¿Deben prevalecer el respeto y la cortesía institucionales por encima de la confrontación política?

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El Rey preside la cena de gala del Mobile World Congress

Cuando se ostenta la representación institucional de un parlamento o una ciudad no se deben exhibir los propios prejuicios como gesto de descortesía por el respeto que merecen todos los ciudadanos, afines o no, a quienes se representa en ese momento y a las otras autoridades o instituciones

¿Deben prevalecer el respeto y la cortesía institucionales por encima de la confrontación política?

En otras ocasiones hemos aludido aquí al equívoco concepto que algunos políticos españoles tienen de la idea de “representación” y  de lo que se debería entender por respeto o cortesía institucionales. Se ha visto y se vuelve a ver que están predominando cargos públicos que transportan sus prejuicios e ideas personales cuando comparecen como tales en un determinado acontecimiento público y olvidan por qué están allí y qué y a quién se supone que representan. Y como se suelen mostrar de este modo aprovechando determinados eventos, lo único que denotan es su falta de educación, su grosería o sectarismo o falta de respeto al propio orden constitucional del que se derivan las instituciones democráticas y sus estructuras.

Acabamos de ver el plantón que el presidente del Parlamento de Cataluña, Roger Torrent, y la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, dispensaron al jefe del Estado, el Rey Felipe VI, en el arranque del Mobile World Congress. Plantón a medias, porque luego comparecieron y saludaron al monarca en la cena oficial. Ya puestos, lo consecuente hubiera sido no acudir tampoco al banquete, pero sí que se sentaron en la mesa con el rey. Parece absurdo y recuerda aquello de "sostenella y no enmendalla".

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El Rey a su llegada al Mobile World Congress.

 

Pese al plantón inicial, la alcaldesa sí fue después a la inauguración y se permitió increpar al Rey y manifestar que su primer gesto era la respuesta a “la implicación de Felipe VI en un momento de retroceso democrático y de vulneración de derechos y libertades y donde el papel del monarca no fue el esperado", según ella. Felipe VI se limitó a decir que su papel es defender la Constitución, además de promover y apoyar todas las acciones a favor del progreso de Cataluña y de España.

Ante este nuevo caso, hemos recordado aquí al prestigioso profesor, ya fallecido, Giovanni Sartori, quien marcó la diferencia entre la representación legal, la política y la sociológica. El alcalde de una ciudad o el presidente de una cámara autonómica ostentan la representación legal que les otorga haber sido elegidos para el cargo que ejercen. Sin duda. La representación política se corresponde exclusivamente con aquellas personas que comparten su ideología, pero la suma de ambas no supone que ostente al tiempo la representación “sociológica” del conjunto de los ciudadanos, porque ni todos lo han votado ni todos piensan como ellos. De ahí, que deben ser extremadamente prudentes y respetuosos con la exigencia de cuando les corresponde representar a todos.

En este caso, la representación institucional requiere superar los propios prejuicios y actuar como representante del conjunto y no sólo de los que piensen como ellos. Ni Torrent ni la Colau actuaron en este caso conforme a lo que debería ser el respeto a los vecinos de Barcelona y el conjunto de los ciudadanos de aquella comunidad. Es evidente que ni todos los votan ni todos comparten sus ideas. Por lo tanto, ambos debieron –en el marco de un acontecimiento de trascendencia vital para Cataluña y España- superar sus propios sentimientos políticos y comportarse como representantes de la ciudad y de toda Cataluña. Por cierto, ¿a quién representaban en la cena.

Miopía institucional

El primero de enero de 1977, el alcalde procomunista de Roma, Julio Carlos Argan, asistió a la misa oficiada por el Papa Pablo VI en la iglesia de María de los Apóstoles, ubicada en un barrio obrero, en el sur de Roma. Argan concurrió oficialmente a una ceremonia religiosa acompañado de los concejales, todos ellos comunistas, socialistas y republicanos; es decir, integrantes de los sectores más tradicionalmente agnósticos del país. Y no pasó nada. Esa buena relación se ha mantenido y cuidado en Roma, al margen de los colores del alcalde. Este hecho marcó, como ejemplo, el comportamiento que se espera de un cargo representativo cuando le corresponde comparecer en público con carácter institucional; es decir, representando a todos. En España, ya sabemos cómo se las gastan los alcaldes de Santiago y a Coruña: el primero con respecto a los actos jacobeos, y ambos con respecto a la Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia. Pero hay otros muchos que se comportan del mismo modo en otros ámbitos, como acabamos de ver al alcalde de Vigo, Abel Caballero, en la Fundación Laxeiro, con respecto a la cortesía que merece el presidente del Parlamento de Galicia, Miguel Santlices. Unos y otros padecen la misma miopía institucional. @mundiario

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