La democracia latinoamericana necesita insulina o cambiar su dieta

Juan Manuel Santos, presidente de Colombia y Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. / Telesurtv.net
Juan Manuel Santos, presidente de Colombia y Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. / Telesurtv.net

El Latinobarómetro se refiere al débil estado actual de la democracia latinoamericana como una democracia “diabética”. MUNDIARIO publica un análisis a fondo sobre la situación de la democracia en los principales estados de América Latina. Hay una crisis profunda de representación política.

La democracia latinoamericana necesita insulina o cambiar su dieta

La firma chilena Latinobarómetro, que lleva más de 20 años auscultando la opinión publica latinoamericana y es una referencia obligatoria para el análisis del estado de la democracia en la región, publicó los más recientes resultados de su encuesta durante el último trimestre del pasado año. Las conclusiones presentadas dan en la diana: a grandes rasgos, los indicios observados no son de consolidación, sino de desconsolidación de la democracia.

Si bien es cierto que un 69% de los latinoamericanos están de acuerdo con la frase atribuida a Churchill de que la democracia es la peor forma de gobierno que existe excepto por todo lo demás que se ha intentado, el apoyo a la democracia ha registrado una disminución progresiva en los pasados años – del 61% en 2010 al 53% en 2017. Pero lo más llamativo de estos resultados es el que no están causando preocupación suficiente dentro de la región como para hacer algo. Es por ello el que Latinobarómetro se refiera a la democracia latinoamericana en su débil estado actual como una democracia “diabética”.

Para los gustos, las democracias

¿Pero qué es la democracia? El Latinobarómetro vislumbra en América Latina que existe un consenso solido alrededor de una definición mínima de régimen democrático basada en el sufragio. El que las elecciones latinoamericanas sean limpias no siempre se puede constatar, pero sí el que sean frecuentes. No obstante, ese es únicamente un consenso alrededor de procedimientos, pues actualmente no existe consenso alguno sobre los alineamientos teóricos de un régimen democrático. Por un lado, muchos latinoamericanos lo definen en base a preceptos filosóficos liberales como los presentados por la Organización de Estados Americanos en su Carta Democrática Interamericana de 2001, especialmente los principios de gobierno limitado y derechos políticos. Por otro lado, no todos los latinoamericanos piensan que esa es la definición definitiva de un régimen democrático. Al contrario, existe el convencimiento de que esas pautas liberales apuntalan una hegemonía oligárquica en detrimento de los intereses de “el pueblo”. Ello sustenta el populismo, cuya tendencia hacia la concentración y el abuso del poder es ignorada por sus partidarios o, como mucho, defendida por ellos como algo necesario para acabar con el statu quo, muy particularmente si los oligarcas se resisten.

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. / Twitter

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. / Twitter

La lista negra de Schamis incluye líderes de izquierda como Chávez, así como Daniel Ortega, Rafael Correa, Evo Morales, Nicolás Maduro e incluso una lideresa: Cristina Fernández de Kirchner

Estos desacuerdos teóricos dan lugar a lo que el politólogo argentino Héctor Schamis, en una opinión suya publicada por El País el pasado noviembre, describe como una división ideológica entre demócratas constitucionales y líderes que llegan al poder democráticamente pero que, una vez asumen su gestión, la realizan de manera autoritaria. En ese particular, Schamis no estaría en desacuerdo con el expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz Óscar Arias, quien lamentó en un ensayo escrito en 2011 el que todavía exista espacio para el autoritarismo en América Latina. Aunque es ciertamente factible identificar diferenciaciones, en la lista negra de Schamis figurarían líderes de izquierda como el propio Chávez, así como Daniel Ortega, Rafael Correa, Evo Morales, Nicolás Maduro e incluso una lideresa: Cristina Fernández de Kirchner.

Eso no significa que los gobiernos latinoamericanos no-izquierdistas tengan una conducta ejemplar. Álvaro Uribe en Colombia, Carlos Ménem en Argentina y Fernando Collor en Brasil cayeron en la tentación hiper-presidencialista, mientras que Alberto Fujimori llevó a cabo exitosamente su propia versión del 23-F y gobernó a Perú autocráticamente durante casi 10 años. Entretanto, en El Salvador, el partido derechista ARENA, abanderado de los “escuadrones de la muerte” que cometieron múltiples atrocidades durante años de guerra civil, se valió de la manipulación del sistema electoral para mantenerse en la presidencia hasta que su enemigo acérrimo, la guerrilla izquierdista del FMLN, arribó a ella (por la vía electoral) en 2009. Y por supuesto, tenemos el caso de un México que sigue sin abandonar muchos de los vicios de su antiguo sistema político de partido hegemónico.

