¿Debería el rey Juan Carlos de España seguir el ejemplo de Alberto II de Bélgica?

Tres generaciones: el rey Juan Carlos, el príncipe Felipe y la infanta Leonor.
Tres generaciones: el rey Juan Carlos, el príncipe Felipe y la infanta Leonor.
¿Se contenta la España de hoy con un rey 'campechano', bromista y de ocurrentes contestaciones y una familia real que "ha sabido apoyar la democracia y mantenerse al margen de la política"?
¿Debería el rey Juan Carlos de España seguir el ejemplo de Alberto II de Bélgica?

Si lo que le hacía falta a nuestro monarca era un empujoncito, ahí lo tiene. El próximo 21 de julio, el rey Alberto II de Bélgica dejará la corona en manos de su hijo. ¿Sería descabellado pensar que el rey Juan Carlos pudiera seguir su ejemplo? Desde luego, esta es una opción que contempla la Constitución española.

La abdicación es, en general, una vía de sucesión poco practicada entre las monarquías europeas, sin embargo, ya son dos los soberanos, el rey belga y la reina Beatriz de Holanda, que este año han tomado la decisión. Pero Juan Carlos I se resiste. Ni sus problemas de salud, ni su edad, ni los casi 38 años de reinado, ni el deterioro de la imagen de la familia real le hacen sentirse obligado a abdicar. De hecho, el pasado mes de enero, tras haber soplado las 75 velas, el rey expresó su firme voluntad de continuar en el trono.

Motivos para cederle la silla a su hijo no le faltan y podrían ser los mismos que animaron a los monarcas belga y holandesa. Los tres han estado varias décadas al frente de la institución, todos han superado hace tiempo la barrera de los 70 años y es evidente que sus herederos se encuentran en mejores condiciones para desempeñar las tareas de un jefe de Estado. En el caso de Alberto II y Juan Carlos I, los problemas de salud se han convertido en un claro obstáculo. Además, se han visto envueltos en una oleada de escándalos. Mientras aquí no terminamos de digerir a un yerno corrupto, una desafortunada cacería en Botsuana y una posterior y bochornosa disculpa pública del rey (entre otras cosas), en Bélgica tienen que lidiar con los intentos de la reina Fabiola (quien nunca abdicó tras la muerte del anterior rey, hermano del actual) de salvar su herencia de los impuestos y la aparición de una presunta hija ilegítima de Alberto II. Es más, por compartir, los dos soberanos comparten hasta el nombre de su heredero.

Según lo establecido en el artículo 57.5 de la Constitución española, “las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una Ley orgánica”. Mientras que para unos es un impedimento que esta ley no se haya aprobado, para otros, podría desarrollarse sin problemas una vez que el rey tomase la decisión de abdicar. En lo que no ha lugar a debate es que la única condición fundamental, sine qua non, para que se produzca una sucesión en vida pasa porque el rey así lo quiera. Ahí reside precisamente la principal diferencia entre el rey de España y sus homólogos europeos.

Las monarquías del continente atraviesan un momento complicado, su papel es cuestionado y en España haría falta algo más que un relevo para que esta institución recupere la consideración y el apoyo ciudadano que una vez tuvo. La monarquía misma está siendo sometida a debate. Y ya era hora. En Bélgica y Holanda tienen, al menos, la oportunidad de escuchar a sus soberanos hablar de  renovación, dando paso a las nuevas generaciones y reconociendo sus limitaciones. Pero el rey de España sigue empecinado en no soltar la corona, negando la evidencia de su desgaste; su desgaste de cadera y su desgaste de imagen.

La sociedad reclama algo más que un rey 'campechano', bromista y de ocurrentes contestaciones (como su famoso “¿por qué no te callas?” a Hugo Chávez) o una familia real que "ha sabido apoyar la democracia y mantenerse al margen de la política".

Sin negar la utilidad que hayan podido tener en nuestra historia más reciente, ahora deben demostrar que son necesarios. Pues quien no es necesario, se convierte en prescindible.

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