La democracia es una versión libre de la peli de Kevin Costner: Bailando con bobos

Kevin Costner, en su película Bailando con lobos.
Kevin Costner, en su película Bailando con lobos.

El filósofo José Antonio Marina ha puesto el dedo en la llaga: “un bobo conectado a internet sigue siendo un bobo” La memoria de los peces digital amenaza a la especie humana.

La democracia es una versión libre de la peli de Kevin Costner: Bailando con bobos

Ha cogido José Antonio Marina, filósofo, ensayista, pedagogo, Honoris Causa, responsable del libro de texto “Educación para la ciudadanía”, compi y amigo de Álvaro Pombo, rector magnífico de una Universidad On Line, tertuliano, articulista y defensor de una causa tan perdida como la educación sin conservantes ni colorantes ideológicos, y ha iluminado esta mañana nublada del último domingo de marzo con una frase que, por razones obvias, no se va a convertir en trending topyc: “un burro conectado a internet sigue siendo un burro”

Una hábil colega de La Voz de Galicia, ¡apúntate un nueve, Sofía!, ha conseguido tan memorable trofeo de caza periodística apelando a las nutridas “nubes” ciberespaciales, wikipedias y cosas de esas, ya sabes, como antídoto contra el absurdo y marginal movimiento docente obcecado con sembrar semillas de memoria entre nuestros niños y adolescentes digitales. Luego, mi colega ha dejado “aforada” tan sutil provocación cerrando interrogaciones y le ha cedido la palabra a su ilustre entrevistado:

     “…Hay un estúpido descrédito de la memoria. No hay nada

     más tonto que decir que la memoria es la inteligencia de

     los tontos (…) Pensamos a través de la memoria e inventamos

     a través de la memoria…” El Doctor Marina dixit.

Personalmente, y con todos los respetos a uno de los pocos filósofos españoles que aún no se muere de hambre practicando el concepto clásico de amor a la sabiduría, añadiría de mi cosecha propia que relacionamos y contrastamos a través de la memoria, en un conmovedor intento (habitualmente fallido para la especie humana) de no seguir tropezando dos, tres, mil veces con las mismas piedras. O sea, para no incurrir, por ejemplo, en cinco Leyes de Educación consecutivas que, en vez de enderezar nuestro funesto informe PISA, lo inclinan cada vez más, con más saña, con más hipotecas ideológicas, en un desafío a la gravedad sociológica, je, que me río yo del desafío físico a las leyes de Newton que lleva un horror practicando la célebre y celebrada torre italiana del mismo nombre.

La memoria virtual de occidente que pende de un hilo, de un cable, de una batería

Al final, la idolatrada memoria de la red virtual pende siempre de un hilo. Para ser más preciso, de un cable umbilical que lo conecta a otra red física susceptible de apagones generales, cortocircuitos domésticos o sabotajes sorpresa por impago de tarifas, casi siempre abusivas. Es una memoria ecléctica, confeccionada con retales de millones de memorias osadas, preconcebidas, contaminadas y contaminantes, cuya autonomía, en casos extremos, está a merced de una prosaica batería. Es una memoria clasista, si tenemos en cuenta que resulta más asequible para los ricos que para los pobres. Es un diabólico instrumento de neocolonización virtual del nostálgico occidente, ¡si es que somos patéticos, tío!, perdida toda esperanza física de “okupaciones” imperiales de antaño. Y, encima, éramos pocos y  se ha convertido en un sofisticado paradigma tecnológico de la brecha entre los países desarrollados y subdesarrollados, si reconocemos la supremacía de usuarios de raza blanca sobre usuarios de razas de otros colores de piel. Porque ahí abajo, en África, sin ir más lejos, donde incluso los versos optimistas de Benedetti tendrían dificultades para proclamar que el Sur también existe, resulta más fácil navegar en pateras que a través de las redes sociales. Perdonen mi ignorancia si pregunto: ¿hay señal, Wi-Fi, tarifa plana, estómagos suficientemente llenos, almas con la sed de esperanza y de agua suficientemente saciada, ¡maldita sea!, como para ponerse a teclear en un portátil a la sombra de un arbusto rodeado de sabana por todas partes? ¿Para cuántos, para quiénes, para qué…?

El tercer mundo desarrolla la memoria neuronal, mientras occidente está en la “nube”

Yo no tengo una granja en África al pie de las colinas de Ngong. Pero se me ha quedado grabado en mi memoria desprestigiada, eclipsada por la Red y la cosa, la escena de los pequeños Kikuyu que tanto amó Karen Blixen, ¿recuerdas?, memorizando como esponjas los rústicos conocimientos que cabían en una minúscula pizarra colgada a la intemperie en un claro de selva. Algún día, en algún lugar de la historia, esa memoria neuronal convenientemente desarrollada dejará fuera de combate cultural, económico y sociológico a esta otra memoria virtual de un occidente decadente, digital-dependiente, con dirección colectiva asistida y atrofia muscular cerebral, miradlo, que confunde la dichosa “nube” del ciberespacio con la Biblioteca de Alejandría y la cutre wikipedia con los tomos y los anexos del Larousse o la Enciclopedia Británica.

 No, de verdad. Lo flipo con un Occidente que duda, y con razón, de la infalibilidad de casi todo y de casi todos (desde el inquilino del despacho Oval al inquilino del Vaticano, pasando por el inquilino de La Moncloa, cualquier Moncloa) y profesa sin embargo una fe ciega, fanática y global en la infalibilidad de las redes sociales. ¡El conocimiento ha muerto! ¡Viva internet!

Bailando con bobos

Mira por donde, el Doctor Marina ha abierto una caja de Pandora. Naturalmente que un bobo no deja de ser bobo cuando se conecta a internet. Pero tampoco deja de serlo cuando gobierna, cuando circula en un coche oficial, cuando dirige un banco, cuando lidera un partido, cuando se sienta en un escaño del Parlamento Europeo, cuando aprieta un botón en un Congreso de Diputados, cuando vota en secreto y en libertad en una urna, cuando toma pacífica o violentamente las calles de una democracia, cuando dirige una Confederación empresarial o un sindicato, cuando milita en un partido, cuando se proclama de derechas o de izquierdas, cuando defiende el nacionalismo centrípeto o el nacionalismo centrífugo. Un bobo, solo es un bobo. Uno de esos tipos de toda condición, edad, sexo, origen geográfico, creencia religiosa, ideología, nivel de estudios que, parodiando la frase apócrifa que se le atribuye a Voltaire, obliga a luchar hasta la muerte para que tenga derecho a decir lo que dice y hacer lo que hace, aunque no estés de acuerdo ni con lo que dice, ni con lo que hace, ni con lo que no dice, ni con lo que deshace. La democracia es lo que tiene, oye. Es el menos malo de los sistemas políticos conocidos pero, a cambio, exige pasarte la vida bailando con bobos. Nada, nadie es perfecto, como muy bien profetizó Billy Wilder en su hilarante final de Con faldas y a lo loco.

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