Después del duelo será la hora de la política contra el terror islamista

Donald Trump y Mariano Rajoy. / Mundiario
Donald Trump y Mariano Rajoy. / Mundiario

La política española, tan introvertida y de corto alcance, inexorablemente tiene que abordar ese problema en todas sus dimensiones: políticas de inmigración, relaciones exteriores con los países árabes, participación en las misiones internacionales, cooperación exterior, etcétera.

Después del duelo será la hora de la política contra el terror islamista

Primero las víctimas. Luego el impacto emocional sobre la sociedad. Y el proceso de duelo, siempre catártico. Pero luego necesitamos la reflexión que mejore la prevención y ofrezca una pauta política y también social para racionalizar lo que ya vive entre nosotros: el terrorismo basado en una determinada visión del Islam.

No ha faltado, y forma parte de nuestro paisaje social, la dosis de recelos, zancadillas, pequeñas miserias y discursos altisonantes. Desde los errores policiales si es que existieron, hasta las desconfianzas corporativas entre policías, pasando por esa impresentable contribución del conseller catalán al excluir de la sociedad catalana a quienes llevan décadas viviendo allí pero no les reconocen la ciudadanía. Tampoco tiene desperdicio la aportación de la CUP responsabilizando al Rey así como a Rajoy, por las relaciones internacionales de España con Arabia Saudí. Además de inoportunas, son actitudes y declaraciones que muestran el talante de quienes las emiten, en un caso abiertamente xenófobo y en el otro claramente simplista.

El recientemente fallecido Giovanni Sartori, tan lúcido como crítico con nuestras sociedades occidentales, escribió en su último y póstumo libro sobre lo que él llamaba la guerra contra el yihadismo. Retomando el concepto de conflicto de civilizaciones, explicaba que el choque de valores entre la ideología islámica  rigorista y las sociedades occidentales, hacía imposible la multiculturalidad real y la integración, que no asimilación. Y que en consecuencia deberíamos asumir que estamos ante una guerra, que no se realiza en los campos de batalla tradicionales ni entre ejércitos convencionales. Propugnaba Sartori criterios más estrictos para conceder la residencia o ciudadanía y un control mayor sobre los factores de riesgo.

Es discutible. Pero no lo es que los esfuerzos de aculturación en nuestras sociedades no han impedido que grupos de jóvenes aparentemente integrados sean fácilmente ideologizables hasta el extremo de inmolarse, algo con pocos precedentes históricos. En la Unión Europea, en Rusia, en Nigeria o en países asiáticos, la pauta se repite. A todo eso le hemos llamado ISIS, como antes Al-Qaeda, sin demasiado fundamento. Son etiquetas que simplifican un problema que intuimos muy complejo.

Acusar a Arabia Saudí de financiar el terrorismo es recurrente, hasta Trump fue allí a quejarse, pero es más complicado entender los varios conflictos que en aquella región se desarrollan: Siria, Irak, Líbano, Yemen, Palestina…

La política española, tan introvertida y de corto alcance, inexorablemente tiene que abordar ese problema en sus muchas dimensiones: políticas de inmigración, políticas de relaciones exteriores con los países árabes, participación en las misiones internacionales, cooperación exterior, etcétera. Es fácil quejarse por el veto a un barco de una ONG en Libia, pero es más complicado entender el rompecabezas internacional que allí se ha fraguado. Acusar a Arabia Saudí de financiar el terrorismo es recurrente, hasta Trump fue allí a quejarse, pero es más complicado entender los varios conflictos que en aquella región se desarrollan: Siria, Irak, Líbano, Yemen, Palestina… con distintos actores, patrocinadores y contendientes. Y asumir que allí viven más de cinco mil españoles que trabajan para muchas empresas que se están internacionalizando.

Muchos de los conflictos citados tienen su origen en las decisiones arbitrarias adoptadas por las potencias occidentales en el momento de la descolonización así como por el intervencionismo posterior más o menos constante. Lo cual no nos libera ni de la responsabilidad actual ni de los conflictos posteriores. La globalización entraña también implicación.

Una potencia media como España no puede decidir unilateralmente su papel en el mundo. Alianzas, compromisos e intereses organizan la agenda exterior. Sin embargo, al igual que otros países europeos, España puede aportar propuestas y apoyos, menos condicionados por su menor papel colonial en el pasado. Para hacer esa política  es necesario previamente debatirla, construirla. El momento interior no es especialmente constructivo, más  no elegimos el tiempo en el que vivimos, sólo como lo abordamos.

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