La cuestión no es vieja o nueva política, la cuestión es buena o mala política

Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera.
Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera.

El PSOE es un partido que tiene unas señas de identidad claras, que nunca se ha ocultado ni travestido, porque la defensa de la igualdad, el progreso, el bienestar y la cohesión social no necesita ropajes extraños.

La cuestión no es vieja o nueva política, la cuestión es buena o mala política

Dentro del lenguaje acuñado durante la crisis, una de las fórmulas que más recorrido ha tenido ha sido lade la diferenciación entre lo viejo y lo nuevo: los viejos partidos y los nuevos partidos, los viejos líderes y los nuevos líderes, las viejas formas y las nuevas formas, la vieja política y la nueva política... Por descontado, lo viejo era malo per se y lo nuevo, poco menos que Cristo redivivo. Una simpleza.

A nadie se le ocurriría pensar que la catedral de Santiago de Compostela es un viejo edificio sin más valor que el de las piedras que la sostienen, como a nadie se le ocurriría pensar que el derecho romano son viejas palabras sin más valor que el del papel, o la pantalla, que ahora las porta.

Resulta llamativo, sin embargo, cómo algo que a nadie se le ocurriría plantear en ningún otro orden de cosas puede llegar a tener éxito, y mucho, en política.

Hace seis meses, por no ir más lejos, algunos plantearon las elecciones como una confrontación entre lo nuevo y lo viejo. Como si un país pudiera construirse por oposición entre lo viejo y lo nuevo y no como un permanente diálogo entre el pasado y el presente para proyectarnos hacia el futuro que deseamos.

Pero más erróneo, por no decir falso, resulta todavía pretender asimilar nuevos partidos a nueva política: no hay política más antigua, ni peor, que la de los vetos y la nula vocación de entendimiento. Y de esa vienen sobrados los nuevos.

No, la cuestión no es vieja o nueva política, la cuestión es buena o mala política. La buena política es la que trae progreso, bienestar, derechos, igualdad. La mala es la que amenaza todo eso o la que se traviste de lo que no es para engañar y ocultar su verdadera cara e intenciones.

De la primera hemos tenido sobradas muestras a lo largo de esta legislatura, en que se ha buscado ampararse en la coartada de la crisis para ir a un nuevo diseño de sociedad. Esa mala política es la que está detrás del intento de doblegar la conciencia de las mujeres al intentar imponerles una de las leyes del aborto más restrictivas de Europa o al penalizar las políticas de igualdad y de lucha contra la violencia de género. Esa mala política es la que alienta tras la aprobación de las tasas judiciales y la ley mordaza. Esa mala política es la que alimenta la exclusión de colectivos enteros de la sanidad pública o de miles de jóvenes de la educación universitaria. Esa mala política es la que impulsa el doble castigo de contratos de trabajo sin derechos y recorte de prestaciones por desempleo. Esa mala política es la que aprueba amnistías fiscales para unos pocos y asfixia fiscal para todos los demás... Sobran, por desgracia, ejemplos.

De la segunda hemos tenido también sobradas muestras en los últimos tiempos, en que algún nuevo –ahora no tanto, ya les vamos conociendo– dice defender la libertad de prensa, pero cuestiona la existencia de medios de comunicación privados; dice defender la libertad de expresión, pero justifica los encarcelamientos de opositores políticos en algún país hermano; dice defender Europa, pero reclama recuperar la soberanía nacional; se dice patriota, pero defiende la autodeterminación de los pueblos de España; o dice defender la izquierda, pero vota con la derecha –incluso con la extrema derecha en el Parlamento Europeo–. Claro que en esto todo vale pues como cada uno puede definirse con la ideología que quiera, el líder, y quienes le acompañan, han decidido que en la temporada primavera-verano se lleva definirse como socialdemócratas, como en la otoño-invierno se llevó la del izquierdismo radical griego.Víctor Lapuente les llama chamanes. Algún otro amigo les llama sencilla y acertadamente charlatanes.

Yo milito en un partido con 137 años de historia. Un partido que a lo largo de estos años de democracia ha levantado todo aquello que esta legislatura se ha querido demoler. Un partido que tiene unas señas de identidad claras, que nunca se ha ocultado ni travestido, porque la defensa de la igualdad, el progreso, el bienestar y la cohesión social no necesita ropajes extraños. Un partido que el próximo domingo volverá a ser el instrumento más útil, confiable y reconocible para las ansias de cambio de la sociedad española. Nada más. Y nada menos.

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