Los disturbios por el caso Hasél y la frustración de Cicerón

Protestas callejeras. / RR SS
Protestas callejeras. / RR SS

El caso del rapero condenado Hasél es solo una excusa. Los disturbios callejeros podrían responder a la frustración contenida durante tanto tiempo de los millennials sobre la que se cincela en el horizonte el lema: “No future” (Sin futuro). La misma frustración que combatía Cicerón en su época a base de pactar consensos y que no sabemos practicar.

Los disturbios por el caso Hasél y la frustración de Cicerón

La superposición de las distintas crisis, ajenas al cambio generacional que nos han de tomar relevo, sin habernos recuperado de la crisis del 2008 que aún perduraba con la aparición del covid-19,  no ha hecho más que agudizar la frustración con la que viven los jóvenes millennials. Sin trabajo estable, los privilegiados con trabajo precario pero sin un sueldo digno, sin acceso a la vivienda, sin poder labrarse un proyecto de futuro como muchos de sus vecinos europeos pese a contar en muchos casos con un buen expediente académico, el recurso a la emigración como generaciones atrás porque no ven oportunidad en su país, la falta de ayudas a los más necesitados, los continuos recortes, la imposibilidad de formar una familia o planificar la vida que desean, han provocado un clima irrespirable. Todo ello mientras una clase política se atrinchera en sus privilegios sin practicar como en tiempos de Cicerón la res publica, la cosa pública, con honestidad y sin corrupción -incluidos los que venían del 15-M a arreglar las cosas.

No es que justifique las algarabías violentas en las calles de Madrid, Barcelona, Valencia y otras ciudades españolas  a raíz de la prisión del rapero macarra Pablo Hasél, que acumulaba varios delitos y condenas pasadas. Lo malo, es que tampoco se observa en la clase política la más mínima sensibilidad  por mirar más allá de los hechos puntuales. Tan cómodos viven en sus disputas y metadisputas en los parlamentos y en las redes sociales, que no terminan de detectar las señales de socorro (SOS) que desde hace más de una década lanzan a la sociedad con sus bengalas en alta mar años después de la aparición del movimiento 15-M.

Quienes creen que producto de aquellas sentadas pacíficas en la puerta del Sol, en la Plaza de Catalunya y otras muchas ciudades españolas pasaron a la historia, dando origen a Podemos (aunque estos más que política practican activismo hipócrita hasta haberse colocados con millonarios sueldazos del erario público), es que no han entendido nada. La juventud millennial de aquellos años del 15-M, con unos cuantos quilos de más, siguen viviendo en una frustración mayúscula, acrecentada con todas las crisis superpuestas y las degradaciones desatadas a raíz de la pandemia de la covid-19.

Nunca hay dinero salvo para la industria política

Que España detente la tasa de paro juvenil más elevada de la UE, o de desempleados de larga duración, no puede sernos indiferentes. Como tampoco que los mayores de 45 años vean igualmente truncados sus proyectos de vida simplemente por que la sociedad o el establishment se permite prescindir del talento. A todo ello, el eterno argumento que de nunca hay dinero para estimular a los más necesitados en situación de extrema precariedad, o a los millares de hoteleros, autónomos y profesionales que no dependen de un sueldo público, es tan burdo que no extraña que la olla exprés esté a punto de estallar como estamos viendo hoy en día. La juventud como los más adultos estamos indignados que los impuestos nunca lleguen a quienes verdaderamente lo necesitan y sí para rescatar a la banca, autopistas, el cine y poca cosa más,y sobre todo para sufragar toda una industria de la clase política.

España si quisiera tiene medios suficientes sin necesidad de recurrir a Europa para su plan de reconstrucción. Si nos atenemos a los 120.000 millones de euros que anualmente sufragamos con los PGE destinados a comprar votos políticos por medio del pago de subvenciones absurdas, competencias duplicadas, cargos, entidades públicas, chiringuitos, aforados  o a sufragar cuotas a partidos, sindicatos y mamandurrias para contentar a unos cuantos colectivos que viven de la sopa boba, así nunca nos saldrán las cuentas, salvo que incurramos en un mayor gasto y deuda públicas, como por cierto ya alcanzamos de forma histórica como nunca antes desde la Guerra de Cuba (1898).

