La destructiva política española

Congreso de los Diputados.
Congreso de los Diputados.

Alguien debe romper ese círculo perverso que está destrozando tanto la imagen como la credibilidad de la política y de sus representantes. Lo que parece claro es que de la actual generación de dirigentes no saldrá.

La destructiva política española

Si la crónica política del verano pasado nos deparó dosis agotadoras de franquismo y algunas píldoras tranquilizadoras en forma de proyectos del Gobierno, el inicio del curso político ha demostrado los límites ya insuperables de la legislatura: una lucha a garrotazos usando como munición los aspectos personales. Si el master de Casado, de imposible trayectoria judicial como se ha visto, sirvió para un ataque sistemático, el título de la ministra de Sanidad no le evitó el mismo recorrido, agravado por sus mentiras iniciales y el plagio posteriormente demostrado. Un aperitivo para lo que venía a cuenta de presuntos plagios en la tesis doctoral del Presidente del Gobierno. Más tarde la frivolidad de la ministra de Justicia con amistades poco recomendables y ahora la ingenuidad del ministro de Ciencia. Repárese en que ninguno de los citados ha cometido delito alguno.

La lucha política ya no se desarrolla en torno a irregularidades legales de los implicados y menos en torno a la gestión de los asuntos que tienen encomendados. Se trata en todos los casos citados de asuntos de ética personal. La política ha descendido a esos niveles, en los que se está enfangando, básicamente por dos motivos que se refuerzan mutuamente: el nivel intelectual y humano de los principales protagonistas se suma a la imposibilidad de lograr un Gobierno estable. En esas condiciones nadie tiene incentivos para mantener un debate de altura sobre los principales problemas del país que son reducidos a armas de confrontación: Cataluña, los aforamientos, el Pacto de Toledo, los Presupuestos Generales, la reforma constitucional… todo es banalizado, arrojado en medio de acusaciones y olvidado sin debate, acuerdo o vía de mejora.

Lo que está pasando dice poco, muy poco, del mundo político. Mientras la vida económica va recuperando el pulso tras la crisis, la política se está encerrando en una esfera impermeable a la realidad, en un verdadero reality-show que no es sensiblemente distinto a los que cada noche inundan los programas de televisión, con idénticos rasgos: soeces, mediocres, prescindibles de principio a fin.

Se comprende la mezcla de sorpresa y alarma que ha provocado la presentación formal de la candidatura de Manuel Valls a la Alcaldía de Barcelona. Ha hablado con rigor y detalle de los problemas de una ciudad muy relevante, pero sobre todo lo ha hecho con una profundidad de análisis y envergadura en las propuestas que simplemente nadie dice en España. Es alguien muy ajeno a este mediocre espectáculo, lo cual no prejuzga su éxito o fracaso, sólo indica que es posible otro nivel de discurso político.

Pedro Sánchez está en Nueva York asistiendo a la Asamblea General de la ONU. No se ha escuchado a ningún periodista español preguntarle por los grandes asuntos que en ese foro anual se debaten y de los que está siendo testigo e interlocutor privilegiado. Todos los reporteros y enviados especiales le preguntan un día por un Ministro y otro día por otro. Los problemas del mundo que allí se abordan y que inexcusablemente nos afectan, no están en la agenda mediática española. Tampoco lamentablemente en la agenda parlamentaria. De escándalo en escándalo (¿deberíamos decir “escandalillos farisaicos”?) hasta el día de las elecciones. Y luego se reiniciará el ciclo.

Alguien debe romper ese círculo perverso que está destrozando tanto la imagen como la credibilidad de la política y de sus representantes. Seguramente está todavía en la universidad o ganándose la vida en asuntos reales, sin haber sentido la llamada del servicio público. Lo que parece claro es que de la actual generación de dirigentes no saldrá un estilo distinto. Estamos obligados, como con la televisión, a escuchar día tras día los mismos insultos. Y sin el consuelo de poder cambiar de canal. @mundiario

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