Proclamo el Estado de Alarma Civil

Guardia Civil. / RR.SS.
Guardia Civil.

¿Qué paradoja, no? A los que saben los dejamos morir; a los que no saben los dejamos mandar...

Proclamo el Estado de Alarma Civil

Ante el Estado de Alarma Oficial, proclamo el Estado de Alarma Civil: ¡mucho ojo con los reales decretos, las Arcas de Noé, la geolocalización, el mando único, las coartadas de los expertos, los halagos a la heroicidad anónima, la ingenua o perversa exaltación mediática y el movimiento “okupa” de los gobernantes en la libertad de los gobernados. ¡No es por miedo, es por precaución...!

Si yo sé que lo hacen todo en aras del bien general, hombre. Para evitar contagios, para salvar a soldados Ryan, suboficiales, oficiales y comandantes jefe de ese ejército de batas blancas, miradlo, en esta larga, extensa, encarnizada y letal batalla que convierte a la masacre de Stalingrado en una anécdota y a Hiroshima, Hiroshima mon amour, en un antecedente de lo que puede llegar a perjudicar la salud de la especie humana la manipulación alevosa o la mutación sigilosa de cosas tan diminutas como el átomo, la Covid-19 y la madre que los parió. Yo deduzco que solo planifican aislar a la mujer y el hombre “positivo” con la sana intención de evitar que se conviertan en homicidas involuntarios de la mujer y el hombre “negativo”, a ver si me entiendes, pero no puedo evitar la inquietud que me produce ese hipotético atajo al que han empezado a llamar “Arcas de Noé”, que por un lado yo qué sé y por otro qué quieres que te diga.

Yo mantengo la presunción de inocencia de los gobernantes ante las escalofriantes cifras de bajas de los gobernados que han caído, están cayendo y todavía caerán en acto de servicio a una sociedad que practica el exilio de las residencias, que se resigna a la selección natural hospitalaria en Urgencias, y que se mantiene en estado contemplativo en los balcones, se cita a las 20 horas de cada tarde, a intentar ahuyentar su pánico con aplausos, y mira para otro lado mientras un facultativo, caminando por la cuerda floja de la deontología, emula a los césares romanos cuyos dedos pulgares, hacia arriba o hacia abajo, decidían quiénes iban a intentar vivir y quiénes iban a ser, inexorablemente, morituri. Yo lo flipo con ese colectivo de semisintomáticos que la medicina de familia ha devuelto a corrales y esa incalculable legión de asintomáticos que, utilizando términos bélicos, como les gusta a los miembros y miembras del Comité Técnico, son o somos devastadores campos de minas en el presente y lo serán o lo seguiremos siendo mientras dure la guerra.

Chico, en este bíblico diluvio universal de virus que está anegando la Tierra, con parciales, ideológicas y fanáticas excepciones que no impiden que pueda cumplirse la regla, los que mandan (habitualmente menores de 65 años), cuando salen a las palestras televisivas intentan convertirse en parte de la solución, pero acaban formando parte del problema. No, de verdad, están más acojonados delante de las cámaras que ustedes y yo ante las pantallas de la tele. Luego, cuando se apagan las luces de la España oficial, empiezan a salir los que saben (habitualmente mayores de 65 años), o sea, mera población de riesgo, potenciales morituri, vamos, y no me preguntes cómo transmiten la sensación de que son parte de la solución y, de paso, dejan de ser parte del problema. ¿Qué paradoja, no? A los que saben los dejamos morir; a los que no saben los dejamos mandar.

Por cierto (y termino), como suelen anunciar los políticos en sus redundantes y titubeantes sermones de la montaña de estos días: mucho cuidadito con los reales decretos, con los “lazaretos”, con la geolocalización y la cosa. A los seres humanos es que les pones un galón, una cartera de ministro, un BOE, un Estado de Alarma, o sea, le das la mano y, ya sabes, pueden tener la tentación de cogernos el brazo.

Ya sé, ya sé que estamos vulnerables, indefensos, a merced del Consejo de Ministros y los expertos oficiales que, en este momento tan oscuro, han impuesto el toque de queda en nuestras vidas. Ya sé, también, que ante el tsunami de letalidad que mantiene nuestros corazones encogidos, el miedo nos paraliza. Pero conviene no olvidar, ahora que las calles no son nuestras, que la libertad está en cuarentena, que la democracia circula sobre arenas movedizas, el ingente número de antecesores nuestros que se dejaron la vida, por los siglos de los siglos, tras haber experimentado que vivir sin libertad no merecía la pena, no era un buen negocio para ellos, ni para sus hijos, ni para los hijos de sus hijos, ni para nosotros, ni para nuestros hijos, ni para los hijos de nuestros hijos... @mundiario

 

 

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