Después de todo, uno se pregunta: ¿de qué nos sirve Podemos?

Pablo Iglesias, de Podemos.
Pablo Iglesias, de Podemos.

Realizando una comparativa objetiva entre expectativas creadas y resultados alcanzados, el balance sobre la existencia del partido de Pablo Iglesias resulta descorazonador.

Después de todo, uno se pregunta: ¿de qué nos sirve Podemos?

Una más que reseñable porción de ciudadanos saludó con simpatía la formación de Podemos. Los chicos del círculo morado (o del círculo sobre morado) insuflaban las dosis vigorizantes que el depauperado cuerpo social del país requería, en su apuesta confluían inteligencia, formación, novedad y supuesta ética al tiempo que perseguía unos objetivos en los cuales la mayoría coincidía.

¿Qué esperábamos de Podemos?

Creo que no esperábamos milagros, que tan solo los más jóvenes e inexpertos, también los idealistas radicales, confiaban en que Podemos consiguiera la metamorfosis ideal y completa del país, convertirlo en esa Arcadia feliz que tantas veces proclaman veladamente los programas y campañas electorales. Pero en la nueva formación sí subyacía una promesa de transformación, al menos en tres ámbitos significados:

En primer lugar, se esperaba una actitud incontestable en materia de ética, por supuesto, además de una interpretación ecuánime de los casos que surgiesen en aras a eliminar toda sombra de corrupción y amoralidad de la práctica política. Se daba por descontado que los representantes de Podemos mantendrían un comportamiento impecable y que no dudarían en erradicar cualquier posible asomo de falta de ética en su seno.

Esperábamos también un cambio substancial de las formas, tangibilizar a través de la praxis ese lema de “nueva política” acuñado por unos y por otros. Queríamos, por un lado, que el poder no fuese necesariamente la meta a conseguir, que se tratase como un medio –para diseñar una sociedad más justa y mejor– y no como un fin en sí mismo. Y contábamos con la fiabilidad de los argumentos y la transparencia de la comunicación.

Por último, y quizás a modo de consecuencia de los dos aspectos anteriores, esperábamos que Podemos contribuyese a retirar al Partido Popular del gobierno. Por la corrupción que alcanza cada estamento del partido de Rajoy, por el fracaso absoluto en la gestión de la recuperación económica y por el auge radical de la desigualdad social que provocaron sus políticas.

Y ¿qué nos encontramos?

Frente a las expectativas generadas, se impone una realidad que no coincide en modo alguno con lo imaginado. En materia de ética, la pésima administración del llamado “caso Monedero” supuso un indicio nada halagüeño que pronto se vio superado por la incorporación a las listas electorales de Tania Sánchez a pesar de las evidencias de trato de favor familiar durante sus años de concejala en el Ayuntamiento de Rivas. Cierto que la demanda judicial fue archivada, pero hablamos de moral y de aprovechamiento de una posición, no de burocracia.  

En cuanto a transparencia y fiabilidad, nos encontramos con cambios de criterio en función de puros intereses tácticos además de supuestos de cierto oscurantismo. El referéndum de Cataluña es un ejemplo claro. Con independencia de lo que cada uno piense sobre su valor como posible solución al conflicto, Podemos estuvo meses rechazando la vigencia del referéndum y aplicando el mantra de la necesidad de abrir un período constituyente al final del cual votaran “todos los españoles”. Otro de los mantras habituales del partido morado fue el de la “transversalidad”, su propuesta se dirigía a un amplio espectro de electores, tanto de izquierdas como de derechas porque, literalmente, “Podemos debe ocupar la centralidad del tablero” (Pablo Iglesias dixit). Ambos posicionamientos –referéndum catalán, eje derecha izquierda– saltaron por los aires con la convocatoria de elecciones generales y tras el resultado de las mismas. La formación de Iglesias no explicó su cambio radical de posición. Nunca llegó a decir que la consulta en Cataluña se asumió por puro cálculo electoral a fin de beneficiarse del tirón de Ada Colau y que el veto a Ciudadanos se debe a este mismo factor. No estamos cuestionando el acuerdo en torno a EnComúPodem sino la manipulación en la comunicación de Podemos al respecto de estos asuntos.

El último punto, la frustrada participación de Podemos en una acción concertada para renovar el gobierno y corregir las políticas aciagas del Partido Popular, se nos antoja de una gravedad extrema. Consecuencia del razonamiento vertido en el párrafo anterior, nos abocamos a unas nuevas elecciones tras las cuales el escenario más probable será el mantenimiento del PP al frente del ejecutivo. Podemos no solo habrá impedido la conformación de un gobierno alternativo sino que ha puesto en riesgo evidente cualquier otro gobierno de progreso en el futuro inmediato. Pensemos en las próximas elecciones en Galicia: si las Mareas (donde previsiblemente se integrará Podemos) están en condiciones de gobernar, ¿apoyará el PSOE el cambio después de la actitud mostrada por el grupo de Iglesias en Madrid?

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