún tipo, con escasas atribuciones representativas, sólo demuestran dicha utilidad en momentos muy singulares como las consultas para la formación de Gobierno, a veces muy complicadas como ha ocurrido en España recientemente. Si además contribuyen a una función de ejemplaridad institucional habrán reforzado su legitimidad. Ayer Felipe VI lo hizo con claridad y firmeza. @mundiario

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