La décima parte del Congreso contra la Constitución

Acto conmemorativo de los 43 años de la Constitución Española, en Congreso de los Diputados. / Pool Moncloa /Fernando Calvo
Acto conmemorativo de los 43 años de la Constitución Española, en Congreso de los Diputados. / Pool Moncloa / Fernando Calvo

El debate principal hoy en España no es la reforma de la Constitución, sino la calidad de la democracia, la mejora y perfeccionamiento de las instituciones, del debate político, del funcionamiento de los propios partidos.

La décima parte del Congreso contra la Constitución

La conmemoración del cuadragésimo tercer aniversario de la Constitución ha reiterado las imágenes de todos los años. Actos exclusivos para el mundo político y administrativo con la excepción de la jornada de puertas abiertas en el edificio del Congreso. Ninguna celebración pública, festiva y participativa, lo que nos diferencia claramente de otros países avanzados.

Con más ruido del que les correspondería por su exigua representación varios grupos políticos que suman la décima parte de los diputados nacionales, han exigido una reforma sobre bases que significan la disolución real del Estado unitario en favor de una confederación al estilo de los cantones de la Primera República. El PNV, más sereno, ha reconocido que no se dan las condiciones para una reforma. El Gobierno catalán, más exaltado, ha enmendado a su propio grupo en el Congreso para defender una Constitución catalana, en el marco de un Estado catalán, etc.

El diario de mayor tirada nacional ha publicado un editorial de apoyo a la reforma, mezclando churras y merinas para sumar una lista de asuntos que podrían mejorarse en un nuevo texto. Oculta intencionadamente que para ninguno de ellos es necesaria dicha reforma. Así se construye un estado de opinión, con medias verdades, proclamas exaltadas y posiciones inmovilistas pero faltas de explicaciones de los grandes partidos que suman el noventa por ciento de la representación popular en el Congreso pero que cada muestran mayor pereza para cumplir las obligaciones básicas de una democracia avanzada: debate con la sociedad, transparencia en los argumentos y decisiones, asunción de responsabilidades ante los errores graves.

La calidad de la democracia, a debate

El debate principal hoy en España no es la reforma de la Constitución, inviable e inoportuna con los datos antes citados, sino la calidad de la democracia, la mejora y perfeccionamiento de las instituciones, del debate político, del funcionamiento de los propios partidos políticos. La realidad camina en sentido inverso. PSOE y Más Madrid acaban de reclamar que los órganos reguladores independientes puedan estar constituidos por miembros de los partidos, un paso más en la mala dirección. PP y PSOE han aceptado nombrar candidatos poco idóneos por su clara vinculación partidista,  para el Tribunal Constitucional.

Si atendemos a los Gobiernos autonómicos, Ayuntamientos, Diputaciones y otros entes, la situación empeora, en transparencia, en rendición de cuentas, en calidad institucional, con pocas excepciones. La colonización partidista de las Administraciones españolas está en máximos históricos, una nueva diferencia con países de nuestro entorno. Por razones obvias esos debates no interesan a los Gobiernos ni a sus respectivas oposiciones. Hasta tal punto que partidos nuevos surgidos del malestar social como Ciudadanos o Podemos, han sido captados por el sistema hasta renunciar a sus postulados originales. Cotejar a Inés Arrimadas o Yolanda Díaz con sus posiciones de hace sólo dos o tres años, muestra el nivel de travestismo alcanzado. Otros como Rivera o Iglesias ya fueron directamente abrasados por sus contradicciones.

Sigue siendo materia de admiración el texto constitucional pactado hace cuarenta y tres años, en condiciones económicas, sociales y políticas mucho más complejas que las actuales, pero con unas Cortes firmemente decididas a evitar los errores de la Primera y de la Segunda Repúblicas así como del turnismo Alfonsino  y por supuesto a borrar los efectos de las Dictaduras durante los siete años de Primo de Rivera y los treinta y nueve de Franco. En aquellas Cortes se sentaban dirigentes con prolongados exilios políticos y ministros del dictador junto a muchos representantes de las generaciones nacidas durante el franquismo pero decididas a homologarnos con Europa. En los escaños estaban dirigentes ligados directamente a la represión en uno y en otro bando, conscientes todos de que el pasado era demasiado terrible como para no aprender de él.

Los actuales representantes que ayer daban a conocer su proclama contraria a la Constitución no han acertado a formular asuntos que interesen directamente a los ciudadanos, a sus necesidades o a su futuro. Se han recreado en las ensoñaciones políticas que tanto daño han hecho en el pasado. Están en su derecho para actuar así pero es probable que los ciudadanos tarden en otorgarles mayor apoyo. Con esos críticos, la Constitución seguirá gozando de una mala salud de hierro, protegiendo con sus prudentes prescripciones a los distintos Gobiernos que han sido y serán. Mucho más de lo que imaginábamos en 1978. @mundiario

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