España entera está para sumergirse en un balneario de betadine

Don Juan Carlos el pasado marzo antes de ser intervenido de una lesión lumbar.
Don Juan Carlos el pasado marzo antes de ser intervenido de una lesión lumbar.

Es un país tan necesitado de una desinfección integral que el propio Rey Juan Carlos lo sabe. Por eso se echó un desinfectante en su propio rostro. No fue una metáfora.

España entera está para sumergirse en un balneario de betadine

Lo ha relatado el propio Miguel Cabanela, el prestigioso cirujano lucense sobrino de Álvaro Cunqueiro que está tratando al monarca. El Rey hizo un chiste a sus médicos fingiendo una caída y untándose con betadine. Todo un síntoma de la realidad de este país, necesitado de muchos betadines.

 

Estamos necesitados de una desinfección integral. El propio Rey de España lo sabe, por eso se echó un desinfectante en su propio rostro. No fue una metáfora suya —que no es él muy de metáforas—, ni es metáfora de este cronista, sino que nos encontramos ante una broma reciente de nuestro Juan Carlos, que es quizás el rey más jocoso de la vieja Europa. 

Me entero de esto leyendo el pasado domingo la revista Pronto, que viene de regalo con un periódico. Lo cuenta el propio Miguel Cabanela, el prestigioso cirujano lucense sobrino de Álvaro Cunqueiro que está tratando al monarca. “Me dijo, muerto de risa —relata Cabanela—: ¡Mira lo que les he hecho a estos!, y me contó que se había cubierto la frente con unas manchas de betadine, se había puesto un esparadrapo en la nariz, se había vendado la muñeca y había ido a ver a los médicos de La Zarzuela para decirles que se había caído. Y los médicos, consternados. Hasta que el Rey, claro, rompió a reír?”.

Esta anécdota pasará sin duda a engrosar el ya amplio volumen de chistes (case todos bastante flojos, por cierto) del juancarlismo. Un volumen que alguien ha de editar en el futuro, estoy seguro. Un capítulo de esa obra podría titularse  “Un rey que se unta con betadine”. Todo un augurio.

El betadine es una marca comercial. La de un eficaz desinfectante que reúne provechosamente los efectos de la povidona y del yodo molecular. Fantástico contra todo tipo de microorganismos. De niños empleábamos la famosa mercromina, no este, pero hoy el betadine, o el isodine, son marcas exitosas que fueron ocupando el lugar de aquella —ya melancólica en nuestro recuerdo— mercromina.

A veces entiendo perfectamente al Rey. Yo, que solo creo realmente (debo confesarlo) en una sola majestad, el Rey del Bocadillo, en Santiago de Compostela, donde suelo resolver placenteros y rápidos yantares. (Y disculpen esta conexión que me ha surgido ahora, pero es que los bocadillos están buenísimos). Digo que entiendo a este rey porque el país entero está necesitado también de betadine: de una desinfección integral, e incluso de un cambio de color, todo lo que proporciona precisamente este valioso yodo.

Pensemos en la Constitución, por ejemplo, ¿no demanda acaso betadine? Sus artículos parecen las tablas de Moisés, escritos sobre piedra, inmutables hasta que el mundo deje de ser mundo. Necesita betadine el Senado, las Diputaciones, el exceso de ayuntamientos...  Y la propia Constitución en sí.

El asunto es que el rey hizo el chiste con el betadine y tiene toda la razón. Sabe bien lo que hace. El país entero está para sumergirse en un balneario de betadine (ahora que tan de moda están los balnearios). Sumergir en betadine hasta el propio rostro, y esperar a que haga efecto...

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