El debate electoral del 13-J: poco pan y mucho circo

Candidatos a la presidencia de España. / actualidad.rt.com
Candidatos a la presidencia de España. / actualidad.rt.com

Estos gladiadores de ahora, Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias, en vez de jugarse sus vidas (absolutamente blindadas) como los infelices “morituri” de antaño, se están jugando las nuestras, las de 46 millones de españoles.

El debate electoral del 13-J: poco pan y mucho circo

Menudo peso me han quitado de encima los alquimistas de audiencias de las cadenas de televisión, los musos y las musas que han inspirado a los cuatro debatientes del apocalipsis, los tertulianos forenses que han hecho las autopsias del Debate según el color del cristal a través del cual contemplan la vida, los hooligan digitales que, una vez más, ¡tantas veces!, han convertido la Red en una réplica virtual de los alrededores de Stade Vélodrome de Marsella, a ver si me entiendes, a imagen y semejanza de esos energúmenos británicos y rusos que acaban de dar otra lección de Hobbesianismo ilustrado e ilustrativo.

Confesiones de un abstenicida

Gracias a todos ellos, juntos y revueltos, hoy puedo confesar que he dejado de ser un indeciso ¡Qué me borren el CIS, Metroscopia y demás institutos sociológicos de sus censos de deshojadores de margaritas y sus tantos por ciento de no saben/no contestan. Porque después de este pasado lunes en el que amanecimos con los habituales 20 de cada cien españoles al sol y nos fuimos a la cama con otros 20 de cada cien en la más absoluta oscuridad, he desechado la tentación de acudir a una cita a ciegas con las urnas ¡Que voten ellos, coño!, como podría decir ahora Unamuno ¡Que jueguen otra vez a los vencedores y vencidos esos 60 o 70 de cada cien españoles que quieren utilizar sus papeletas como armas arrojadizas! Pero conmigo que no cuenten para formar parte de esta apestosa, manipulada y fratricida guerrita civil incruenta y devastadora de todos contra todos, en la que nadie puede salir ganando y todos podemos salir perdiendo. Yo, Director, me declaro formalmente abstenicida.

Un Circo Romano a la española

Hemos convertido un sofisticado plató de televisión en un antediluviano Circo Romano. Han saltado a la arena cuatro farsantes armados hasta los dientes de mentiras, de demagogia barata, de redecillas sociales, ante un pueblo que volvía a caer en el viejo truco del panem et circenses, y han vuelto a vibrar las masas, ávidas de sangre de gladiador y carne humana para los leones mediáticos, los blogers mediatizados y los dichosos memos con sus dichosos memes de cada día. Con otra diferencia abismal entre los actuales espectadores españoles y los antiguos espectadores romanos: que aquí, o sea in Spain, se vislumbra muy poco pan y se abusa de mucho circo.

Y luego, otra cosa, oye. Por lo menos los antiguos romanos acudían a un espectáculo en el que sus gladiadores anunciaban de antemano que iban a morir. Pero es que estos gladiadores de ahora, Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias, en vez de jugarse sus vidas (absolutamente blindadas) como los infelices “morituri” de antaño, se están jugando las nuestras, las de 46 millones de españoles que, a mis escasas luces, no tenemos ni puta idea de quién va a ganar, pero llevamos todas las papeletas de salir perdiendo todos, y quizá todo.

De la democracia de la felicidad a la infelicidad democrática

Ya han dicho los periódicos, desde esas redacciones donde se concentra la mayor densidad de adivinos por metro cuadrado de la historia de la humanidad que, después del DEBATE, los españoles indecisos se han quedado exactamente igual de hechos un lío que antes del funesto espectáculo. Bueno, todos menos un servidor, claro, que ha decidido de repente dejar el vicio de practicar el masoquismo electoral. Antes, cuando votaba, estaba convencido de que la democracia no hacia la felicidad, pero ayudaba un huevo, lo mismo si ganaban los tuyos que si ganaban los de los demás. Ahora, la pobre democracia, sólo hace felices a unos cuantos cuando ganan, claro, durante unos cuantos meses y con la espada de Damocles de una inminente fecha de caducidad. Confieso que sería igual de infeliz con cualquiera de esos cuatro señores tomando posesión de La Moncloa, oye, siendo mi Presidente y jodiendo la marrana por la derecha o por la izquierda, ¿qué más da?, con su firma al pie de las páginas más negras de un BOE que, desde hace dos décadas, cada día ha sido más funesto que el día anterior pero menos que el día siguiente.

¡Qué gane el menos malo!

Me gustaría ser un paradigma del optimismo galaico como Pío Cabanillas Gallas, aquel paisano nuestro que, ante el más impredecible de los Congresos de su partido, murmuraba a sus interlocutores: “no sé quiénes van a ganar, pero ganaremos”. Pero debo ser su antípoda en nosa terra. Yo, desde luego, como millones de españoles, tampoco sé quiénes van a ganar, pero me invade la inquietante sensación de que vamos a perder todos. En esta cuestión, ante la inminente invitación a acudir a las urnas, qué quieres que te diga, soy más partidario de la filosofía de José Mota: “si hay que ir, se va. Pero, ¡ir por ir…!

Lo que pasa es que lo cortés no quita lo valiente, director. Y por eso les deseo a mis compatriotas, decididos a votar, que por lo menos gane el menos malo, hombre. La verdad es que sería un cínico si acabase esta confesión deseándoles algo imposible: ¡qué gane el mejor!

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