¿Hasta dónde el Gobierno de Rajoy habla por boca del Rey Felipe VI?

Felipe VI, en su primer discurso navideño como rey de España. / Casa Real
Felipe VI, en su primer discurso navideño como rey de España. / Casa Real

¿Puede el jefe del Estado no hacer la menor alusión al hecho de que una de las personas que tienen el mismo derecho que él mismo a ostentar su magistratura es reo de una causa ordinaria?

¿Hasta dónde el Gobierno de Rajoy habla por boca del Rey Felipe VI?

¿Puede el jefe del Estado no hacer la menor alusión al hecho de que una de las personas que tienen el mismo derecho que él mismo a ostentar su magistratura es reo de una causa ordinaria?

Se considera que el paradigma del discurso político es aquel que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio en el drama César, cuando aquél, tras el asesinato del emperador, obtiene licencia de Bruto y los conjurados para hablar a la plebe. Marco Antonio, en su relatorio fúnebre no hace otra cosa que alabar a Bruto y a sus cómplices por ser “hombres honrados”, pero maneja las palabras de tal modo que va elevando la temperatura de la masa, pues consigue que ésta interprete como él quiere todo lo contrario de lo que aparentemente dice. Eso es la técnica del “metalenguaje”: decir una cosa de tal modo que se entiende otra.

Yo tuve esa sensación escuchando a quien a sí mismo moteja de “Primer Rey Constitucional” (lo que me hace preguntarme qué era entonces su padre), pues su discurso, técnicamente impecable en secuencias, elevaciones de tono y el resto de los recursos expresivos que denota un buen preparador y entrenamiento, me recordaba a Marco Antonio en la pieza invocada: sobrevolaba las cuestiones candentes de modo tan hábil que muchos creerán  que realmente las ha abordado a fondo. Y no fue tal cosa.

Expresemos nuestra perplejidad por la ausencia en su discurso de la alusión directa a las víctimas del terrorismo, precisamente en un momento en que, gracias a las imprevisiones del Gobierno, los más terribles y no arrepentidos asesinos están saliendo de las cárceles, para escarnio y vergüenza de la nación toda. Pero eso, pese a la gravedad del caso, no ha sido lo peor.

¿Puede el jefe del Estado no hacer la menor alusión al hecho de que una de las personas que tienen el mismo derecho que él mismo (en el orden que sea) a ostentar su magistratura es reo de una causa ordinaria, con consecuencias imprevisibles que en todo caso afectan a la propia imagen de la institución?

¿Dónde están los cambios, la transparencia y la valentía que se espera de un tiempo nuevo?

Hace tres años, tras el estallido del caso Urdangarín, uno de los periodistas que mejor conoce la Casa Real y la Monarquía, el ex director del diario monárquico ABC, escribía unos días antes del famoso discurso de Navidad de Juan Carlos I, cuando dijo aquello de que “todos somos iguales ante la Ley”: “Para superar la crisis de imagen que haya podido sufrir, o esté sufriendo la monarquía, es preciso que ésta se gubernamentalice. Lo que consiste en que la Jefatura del Estado, como sucede ahora pero asistemáticamente, se convierta en un instrumento institucional al servicio de los intereses nacionales”.

Esta es la cuestión: ¿Quién escribe y cuál es la sintonía de su contenido con el propio Gobierno? Como recordaba Zarzalejos, el ejecutivo británico es “Gobierno de su Graciosa Majestad”. Y cuando se abre el Parlamento, la Reina lee el discurso que le prepara el premier y su gabinete Algo parecido ocurre con el resto de las monarquías parlamentarias de Europa. Como subraya el periodista vasco, “el jefe del Estado sirve a los intereses de la nación bajo el criterio del Gobierno, con el margen de decisión propia lógico pero estrictamente limitado. El modelo británico es el más precoz y sólido de monarquías parlamentarias y otras, como la noruega, danesa u holandesa -incluso la belga- no difieren en demasía. Así, cuando habla el titular de la Corona la sociedad respectiva sabe que a su través se está pronunciando institucionalmente el propio Gobierno.”

¿Qué ocurre en España? Tradicionalmente se ha entendido que el Rey y sus asesores redactan los mensajes institucionales que, antes de ser emitidos han de ser revisados por el Gobierno, ya que no puede o debe haber disonancia entre el papel del monarca y el ejecutivo que, a través de las urnas, han elegido los ciudadanos. ¿O no? Zarzalejos, que no es precisamente republicano, dice que el Gobierno democrático de España, al margen de su color, ha de expresarse a través del Rey en las ocasiones más solemnes y en sus intervenciones más significativas.

Y añade: “No basta con el carácter simbólico de la Corona: hay que dar el paso de engarzarla eficientemente en el sistema operativo de la gestión de los intereses públicos y ofrecer la certeza de que la Jefatura del Estado, siempre cuidando a través del Jefe de su Casa (que tiene categoría de ministro) de que su perfil constitucional, moderador, arbitral y apartidista no padezca nunca, responde a los dictados de las urnas a través de su simbiosis con los Gobiernos queridos por el pueblo y el Congreso”.

¿Debe el Gobierno meter mano en lo que dice el Rey o éste debe pronunciarse libremente sobre lo que le apetezca?

En el interesante libro de Manuel Soriano, “Sabino Fernández Campo. La sombra del Rey”, donde se hacen interesantes revelaciones que sólo se conocían en la Zarzuela (como que el conde de Barcelona pretendió que le otorgaran el tratamiento de “Rey” del que ahora disfruta su hijo o el sufrimiento del leal edecán por las escapadas del monarca, con frecuencia más atento a sus impulsos de bragueta que al interés del Estado), se menciona el caso del discurso de Navidad de 1990, en el que Felipe Gonzáles eliminó las referencias a la corrupción que ya estaba en su apogeo e introdujo un ataque a la prensa por su creciente contenido crítico hacia su Gobierno.

Felipe no tuvo dudas. Ni creo que las haya tenido Rajoy. O sea, que los ciudadanos deberíamos tener claro hasta dónde lo que escuchamos sale directamente del ejecutante o de otros.

El primer discurso navideño de Felipe VI ha sido un discurso decepcionante, y cabe preguntarse hasta dónde estaba pactado, medido y sintonizado con el Gobierno. Desde luego, coincidimos con Zarzalejos cuando dice que cuando el Rey habla (dentro de un lógico margen de autonomía) no debe perderse el horizonte de quién es realmente y, en consecuencia debe hablar en sintonía con el ejecutivo, “que sólo ha de poner en su boca ideas, proyectos, iniciativas y propuestas transversales, que integren a la inmensa mayoría de los ciudadanos y colaboren al entendimiento entre todos y a la convivencia”.

Y en fin, quizá no haya que echarle toda la culpa a este Rey tan bien “prepao”. De todos modos, como dice el exdirector de ABC, los ciudadanos tienen derecho a ser exigentes con sus gobernantes y reclamar de la Corona la ejemplaridad y el servicio a los intereses nacionales que la justifican.

En este caso, el primer discurso de Navidad se ha justificado más bien poco.

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