El franquismo que no cesa

Franquismo y monarquía.
Franquismo y monarquía.

No parece aventurado sostener que en los últimos meses estamos ante un escenario de decreciente libertad política y creciente autoritarismo, que ha “explotado” en Cataluña y que ha sido advertido además por los calificadores internacionales, que rebajaron un poco la nota a España.

El franquismo que no cesa

No parece aventurado sostener que en los últimos meses estamos ante un escenario de decreciente libertad política y creciente autoritarismo, que ha “explotado” en Cataluña y que ha sido advertido además por los calificadores internacionales, que rebajaron un poco la nota a España. Como siempre, habría mucho que hablar, pero muchos achacan ese autoritarismo al Franquismo residual —“los franquistas del 155”, y demás—, que ha venido a ser un auténtico “rayo que no cesa”.

Pero precisamente si no cesa, uno ya se cuestiona: ¿cómo va el Franquismo a explicar todo lo no democrático de hoy, cuando ya hace más años que murió Franco que todos los que gobernó?

No es fácil responder. Por lo pronto, más duró el Salazarismo, y sin embargo los portugueses no están obsesionados. Que hoy crece el autoritarismo, es claro, pero es importante saber de dónde procede: si procede del Franquismo, algún día pasará, como todo lo basado en una persona; de lo contrario, ese autoritarismo tendría que proceder, a fortiori, de... la sociedad española misma, conclusión bien incómoda.

Las alternativas serían tres: una, que este neo-autoritarismo sea Franquismo en conserva, como dice mucha gente; dos, que en el fondo sea el autoritarismo español de siempre (España nunca fue muy demoliberal, la verdad); tres, que sea básicamente nuevo. Por descontado, no serían tres compartimentos estancos sino tres etapas con distintas proporciones.

Que proceda sólo o principalmente del Franquismo, parece difícil. Ningún gobernante solo, dictador o no, podría fabricar tal conjunto de actitudes duraderas —casi una cultura política—; menos aun, un hombre poco carismático (en el sentido usual), no especialmente intelectual y con un régimen muy pobre ideológicamente, como se vio a su muerte. A diferencia de Hitler u otros, Franco era un dictador más del pasado que del futuro; como un regente que pasa la corona al siguiente monarca. En el fondo muchos españoles preferirían que el problema fuera del Franquismo, porque si es de España, no pasará fácilmente e incluso puede crecer, como ahora. Según mi modesta conjetura, el Franquismo ya se acabó hace algún tiempo.

Segunda alternativa: que sea el autoritarismo español de siempre, con algunos toques franquistas, claro. Ello implicaría reconocer que siempre hubo un autoritarismo español, al que Franco pudo, si acaso, dar una vuelta de tuerca, pero no crear; que España siempre ha sido políticamente autoritaria y que el liberalismo político ha sido, y es, una rareza. La realidad es que la tradición política española —incluyendo iconos progresistas como Carlos III y la Segunda República— es de centralismo territorial, escasa libertad política y débil sociedad civil. España tiene menos tradición constitucional que Chile: ¿hubo alguna vez aquí cincuenta años seguidos de aceptable constitucionalismo demoliberal? Desde 1978 parecíamos ir por ahí; hoy, ha dejado de estar claro. Ninguna constitución fue un ‘documento vivo’, excepto la actual, si es que sigue siéndolo hoy. ¿Fue España alguna vez democrática y descentralizada antes de 1936? ¿Y cómo fue realmente de 1936 a 1939, verdades oficiales aparte? ¿No encarceló la Segunda República a Companys? ¿No reprimió campesinos brutalmente en Arnedo, Casas Viejas y Castilblanco? Me temo, por tanto, que los años sin democracia más hayan sido 400 que 40, y entonces lo excepcional del Franquismo sería más su origen bélico y su larga duración (de ahí su reblandecimiento con el tiempo) que su autoritarismo.

Y tercera posibilidad: un nuevo autoritarismo, sólo en parte debido al Franquismo y a la tradición anterior; un autoritarismo nuevo, postmoderno, postdemocrático, tecnológico, mediático, fiscal, amoral, controlador, implacable; reformulación originada en tiempos de Aznar, según creo. Una novedad es su amoralidad: los mismos que aprueban cuanto nuevo derecho sexual o reproductivo haya, recortan tranquilamente las libertades de manifestación y expresión, aceptan el Derecho penal “del enemigo” u ordenan una dura represión policial. Adiós a ciertas asociaciones automáticas antes dadas por supuestas: democracia-liberación sexual, relativismo moral-democracia (y, por cierto, adiós a capitalismo-democracia, competitividad-democracia, libre comercio global-democracia). En la realidad, no había entre esos términos paralelos ninguna armonía preestablecida y por ello de ciudadanos pasamos fácilmente a súbditos: consumistas, hipersexualizados y tecnológicos, pero súbditos, controlados, sumisos. Por eso hoy florecen actitudes antes jamás vistas en España: “pasión por ley y orden”, “la ley es la ley”, estimar a la policía (cosa que antes no se le ocurriría a nadie; el español simpatizaba más con el bandolero que con el guardia que lo perseguía), creer al estado, pasividad, “panopticon”. Y esto no procede del Franquismo, ni tampoco de antes.

También es nuevo el apoyo social espontáneo al gobierno y a la policía pese a su actuación en Cataluña. En España, jamás la gente amó espontáneamente al gobierno ni a la policía; su adhesión era al rey, pero no a sus validos; los franquistas, a Franco, pero no al estado abstracto, ni a la ley, ni a los “Grises” (la policía). La razón es que los españoles eran muy personalistas y no veían bien a priori ninguna autoridad institucional y abstracta. Hoy, ese autoritarismo interiorizado “in the hearts and minds” puede verse —y más en España que, pongamos, en Portugal—, por ejemplo, en los comentarios de los lectores de periódicos y redes sociales; se diría que algunos comentadores parecen tener un guardia interior y unas convicciones tan políticamente correctas que no necesitan autocensurarse; ya están un paso más allá.

Todo eso fue precedido y posibilitado por un gran cambio antropológico-cultural: el pueblo español ya no existe. Antes, los españoles eran anárquicos, indómitos e ingobernables; hoy, al revés. Antes, les molestaba todo aviso de “Prohibido” en los tranvías (fumar, apearse, etc.); ahora, cumplen la ley y juran que eso es democracia. Tradicionalmente, había escasa libertad política pero no escasa libertad meramente personal; hoy, uno está videovigilado hasta en mi panadería. España —decíamos— era más personalista que institucionalista: los españoles eran un desastre político, pero muy humanos; hoy, siguen siendo más humanos que los nórdicos, pero menos que italianos, portugueses y latinoamericanos. Estos no han interiorizado (o menos) el neo-autoritarismo mental; por eso ahora somos cada vez menos como nuestros parientes y más “germanos del sur”. (Vista la reciente involución, hay quien dice “turcos del suroeste”, pero dejemos eso ahora). @mundiario

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