El cuento inacabado de la sanidad pública

Protesta contra Feijóo pola xestión da sanidade en Galicia. / Twitter
Concentración a favor de la sanidad pública.
Y recortaron y recortaron hasta no poder más. Y ganaron y ganaron hasta querer mucho más. El resultado fue criminal. Sí, criminal, porque empezó a morir gente. Gente normal, claro. Los de abajo. Los ricos cada día vivían mejor...
El cuento inacabado de la sanidad pública

Érase una vez una pequeño y hermoso reino gobernado por un Señor oscuro y maligno. De aspecto amable y sonriente, se ganaba el amor de su pueblo con embustes y falsas promesas. Amarme con todo vuestro corazón, decía, y nuestros astilleros construirán en los próximos años docenas de navíos para el Reino de Atajalpa, que son colegas míos. Y de bienestar ni hablamos: mis queridos súbditos disfrutarán de los mejores servicios sociales, de educación y, sobre todo, sanitarios. Habrá para todos, a manos llenas, y siempre el doble de lo que os ofrezca el Duque Rojo. Os lo juro. La gente, que era buena gente, pues le creyó. Así llegó al poder.

Y de lo prometido hizo un olvido. A saco. Su verdadero interés era quitarle a la gente los tesoros y riquezas que poseían en comunidad. ¿En comunidad? Sí, en comunidad. Aquel pueblo sabio, por la dureza de su historia plagada de necesidades, había aprendido que era mejor para todos ayudarse mutuamente, poniendo en común una parte importante de lo que ganaban con su trabajo. Así los niños o los mayores podrían tener de todo lo necesario en caso de necesitarlo, sus hijos y los de los demás. También si te quedabas sin trabajo, o te ponías enfermo, podías acudir al tesoro común y no sufrir el abandono, el hambre y la muerte. En verdad era un pueblo muy sabio y generoso. Esa era su fuerza tras siglos de servidumbre y miseria.

Pero el Señor oscuro anhelaba los tiempos de los caciques, en los que cuatro se ahogaban en oro y el resto les servía como esclavos. Su idea era regalarles de nuevo la inmensa riqueza de aquellos pardillos. Y así lo hizo. Su mejor baza fue la sanidad pública, la joya de su pueblo. Un bussines de mucha pasta. A trocitos fue transfiriendo servicios, uno a uno, sin prisas, sin apenas ruido. Es mejor para todos, decía, los esbirros de los caciques lo hacen mejor que los profesionales. Tened fe en mí. Pero las cosas fueron a peor...

Los profesionales públicos buscan ante todo la salud de sus convecinos, los caciques, ganar más oro. Y recortaron y recortaron hasta no poder más. Y ganaron y ganaron hasta querer mucho más. El resultado fue criminal. Sí, criminal, porque empezó a morir gente. Gente normal, claro. Los de abajo. Los ricos cada día vivían mejor. Se les negaron medicinas que curaban enfermedades muy graves, cerraron quirófanos, desmantelaron servicios completos, cerraron centros de atención cercana, cerraron paritorios, se abandonó a la gente del campo, casi no quedaban médicos en los servicios de urgencias, ni enfermeros, ni camas, ni medios. Algunos enfermos se agolpaban en los pasillos y morían en los pasillos. Y no pasaba nada. Era el caos y la desesperación.

El dolor infinito llegaba a miles de familias del reino. ¿Qué ha pasado con nuestro tesoro? ¡Nos han robado nuestro tesoro! Todo se volvió gris, porque todo lo que brillaba se lo llevaban los nuevos caciques. La codicia del Señor oscuro le arrastraba a recortar incluso en sencillas vendas y guantes de látex. Todo en el reino se aprestaba al saqueo.

Mientras, con aquella sonrisa cínica y ojos de gato a punto de atacar, seguía asegurando que las mejoras en la sanidad eran inminentes. No podemos pagar la sanidad pública, pero construiremos un gigantesco castillo para curar a los enfermos, gritaba. Y en bajito añadía: y que se mueran y dejen de molestar. Total no tenemos para vendas... Incluso, en arrebatos de cinismo histérico, aseguraba: ¡Tenemos la mejor sanidad del mundo!, y repetía el pregonero, ¡tenemos la mejor sanidad del mundo!, resonando como un puñetero eco con sabor a Judas. ¿Y los muertos? Los muertos no votan, digo, no quieren a nadie. Y se dormía tan pancho.

Y pasaron los años, porque hasta la peste pasa, y hubo un nuevo Torneo para disputar el Trono del Reino. A un lado, el Señor oscuro, con estudiada presencia y su alma decadente; al otro, un joven Caballero de mirada directa y ganas de comerse el mundo. Cientos de miles se agolpaban para ver el Torneo. No luchaban con espadas, solo con la palabra. Tenían que recitar en verso sus ideas, una a una, lo hecho y lo futuro, su pasado y su proyecto. La gente, con su amor, decidía al final quien era el vencedor dependiendo de la credibilidad que les mereciese. ¿Y saben ustedes quién ganó? Pues nadie lo sabe. En serio. No es por fastidiar. Es porque el cuento llegó a su fin antes de tiempo. Ahí reside la moraleja: lo que nos pase mañana debe depender de nosotros, no de los cuentistas, de si nos dejamos embaucar de nuevo o le pegamos un cambio a esto que no lo reconozca ni los dioses. Y ahora escuchemos atentamente la realidad de los hechos, porque de ello depende nuestra felicidad e incluso la vida de nuestros hijos. @mundiario

 

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