El presidente Rajoy va por la calle políticamente descabezado, como un reo de Almanzor

Luis Bárcenas, haciendo un gesto a la prensa, en Barajas.
Luis Bárcenas, haciendo un gesto a la prensa, en Barajas.
Muchos de los suyos, los barones autonómicos y municipales, consideran en privado -o sea, cada vez que aparece un periodista- que va camino de convertirse en el Zapatero de su partido.
El presidente Rajoy va por la calle políticamente descabezado, como un reo de Almanzor

Cuenta la leyenda que el caudillo árabe Almanzor blandía un alfanje tan afilado que podía decapitar a un adversario sin que éste se diese cuenta de que acababan de separarle la cabeza del cuerpo. El infortunado solo se percataba de su condición de ya muerto cuando trataba de girar el cuello a la derecha o a la izquierda, momento en que se desplomaba con el asombro como antesala de la muerte. Como un reo de Almanzor, el presidente Rajoy camina por la calle, políticamente descabezado, partido en dos por las hojas de folio que, afiladas como el acero toledano, le lanza con precisión de ninja Luis Bárcenas -Luis el cabrón- uno de los suyos. Rajoy se sostiene por su empeño en mirar al frente, en no desviar su atención a derecha o izquierda. Preparado para las fiestas de verano, mientras no llegan los toros en Pontevedra, camina a trompicones como un gigante hierático o se transforma en cabezudo silente en ese espectáculo dadaísta de las ruedas de prensa sin preguntas en las que comparece, pura epifanía virtual, a través de una pantalla de plasma.

Rajoy no escucha porque no quiere escuchar lo que le dicen los otros, pero, sobre todo, porque teme saber lo que ya comentan los suyos. Muchos de los suyos, los barones autonómicos y municipales consideran en privado -o sea, cada vez que aparece un periodista- que va camino de convertirse en el Zapatero de su partido. Cuando en otoño de 2010, conscientes de que la ola que se avecinaba los engulliría a todos, algunos referentes autonómicos o locales pidieron en voz alta al entonces Presidente que adelantase la convocatoria de Generales, este zanjó la cuestión renovando el “me cueste lo que me cueste”. El coste, me temo, todavía está por saldar. Con semejante antecedente, los barones populares empiezan a pedir a Rajoy que haga el camino inverso, que asuma la crisis de gobierno necesaria, incluida su propia dimisión, pero que no arrastre a todo el partido en su caída.

Mientras se sustancia el nuevo calendario electoral, mientras se debate ya si Rajoy debe irse o no, el país vive sin gobierno, con un partido víctima, por fin, de la gigantesca broma que muchos de los miembros de su cúpula le han gastado a la ciudadanía durante años. Porque antes de que lleguen las elecciones, antes de que debatamos los mecanismos de regeneración del sistema de partidos, antes de que decidamos quien debe gobernarnos en una nueva etapa, es imprescindible que pensemos en voz alta. Que reflexionemos sobre lo que significan, al final, los papeles de Bárcenas. Lisa y llanamente, que quienes nos piden que nos apretemos el cinturón, que rebajemos nuestros sueldos, que renunciemos a las becas o la formación académica, lo hacían no desde el convencimiento desde una receta ideológica, sino desde un burladero forrado de billetes. Que todas aquellas elaboraciones sobre la ineficacia de lo público y la necesidad de privatizar los servicios la defendían quienes contaban con un suministro permanente de dinero contante, sonante y no fiscalizado, para recurrir al colegio privado, al médico privado, al seguro privado, al plan de pensiones privado o, directamente, a las cuentas en paraísos fiscales. Vamos que mientras 6 millones de españoles madrugan para ir a renovar el paro, unos pocos esperan en sus despachos que llegue el sobre del dinero, recibido entre risas apenas veladas tras el humo de los habanos o la cortina multicolor de los Lacasitos. Con la excepción, eso si, de Javier Arenas.. El señorito -faltaba más- espera en el Palace…

El grito de protesta de tantas manifestaciones “no es economía, es ideología”,se ha revelado como falso. No hay, no había ideología, detrás de las medidas. No había teoría económica, reflexión de mercado, estudio macro. Había sólo la sensación de impunidad de los que llevan años recibiendo sueldos oficiales y sobresueldos extraoficiales, la tranquilidad obscena de los que, a diferencia del conjunto de los ciudadanos, hace tiempo que dejaron de preocuparse por el dinero o cómo ganarlo. El dinero llega, puntual y en un sobre. Y a los demás nos queda la sensación de burla, de haber entrado en un chiste de El Roto o en una tira de Quino, de esas en las que las damas de alta sociedad sueltan perlas acerca de los pobres, “que encima de que ganan poco se empeñan en gastarlo en productos de mala calidad y así, claro, no mejoran nunca”.

Como en el final de Viridiana, los cargos del PP han levantado sus faldas y nos han enseñado sus partes, tapadas por enaguas de sobres entrecosidos. Y ya, antes de volver a hablar de política, tenemos que exorcizar la vergüenza. Reconocer en voz alta la burla de la que hemos sido objeto y decir, como el niño del cuento, que el Emperador va en cueros, o mejor dicho, que el Emperador va vestido de oropel, Rolex, trajes a medida y bolsos de Prada. Y que los demás, después de todo lo que hemos peleado durante cuarenta años, volvemos a ir desnudos, y, a falta de mejores valedores, vamos camino de convertir a Bárcenas, Luis el cabrón, uno de los suyos, en nuestro Robin Hood.

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