Educación roja versus educación azul: ¡esa psicopática partida de ping-pong!

Patio de un colegio.
Patio de un colegio.

La industria agropecuaria política española lleva décadas blindada contra las plagas de ciudadanos con criterio propio. Las distintas leyes de Educación han fumigado los cultivos y vacunado a las cabezas de ganado humano contra cualquier tentación de pensar, luego existir, por sí mismas.

Educación roja versus educación azul: ¡esa psicopática partida de ping-pong!

Qué cosa dices, ¿el conflicto de las reválidas? Por una parte yo qué sé y por otra qué quieres que te diga. Ni con ellas ni sin ellas tienen nuestros males remedio, como decía la copla que popularizó Emilio José en los 80. Con ellas, porque corremos el riesgo de averiguar lo que no han aprendido nuestros hijos y, sin ellas, porque jode un montón quedarse con la duda de cómo y cuánto han aprendido. Las dos Españas están tan marcadas por el odio en tonos rojos y azules desteñidos, que ni siquiera le dan una oportunidad al color esperanza en una zona común y de nadie educativa.

Del “sólo sé que no sé nada” a la eclosión de los “sabelotodo”  

Tras siete leyes o intentos de leyes orgánicas de educación (una franquista, una centrista, cuatro Psoecialistas y dos PPopulares), vamos de victoria en victoria hasta la derrota final. La generación de jóvenes mejor preparados de nuestra historia, como divulgan las voces de los tenores huecos y coros de grillos que cantan a la luna, han perdido la fórmula de la humildad como antídoto infalible contra la ignorancia transgénica que siembran y cosechan las codiciosas ideologías secuestradas por fanáticas sectas de izquierdas y derechas, miradlas, obsesionadas con “okupar” eso que llamamos el poder establecido. Hemos pasado de la fertilidad del “sólo sé que no sé nada”, atribuido a Sócrates, a esa esterilidad del “sólo sé que lo sé todo”, que pregonan en la actualidad los gurú económicos, políticos, culturales y sociales a través de las cajas de resonancia mediática, je, con los resultados por todos conocidos desde que se elaboran los dichosos “informes PISA” que, por lo visto y oído en materia de Educación, nos los estamos tomando en España como un fleco de la Leyenda Negra que nos ha servido, nos sirve y seguirá siéndonos muy útil para disculpar nuestros errores, ¡qué inmensos errores!, a lo largo y ancho de nuestros sucesivos y desdichados Episodios Nacionales.

No recuerdo, la verdad, qué ley de educación estaba en vigor en España cuando Miguel Servet despejó la incógnita de la circulación de la sangre, o cuando Ramón y Cajal asombró al mundo con su viaje al centro del sistema nervioso humano, o cuando Severo Ochoa contribuyó a descifrar la clave de la infranqueable caja fuerte que guardaba los más íntimos secretos del ADN. Pero sé que, in illo témpore, no había ningún Villar Palasí, ningún Maravall/Rubalcaba, ningún Wert, ningún ministro de la cosa de esos de paso intentando teñir la educación de todos del color exclusivo con el que ellos contemplaban la vida.

Educación aséptica versus Educación contaminada

Con la educación de fondo y aséptica se pueden contrastar, analizar y adquirir criterios propios sobre albores y ocasos de las ideologías; con la educación de forma, ideologizada y legislativizada (perdón por el malintencionado palabro), a mis escasas luces resulta imposible alcanzar los fines individuales y resulta muy sencillo caer en la tentación gregaria de justificar los medios colectivos. A la política, a los políticos, les acojonan los ciudadanos que piensan por sí mismos y consideran anecdótico el ser o no ser, por ejemplo, de las dichosas revalidas de nuestros actuales descontentos. Lo que les mola son los colectivos, las rebeliones de las masas manipulables, la búsqueda insaciable del pensamiento único que, en el fondo, aunque el hermoso árbol de la democracia no nos permita contemplar el siniestro bosque el bosque animado, es la utopía final del totalitarismo que se mantiene en ebullición permanente en las calderas de eso que llamamos partidos políticos.

Prefiero la unión de la fuerza a la fuerza de la unión

Me confieso, padre, de ser un sólo ante el peligro de la fuerza de la unión que, a mis escasas luces, aspiro a encontrarme con muchos solos ante la esperanza desesperada de alcanzar una unión que haga la fuerza ¡Cuántos solos hacen falta, oh, Dios, para neutralizar a tantos Vicentes que vienen y que van hacia donde van las gentes! ¡Cuánto criterio propio, o sea, cuanta educación incolora se necesita en este país, como decía Churchill,  para que los hombres y mujeres empiecen a cambiar de partido por el bien de sus principios, en vez de cambiar de principios por el bien de sus partidos!

Entre tantos sermones de Mesías en las cumbres de las montañas de IU, de Podemos, de Ciudadanos, del PSOE, del PP y demás satélites de derechas e izquierdas, con falsos milagros de los panes y los peces incluidos, me quedo con la advertencia que le dejó de herencia Sir Winston al caduco occidente: “Una nación que odia su pasado no tiene futuro”.

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