Francis Fukuyama.

Francis Fukuyama.

El fin de la historia al que una vez se refirió Francis Fukuyama fue un mero espejismo en América Latina

Estos desacuerdos sobre los alineamientos teóricos de la democracia latinoamericana tienen consecuencias cruciales a largo plazo. El politólogo argentino Gerardo Munck apunta a ello: “el desenlace del conflicto sobre cuál es el modelo de democracia que debe prevalecer determina cómo un sistema político se democratiza y, ya que el modelo de democracia determina cómo los intereses son afectados por ella, cómo un sistema político se democratiza determina si este es y permanece democrático”. En estas circunstancias, el fin de la historia al que una vez se refirió Francis Fukuyama fue un mero espejismo en América Latina.

Pero todas estas acepciones de democracia están basadas en la importancia de un régimen democrático institucionalizado. Más detalladamente, según lo señalado en un análisis hecho por Juan Linz y Alfred Stepan, la institucionalización (o, según ellos, la consolidación) de una democracia involucra, en parte, talantes y comportamientos que indiquen su arraigo entre los ciudadanos, o una situación en la que la democracia se ha convertido en “el único juego en el pueblo” (the only game in town). América Latina no es una excepción y los resultados de Latinobarómetro 2017 giran en torno a los preocupantes niveles actuales de ese arraigo ciudadano, lo cual hace imperativo llegar al fondo del problema si se cree en la democracia como la forma más adecuada de gobernar. En otras palabras, si existen factores que aumentan el riesgo de diabetes (sobrepeso, mala dieta, fumar, alta presión, falta de actividad física, genética, niveles de glucosa, etc.), ¿cuáles son los factores que aumentan el riesgo de esta diabetes democrática latinoamericana?

Los factores culturales de riesgo

Una cuestión que se ha planteado muchas veces en el estudio de la democracia latinoamericana es si existe una cultura política que la sostenga. En efecto, algunos estudiosos han argüido que el período colonial en la región (sobre el cual España tiene muchísimo que ver) ha dejado un legado en su cultura política que todavía se puede ver a pesar de dos siglos de transformaciones políticas, económicas y sociales. Parafraseando a dos de esos estudiosos, los estadounidenses Howard Wiarda y Harvey Kline, ya nadie en América Latina cree que es pobre porque Dios lo quiso así, pero nociones del elitismo, la jerarquía estricta, la autoridad centralizada y el patronazgo que vinieron con los hidalgos y los misioneros continúan tan vivas como siempre.

Oscar Arias, expresidente de Costa Rica.

Oscar Arias, expresidente de Costa Rica.

Óscar Arias ha identificado un factor de cultura latinoamericana general que explica en parte los obstáculos que América Latina confronta en su desarrollo integral

Así mismo, Óscar Arias ha identificado un factor de cultura latinoamericana general que explica en parte los obstáculos que América Latina confronta en su desarrollo integral, pero que también se puede aplicar al problema de la institucionalización de sus democracias: la confianza interpersonal. En 2017, según Latinobarómetro, solamente el 14% de los latinoamericanos confía en sus semejantes y ningún país de la región ofrece porcentajes mayores al 23% de Chile y Ecuador; peor aún, en los 22 años que Latinobarómetro mide esa variable, el nivel de confianza interpersonal en América Latina jamás sobrepasó el 23% de 1997. Bien lo expresa Arias: la región está “presa de un gran dilema del prisionero en el cual cada persona contribuye lo menos posible al interés común”. El veredicto del exmandatario es terminante porque la confianza interpersonal contribuye a establecer vínculos entre ciudadanos sin relaciones preexistentes entre sí con miras a participar activa y colectivamente en el proceso político, lo cual sustenta la democracia.

