El problema de Pedro Sánchez se llama poder orgánico

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. / d24ar.com
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. / d24ar.com

El socialismo europeo ha abrazado la globalización como una oportunidad de desarrollo social sin darse cuenta de que era una jaula mercantil donde sus efectos supondrían un aumento de la desigualdad.

El problema de Pedro Sánchez se llama poder orgánico

Que las tormentas perfectas existen no es un recurso literario o cinematográfico de Hollywood: en España lo estamos comprobando de manera cristalina. Nos ha tocado el periodo más crítico de los últimos 20 años con el grupo de políticos más incompetentes, mediocres, sectarios y pagados de sí mismos que hemos conocido en toda nuestra historia. En las democracias el consenso es un pilar básico no como un fin en sí mismo (es absurdo el consenso por el consenso) sino como una herramienta necesaria e irrenunciable en momentos donde no existen mayorías homogéneas y son necesarias coaliciones o pactos ya sea para gobernar el país o acordar políticas esenciales de estado. El problema es que nos hemos acostumbrado a utilizar tanto en vano en los últimos meses la expresión “hombre de Estado” o “pacto de Estado” que ya tomamos dichos conceptos como refugio inútil y estéril de aquellos políticos incapaces de aportar soluciones o asumir responsabilidades complejas por sí mismos. 

En primer lugar siempre he sido -y seré- un firme defensor de la ideología en la política. Y, por supuesto, la existencia en este marco de derechas y de izquierdas. No voy a negar que en las últimas décadas ese diferencial partidista se ha visto muchas veces difuminado por una convergencia entre los planes de la derecha y de esa izquierda que empezó a suicidarse como alternativa desde el momento en el que abrazó la tóxica tercera vía de Tony Blair. Es decir, aplicar políticas económicas de derechas y políticas sociales de izquierdas. 

Creo que ya he escrito en muchas ocasiones sobre el resultado de este planteamiento falaz y cobarde: la implantación del modelo neoliberal en una Unión Europea que no deja margen alguno a una política económica con raíces y fundamentos expansivos, redistributivos y progresistas. El socialismo europeo ha abrazado la globalización como una oportunidad de desarrollo social sin darse cuenta de que era una jaula mercantil donde sus efectos supondrían -con el paso del tiempo- no una disminución de la riqueza excluyente sino un aumento de la desigualdad: cada vez más ricos y cada vez más pobres. Quizás el problema de que la izquierda no tenga un modelo económico alternativo a la derecha es que sigue ignorando desde dónde debe partir la acción reformista. Después de la II guerra mundial la socialdemocracia entendió qué camino debía tomar para reformar el capitalismo y producir un crecimiento y una redistribución de la riqueza durante un período de dos décadas jamás vuelto a conocer en los países europeos. 

Pero dejando de lado estas reflexiones siempre técnicas y cuestionables -ya que no soy un economista ni entiendo de economía- en España sufrimos una crisis política e institucional que se sigue perpetuando y que cada semana que pasa lejos de aclararse, empeora. Justo cuando es necesario el consenso o el pacto útil para desbloquear la gobernabilidad de nuestro país, aparece en una nueva pirueta dialéctica el líder del Partido Socialista para pedirle a Rajoy que se entienda “con las derechas”. ¿Qué es esto de “las derechas”? Un nuevo invento que evoca la peor retórica de la II República española, en un gesto propio de un mediocre vacío de sentido de estado que no sea otro que su propia silla. El problema de Pedro Sánchez se llama poder orgánico, y el drama es que “su” problema nos lo ha trasladado a todos los españoles, especialmente a la militancia socialista y a gran parte de sus votantes, envenenados hasta el extremo de cuestionar los principios más básicos de una democracia y preferir las elecciones que hagan falta con tal de que no gobierne Rajoy. 

Por supuesto que los 4 años de políticas destructivas del PP y sus interminables casos de corrupción han hecho aumentar un rechazo natural en los votantes de izquierdas hacia la posibilidad de que siga gobernando otra legislatura más. Como explicaba un dirigente socialista de estos que mandan a las tertulias con el guión aprendido: “el votante del PSOE no nos ha votado para que gobierne el PP”. Claro que esto, lejos de ser un razonamiento impecable, es un sofisma inaceptable dentro de un sistema democrático sano. 

Pero si la postura de Pedro Sánchez está motivada por su única obsesión llamada “poder interno”, menos comprensible me resulta un Albert Rivera que sigue empeñado en abstenerse en la investidura de Rajoy pero quiere pactar “con el gobierno del PP” el techo de deuda y los PGE del 2017. ¿Pero cómo va a existir un gobierno del PP si ni siquiera Ciudadanos van a votar a favor? Es un sinsentido tan absurdo que Albert debería de despedir a su actual coach y contratar a otro que le enseñe, al menos, la sucesión lógica de los procesos: primero gobierno, luego pactos con el gobierno. No al revés.

Rajoy, como ya dije, es la antítesis del presidente de gobierno que necesitamos. El PP, además, debería de haber sido desalojado en las urnas del poder de manera irreversible. Pero el 26-J nos dejó un mensaje muy distinto a mis deseos y a mi percepción. En Inglaterra tienen un sistema donde el gobierno se dedica a gobernar y la oposición a hacer oposición. En Alemania elaboraron un concepto llamado “democracia a la defensiva” para asegurar la gobernabilidad del país. En Francia, debido a su sistema semipresidencial, han existido cohabitaciones sin grandes tensiones ni desastres institucionales. Aquí nos encaminamos hacia las terceras elecciones y, visto lo visto, si siguen saliendo números que no le gusten a Pedro Sánchez quizás vengan después unas cuartas. 

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