El día que tuve a Franco a escasos dos metros de mí y bajo un sol de justicia

Franco, en el Azor, en A Coruña. / Cadena Ser
Franco, en el Azor, en A Coruña. / Cadena Ser

Fue en la explanada del Club Náutico de A Coruña allá por el año 1965. Corría el mes de agosto y en las proximidades del club estaba atracado el yate "Azor".

El día que tuve a Franco a escasos dos metros de mí y bajo un sol de justicia

Valle de Cuelgamuros, en las afueras de Madrid. Años de piedra y plomo del franquismo imperante, con presos que redimen penas políticas por ser contrarios al Régimen. El gobierno del general Francisco Franco Vaamonde (sin "b" y sin "h", tal y como –me aseguran– vino al mundo en Ferrol) levanta en aquel pedregal una basílica que quiso hacer olvidar el nombre de Cuelgamuros para ser denominado Valle de los Caídos. En esta basílica -que no conozco ni tengo curiosidad por conocer- me asegura Joseba, un hijo del escultor e imaginero nacionalista vasco Julio Beobide de Gulburu, alumno que fue de nuestro Asorey,  se mantiene un impresionante Cristo que, cuando se talló, iba destinado a una iglesia valenciana. Su impresionante trabajo y pese al esfuerzo de Beobide por cumplir con el encargo que los valencianos les habían hecho, fue directamente a la basílica de Cuelgamuros ya entonces conocida por su magnificencia y la publicidad del Régimen como el Valle de los Caídos en el que, a pesar de que Franco no lo quería, hubo quien determinó que fuese enterrado muy próximo al altar, una vez embalsamado, y con una pesada losa de mármol o granito sobre él y en esta, como un símbolo, tan solo el nombre. Francisco Franco.

Suficiente.

Más de cuarenta años después de su muerte en la cama y con el brazo incorrupto de santa Teresa de Jesús en las proximidades, el cadáver del que aseguran fue el general más joven de los ejércitos españoles va a ser exhumado y, previsiblemente, trasladado por su familia a otra tumba.

En la basílica de Cuelgamuros va a continuar, supuestamente, el Cristo tallado por Julio Beobide, hombre próximo a Zuloaga –además de a Asorey, como ya se ha dicho– para el que nadie tuvo reparos a pesar de haber sido diseñado y realizado por un nacionalista vasco de Zumárraga, padre de un sacerdote que compartió jornadas en Terranova con los pescadores vascos y gallegos que se dedicaban a la captura del bacalao y que nunca simpatizó con Franco ni sus gobiernos. Tampoco con sus decisiones. Pero el Cristo sigue en la basílica de Cuelgamuros, del mismo modo que, por el momento, continúa la gran losa que cubre su tumba.

Franco era un señor bajito y ventrudo, de voz aflautada,  al que tuve a escasos dos metros de mí y bajo un sol de justicia en la explanada del Club Náutico de A Coruña allá por el año 1965. Corría el mes de agosto y en las proximidades del club estaba atracado el yate "Azor". Franco pasó ante nosotros revistando las tropas que le rendían honores con fusiles de asalto CETME sin munición. Entre los soldados, unos de reemplazo –como era mi caso– y otros profesionales, cansancio y un desmayo. El casco, creo que de hierro, fue pasando entre los pies de los militares formado para revista con escuadra, banda y música. No olvidaré su sonido al golpear en los adoquines de la plaza del Náutico. Nadie se movió. Ni siquiera para auxiliar al caído. Los ojos de todos nosotros, al frente, viendo pasar a aquel señor bajito y barrigolo que vestía un más o menos impecable traje de color beige. Entre Franco y el mar, apenas tres metros de distancia. Desde Cuelgamuros  (el Valle de los Caídos) muchos miles más y, supongo, una distancia muy superior en el ánima del corazón de la inmensa mayoría de los españoles. 

Franco era recibido una vez al año en el palacio municipal de María Pita, donde cenaba acompañado de los miembros de su gobierno y parte de su familia. También en María Pita, de noche y con los cascos embadurnados de aceite para que brillaran hasta deslumbrar, formamos los mismos seleccionados para esa compañía de honores que le tributaba el estamento millitar al que entonces era su jefe supremo. Formamos, otra vez, con el fusil de asalto CETME, de nuevo sin munición.

Cuando retiren la losa de la tumba del militar ferrolano que gobernó España durante casi 40 años no habrá, supongo, compañía de honores. Ni siquiera el "Azor" le esperará en las proximidades del Club Náutico de A Coruña. Tampoco habrá partida de exhibición en el Club de Golf al que asistía en su visita anual don Francisco. Nadie pintará de blanco las cepas de los plátanos que asombran la carretera de Bastiagueiro ni la que de Oleiros va al pazo-castillo de Meirás. Pero Franco se irá del Valle de los Caídos sin que aquellos que, más o menos próximos, más o menos lejanos, le han acompañado en los osarios de la basílica de Cuelgamuros desde que el poder de aquel hombre bajito y rechoncho dejó de existir.

Entonces podrán descansar en paz. @mundiario

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