La utilidad que tiene un análisis de la cultura política latinoamericana para efectos de auscultar el estado de la democracia latinoamericana se basa en la premisa de que las creencias ciudadanas sobre el modo más socialmente apropiado de ver la política forjan las características de las instituciones políticas y, en el caso de los gobiernos, la sustancia de sus decisiones. En tal caso, no es inaudito decir que los presidentes son los ejes del sistema político latinoamericano, provienen mayormente de sectores relativamente acaudalados, han logrado ser electos en algunos casos mediante estructuras clientelares y en otros casos han monopolizado el poder. Todo ello se suma a la reeleccionitis que actualmente padecen países como Honduras y Venezuela, gracias a la remoción de límites a periodos presidenciales. En cuanto a la confianza interpersonal, Arias piensa que la escasísima confianza interpersonal en América Latina se manifiesta en un sentido muy concreto de volatilidad legal, dentro de la cual la ley se aplica acomodaticiamente o simplemente se desobedece. Así lo han demostrado recientemente los diputados del partido de gobierno en México, quienes bloquearon la aprobación de una resolución pidiendo que se investiguen los negocios entre el gobierno central y la empresa Odebrecht, una de las protagonistas de la corrupción actual en Brasil. En otras palabras, el estado de derecho en América Latina deja bastante que desear.

Fachada de la Asamblea Nacional de Venezuela.

Fachada de la Asamblea Nacional de Venezuela.

Solamente un 15% confía en los partidos políticos. Esa cifra denota una crisis profunda de representación política

Otro modo de definir la importancia de la cultura política en la democracia latinoamericana se basa en el valor intrínseco, antes mencionado, que se le da al voto como puntal de los regímenes actuales, lo cual se origina en ideas de la Ilustración que durante el periodo colonial llegaron de la mano de las elites criollas que luego lideraron los movimientos independentistas. Sin embargo, es interesante recalcar que, según Latinobarómetro 2017, solamente un 15% confía en los partidos políticos. Esa cifra denota una crisis profunda de representación política que, al mismo tiempo, no es nueva, pues los niveles de confianza ciudadana en los partidos políticos latinoamericanos no han sido mayores al 28% calculado en 1997. Tampoco es que en otros países del mundo se confíe más en los partidos políticos; de hecho, según el Eurobarómetro más reciente, en España se confía muchísimo menos en ellos. El hecho es que, así como la azúcar y la diabetes no mezclan, la democracia y el desarraigo ciudadano hacia los partidos políticos tampoco.

Una región cabreada

Pero existe otro factor más de riesgo de la diabetes democrática latinoamericana, explicado por Latinobarómetro tanto en 2017 como en ocasiones anteriores. Y es que para el latinoamericano de todos los días el elemento decisivo en su satisfacción con la democracia no son los procedimientos, por muy importantes que sean. Lo que cuentan son los resultados de la gestión gubernamental. En ese aspecto, los flancos más débiles de la gobernanza latinoamericana son los mismos que Latinobarómetro 2017 presenta como las mayores preocupaciones de los ciudadanos en la región: la economía, la seguridad ciudadana y la corrupción, en ese orden.

Vista del centro de San José, en Costa Rica.

Vista del centro de San José, en Costa Rica.

Son más los latinoamericanos que han ingresado en la clase media, pero siguen siendo muchos los que no han sido invitados al guateque

En primer lugar, la diabetes democrática latinoamericana ocurre a la misma vez que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), las expectativas de crecimiento de las economías de la región a mediano plazo (es decir, dentro de un periodo de tres a cuatro años) son de solamente 1,7%, una cifra que incluye lo que se espera de los dos gigantes económicos de la región, México (1,9%) y Brasil (1,6%). Esa cifra incluye lo que se espera de Centroamérica y la Republica Dominicana, que es mucho más optimista (4,4%) En adición, Latinobarómetro 2017 apunta a que son más los latinoamericanos que han ingresado en la clase media, pero también a que todavía siguen siendo muchos los que no han sido invitados al guateque. En un informe anterior, Latinobarómetro puso esa situación de relieve: los que llegaron a la clase media no quieren regresar a la pobreza, mientras que los que todavía siguen pobres exigen airadamente su tajada de progreso. Esa es la naturaleza de los clivajes socioeconómicos latinoamericanos del tercer milenio.

En segundo lugar, según la ONG Transparencia Internacional (TI), América Latina ha avanzado en la lucha contra la corrupción gubernamental, pero los latinoamericanos no perciben ese progreso porque lo que se ha hecho no llega a las basas históricas y estructurales del problema, las cuales tienen que ver con aspectos medulares como la licitación y el financiamiento de las campañas políticas (véase el caso Lava Jato en Brasil). Latinobarómetro 2017 lo confirma: los latinoamericanos están convencidos de que sus gobiernos son corruptos y demandan acción efectiva para contrarrestarla. Por países, esa demanda forma parte del tercer problema más importante en México y el número uno en Colombia y Brasil.

