El difícil arte de dimitir

Susana Díaz. / RR SS
Susana Díaz se niega a renunciar a una nueva oportunidad.

Gabilondo no quería dimitir, lo han forzado con formas poco elegantes para acotar las responsabilidades. No tuvo autonomía como candidato ni para hacer su lista.

El difícil arte de dimitir

En España la dimisión como asunción de responsabilidades ante un fracaso es inhabitual en la vida política. Es más, no está bien considerada. Suele funcionar en sentido contrario, que sea exigida por los rivales, a veces por los correligionarios. Ni siquiera en los asuntos de corrupción se ha utilizado la dimisión como cortafuegos preventivo, optándose casi siempre por mantener a los imputados tanto tiempo como sea posible, lo que de hecho ha agravado la percepción social del problema.

También en el mundo empresarial las reticencias ante la dimisión son la norma. Véase el caso reciente de las grandes empresas del Ibex  incursas en prácticas de espionaje sobre sus rivales a través del concurso de algún personaje turbio. Nadie ha dimitido hasta la fecha a pesar de las investigaciones judiciales en curso.

Las excepciones son notables y deben ser citadas. Alfonso Suárez dimitió como Presidente del Gobierno en 1981 y años más tarde como líder del CDS. También dimitieron tras sendas derrotas electorales, Almunia y Rubalcaba. Como lo hicieron Montilla en Cataluña y Touriño en Galicia. Recientemente lo hizo Albert Rivera. Sin embargo sus sucesores han encajado dos formidables derrotas en Cataluña y en Madrid, sin que nadie haya asumido la responsabilidad. Por el contrario Pablo Iglesias sí lo ha hecho. Repárese en que los dos políticos que trataron de modernizar el sistema político español, han conocido la gloria y han tenido que abandonar la política en menos de una década.

Al día siguiente de la victoria de Ayuso en Madrid, voces insidiosas plantearon que Gabilondo abandonase la política, convirtiéndose en chivo expiatorio. Trató de resistirse durante dos días para aceptarlo tras la dimisión previa del responsable del socialismo madrileño, a su vez alto cargo del Gobierno, por lo que puede verse como una operación cortafuegos. Dentro de la misma operación y para evitar cualquier asunción de responsabilidades a otros niveles, se ha puesto el foco sobre las elecciones andaluzas, previstas para el año próximo. Se han convocado elecciones primarias internas para desbancar a la anterior Presidenta andaluza, Susana Díaz, que ha desoído los insistentes mensajes de retirada, anunciando que concurrirá al citado proceso interno.

La derrota es huérfana frente a la victoria que tiene cien padres, frase clásica atribuida también a muchos autores. Si se le puede endosar al vencido, se evita reflexionar sobre las causas. Vae victis, dijo Tito Livio, ay de los vencidos, repentinamente abandonados por sus huestes y repudiados por sus aliados. Que Gabilondo no era el candidato idóneo en esas elecciones estaba asumido públicamente. Cuando otros posibles candidatos socialistas intuyeron un mal resultado electoral, se hizo de la necesidad virtud, forzándolo a repetir como cabeza de cartel. Le hicieron la lista, que nada aportó a la campaña, le hicieron una campaña que le restaba credibilidad e incluso lo desautorizaron en ocasiones. Ofrendarlo ahora en sacrificio expiatorio carece de sentido pues las elecciones ya lo habían amortizado. En la derrota, lamentablemente, suele haber más frustración que grandeza de ánimo.

La política es cainita, forma parte de la lucha despiadada y constante por el poder, que incluye competir contra los rivales pero también contra los compañeros de partido. Son las reglas de juego. Hace un siglo Michels formuló la “ley de hierro de la oligarquía”, afirmando que una minoría domina los partidos políticos, a costa de la democracia interna. De ahí que con frecuencia, dice ese autor,  dicha oligarquía interna se oriente hacia sus propios objetivos de supervivencia antes que a los objetivos generales de la sociedad. Es oportuno recordarlo porque en las elecciones primarias socialistas no votan los electores, a diferencia de Francia o Estados Unidos, sino los afiliados, siendo el proceso organizado por el aparato de la organización, lo que suele favorecer a los candidatos de éste. En el caso de Andalucía concurrirán dos estructuras, la central contra la andaluza.

Son hechos que ratifican la influencia de los comicios madrileños en la política estatal, lo que no ocurrió con las anteriores elecciones de Galicia, País Vasco o Cataluña, en las que también ganaron quienes ya gobernaban. En Madrid unos y otros decidieron transformar las elecciones regionales en primera vuelta de las nacionales estando obligados ahora a actuar en consecuencia. Andalucía va camino de ser también una confrontación de influencia estatal. @mundiario

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