No le falta razón a aquellos políticos europeos de la escuela calvinista que no se fían de los países PIGS (entre ellos España), por la facilidad con la que los sureños católicos nos gastamos el dinero de otros en causas nada justificadas. Los infinitos casos de corrupción, las eternas pugnas políticas y la degradación institucional son un botón de muestra. La llegada del nuevo gobierno socio-comunista, con miembros que iban a ser decentes y ejemplares, tampoco ha impedido la aparición de nuevos imputados por la misma plaga ya endémica. Ahora, en La Moncloa, pero también en el Congreso, parlamentos regionales y en las sedes de formaciones políticas de todos los colores, vuelven a mirar a Europa en espera del maná del Mr. Marshall con los fondos de reconstrucción, que parecen van a salvarnos de la covid-19, las crisis y hasta del demonio de los infiernos. Pero será hasta que se gaste y florezcan nuevos chanchullos por la misma falta de transparencia y de mecanismos rigurosos de control a las mismas instituciones públicas que hoy están en el ojo del huracán y se resisten a ser rigurosos con sus manuales de actuación.

Hartazgo de tanto fariseísmo

La juventud, como el resto de la sociedad, están hartas de tanto embuste, engaño, tanta comedia hipócrita, tanto fariseo y fallos judiciales que se saltan impunemente o que tras unos pocos años de cárcel salen en libertad condicional, cuando no piden el indulto, procrastinando una y otra vez todas aquellas reformas de las que nos acordamos cuando el cielo truena, pero que nunca se llevan a cabo por falta de voluntad política tanto en el gobierno como en  la oposición que algún día volverá al gobierno.

Mientras tanto, cada vez hay menos descendencia, menos clase media, más clase sin recursos, con recursos agotados, más exclusión social, más jovenes que salen de la pubertad y ven el mismo futuro negro de sus hermanos 10 años mayores. Los agitadores de las calles por la entrada en prisión del rapero Hasél, pueden de algún modo, ser sintomáticos de los que se atreven a dar vida escénica a toda ese estrato social que ven que con las palabras, la verborrea política, la sobreactuación en los estrados o las falsas promesas, no llegan a término para alterar y mejorar las cosas de quienes un día están llamados a relevarnos.

Tenemos la responsabilidad, y sobre todo la clase política, de oír tras las barricadas, los gritos, los llantos de los más jóvenes no violentos, en suma de todos aquellos que siendo españoles hemos dado la espalda porque no han sabido adaptarse al  entorno tóxico que hemos levantado, donde las instituciones no responden con las garantías constitucionales que les ampara las leyes, al recurrir constantemente a las ruedas pirotécnicas de las palabras vagas o  los subterfugios para atajar por las calles de sentido único.

A pesar de haber sufrido primero la crisis del 2008 y ahora la de la covid-19 y todas las demás en cadena (política, económica, humanitaria, institucional etc), España no había alterado su paz social salvo manifestaciones puntuales aquí o allá que pronto caían en el olvido porque medios subvencionados hacían el juego a la clase dirigente desviando la atención con el “...y tú más”. También es sospechoso que en mejores tiempos de la era Rajoy, España sufriera varias huelgas generales convocadas por los mismos sindicatos que hoy callan pese a padecer actualmente una situación sin paragón en la  historia y que los historiadores “honestos” se encargarán de narrar para la posterioridad.

Algunos por eso nos preguntábamos hasta cuándo iba a contenerse la olla a presión a todo gas. Los altercados callejeros por Hasél, podrían ser el indicio de una llamada de auxilio de los que han de recoger el timón generacional y van a encontrarse con la herencia más negra desde finales del siglo XIX con sus sueños frustrados por unos adultos que han prostituido la  res publica, el reparto, el pacto social, y los consensos de otras generaciones que parecen tan lejanas ya.

Sin pretenderlo estamos incluyendo a España en un momento estelar de la humanidad como diría el ensayista austríaco Stefan Zweig. El primer humanista del imperio romano, Cicerón, tenía razón cuando reclamaba para los suyos desde el Senado en Roma, el exquisito concepto de la “conciliación de las divergencias”. Ojalá que más de dos mil años después terminemos en Hispania por conjugar el verbo consensuar y deje de provocar tanta frustración e impotencia. No porque se lo debamos a nuestros herederos del derecho romano sino porque tenemos un deber moral que cumplir que permanente incumplimos por negligencia consentida. @mundiario

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