En último lugar, años de estadísticas demuestran que América Latina figura entre las regiones más violentas del mundo. La causa no es la existencia de conflictos armados como el de Siria, aunque la región tiene su historial de violencia política. Se trata más bien de la incidencia de crímenes violentos, en especial los asesinatos. El narcotráfico en México y la delincuencia pandillera en América Central conforman la parte más sonada de este problema, el cual ofrece cifras perturbadoras. Según el Small Arms Survey, un grupo de investigación sobre armas ligeras destacado en Suiza, de los 10 países con las cifras más altas de muerte violenta en 2016, tres son países latinoamericanos – Brasil, México y Venezuela. Además, de los países con una tasa de muertes violentas mayor a 20 por cada 100,000 en ese mismo año, tres países latinoamericanos – Venezuela, El Salvador y Honduras – están entre los primeros cinco. En general, aunque se han replanteado las políticas públicas contra el crimen para enfatizar menos en la represiva pero ineficaz “mano dura”, implementándose incluso la legalización de la marihuana en Uruguay, Latinobarómetro 2017 apunta a niveles considerables de escepticismo ciudadano: las fuerzas de orden público están presentes en las calles, pero gozan de la confianza de solamente un 35% de los latinoamericanos. Algo sorprendente es que esos niveles son mayores que los que goza el poder judicial, que es la encargada de aplicar sanciones a los que delinquen y, sin embargo, goza de la confianza de un 25% de los ciudadanos.

Inauguración de la Cumbre Iberoamericana de Panamá.

Inauguración de la Cumbre Iberoamericana de Panamá.

Los gobiernos, cualquiera que sea su ideología, están sobre aviso: o demuestran eficacia, o serán liquidados en las urnas

La combinación de estos y otros factores, según Latinobarómetro 2017, trae como resultado unas sociedades más impacientes con sus gobiernos, los cuales tienen un 36% de aprobación y otro 25% de confianza ciudadana. Los gobiernos, cualquiera que sea su ideología, están, pues, sobre aviso: o demuestran eficacia, o serán liquidados en las urnas.

Si las elecciones fueran hoy…

Y este año precisamente, al escribir estas líneas, habrá elecciones presidenciales en cinco países latinoamericanos. En dos de ellos, Brasil y México, sus ciudadanos piensan que la economía va mal, perciben una falta notable de progreso contra la corrupción y temen más al delito violento que la mayoría de los países de la región. Por consiguiente, un 20% de los mexicanos y un 6% de los brasileños aprueba la gestión de sus respectivos gobiernos, los cuales gozan además de la confianza de solamente un 15% de los mexicanos y un 8% de los brasileños. Todos estos porcentajes son menores a los promedios regionales, lo que revela una impaciencia particularmente aguda. Además, el posible colapso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (del cual México es partícipe) y el crepúsculo de los dioses de la política brasileña desatado por el destape de la corrupción serán otros asuntos capitales en esas dos elecciones. El descontento en ambos países es tanto que se espera que dos candidatos presidenciales de retórica políticamente indócil sean los grandes ganadores de sus respectivos comicios, sean electos o no: Jair Bolsonaro en Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México.

Manifestación en Caracas. / Twitter

Manifestación en Caracas. / Twitter

La profundamente polarizada Venezuela chavista, que también celebra elecciones presidenciales este año, presenta un caso difícil de valorar para Latinobarómetro

La profundamente polarizada Venezuela chavista, que también celebra elecciones presidenciales este año, presenta un caso difícil de valorar para Latinobarómetro 2017; según el informe, el apoyo ciudadano a su democracia es uno de los más altos en América Latina y es superado solamente por Uruguay, lo que conlleva un hallazgo que no coincide con el juicio de los estudiosos. Los encuestadores piensan que es posible que ese alto apoyo a la democracia provenga del convencimiento, compartido por chavistas y opositores, de que ella es el medio más apropiado de dirimir sus diferencias. Sin embargo, además de lo ya señalado sobre su tasa de muertes violentas, Latinobarómetro 2017 también ha encontrado cifras más a tono con las tendencias regionales: un 22% está satisfecho con esa democracia, otro 22% considera que no se ha progresado en la lucha contra la corrupción, otro 9% declara no temer al delito violento, otro 5% percibe que la economía va bien y otro 33% aprueba la gestión del gobierno. Mientras tanto, TI pone a Venezuela como el país con la mayor corrupción gubernamental del hemisferio occidental y el FMI pronostica que la economía venezolana se contraerá en 2018 al ritmo de un 6%. Sin embargo, la diferencia con Brasil y México es que no existen candidatos presidenciales con expectativas fundadas de desbancar a Nicolás Maduro. Al contrario, al calor de un proceso constituyente con guisos de una erradicación total de la oposición al chavismo, el propio Maduro ordenó adelantar las elecciones presidenciales de octubre a abril e incluso determinó que todos los otros cargos públicos sean puestos a elección al mismo tiempo, algo que el Consejo Nacional Electoral – con todo y su ya incuestionable adhesión al chavismo – ha dudado públicamente en poder organizar. De todas maneras, se avecina otro pucherazo, aunque su resultado sea empeorar la crisis actual.

En vista de todos estos detalles, hay que replantearse los términos del apoyo de los latinoamericanos al voto como puntal de la democracia. En este caso, cada uno tiene sus razones. Los aspirantes a puestos electivos ven al voto como la manera de legitimar un gobierno, pero con matices: los demócratas constitucionales saben que el mandato obtenido en las urnas no es un cheque en blanco, mientras que los “demócratas autoritarios” (sobre todo los de tipo populista) piensan que sí. Para el latinoamericano de todos los días, el voto es un megáfono con el cual gritar sus demandas de progreso sostenido a una clase política que, como están las cosas, no le representa debidamente. Eso sí, el poder utilizar el voto de esa manera periódicamente – lo cual fue prácticamente imposible (o, al menos, difícil) bajo las autocracias y los gobiernos militares que precedieron a las democracias diabéticas de hoy – demuestra el grado de aceptación de la democracia churchilliana en América Latina.

Cumbre Iberoamericana de Panamá.

Cumbre Iberoamericana de Panamá.

A modo de conclusión: Hacia un plan de tratamiento

Latinobarómetro reconoce que entender la opinión pública latinoamericana no es una ciencia exacta. Más crudamente, según ellos, las ciencias sociales están constantemente rezagadas de lo que los latinoamericanos piensan, de modo que las encuestas de opinión publica en la región tienen una utilidad limitada. Pero en tanto y en cuanto estas sirven como los medios heurísticos más a la mano para minimizar las especulaciones (más inexactas por definición), el examinar los hallazgos del informe Latinobarómetro 2017 es, por lo menos, parecido a un diagnostico de pre-diabetes. Y si estos hallazgos reflejan fidedignamente lo que los latinoamericanos piensan (lo cual suponemos) y estamos indudablemente ante una diabetes democrática, la pregunta obligada es qué hacer ahora. Ciertamente, la diabetes puede provocar problemas a largo plazo como ceguera y falta de circulación en las piernas, la cual que puede resultar en amputaciones; por todo ello, es necesario un plan de tratamiento. La diabetes democrática latinoamericana merece que se atienda partiendo de una lógica similar.

De más está decir que no todos los países latinoamericanos son exactamente iguales, de modo que cualquier plan de tratamiento de la diabetes democrática latinoamericana tiene que ajustarse a las circunstancias específicas de cada sociedad. Pero ese plan también puede esbozarse partiendo de las tendencias generales que hemos mencionado. Una posibilidad fascinante la presentan estudiosos que identifican una relación circular entre cultura política e instituciones políticas; en este sentido, si el accionar de las instituciones de la democracia latinoamericana (en especial, gobierno y partidos politicos) demuestra un intento fehaciente por resolver la crisis existente de representación, habrá motivos más que fundados entre los ciudadanos para hacer de la democracia “el único juego en el pueblo” en términos de talantes y comportamientos que justifiquen ese mismo accionar al más largo plazo. Todo eso se traduce en cosas concretas y simples tales como organismos anticorrupción con garras e independencia y gobiernos capaces de invertir consistentemente en el capital humano de los países, entre otras cosas.

En fin, como ha dicho Óscar Arias, hay que demostrar que la democracia funciona. Esa es, en muy resumidas cuentas, la moraleja de Latinobarómetro 2017. Más allá de ideologías e incluso de pragmatismos, lo que los latinoamericanos desean es que su voto tenga mayor rentabilidad. Porque un gobierno democrático no es sino un albacea de las mejores aspiraciones de una sociedad. @mundiario

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Nota: Las citas presentadas en este manuscrito provienen de fuentes en lengua inglesa y fueron traducidas al español por el autor.

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