¿Cuáles fueron las consecuencias políticas de la caída del comunismo?

Mijail Gorbachov, último presidente de la Unión Soviética. / RR SS
mijail gorbachov

Treinta años después, el comunismo ortodoxo es apenas inexistente en el mundo. Su legado -en menor o mayor medida- ha sido continuado por el neocomunismo, la socialdemocracia y el socialpatriotismo.

           

           

¿Cuáles fueron las consecuencias políticas de la caída del comunismo?

Hoy, 25 de diciembre de 2021, se cumplen justo tres décadas de uno de los acontecimientos más relevantes de la historia contemporánea: la disolución formal de la URSS como Estado independiente, dando lugar a los países que luego formaron la Comunidad de Estados Independientes (CEI), siendo Rusia el más poderoso de ellos; considerado, a su vez, el heredero natural de la antigua república confederal socialista.

Las causas de la caída de la mayoría de estos países son conocidas: ausencia de derechos y libertades democráticas, insostenibilidad financiera más la ausencia de estímulos productivistas, así como de innovación tecnológica. La fuerte caída en apoyo popular a partir de los años 90 se debe a estos factores, al desprestigio en su conjunto de los modelos estatistas tras la crisis económica de 1973 y a la oleada neoconservadora impulsada en la década de los 80 por Thatcher y Reagan.

Pero en este artículo nos vamos a centrar en las consecuencias de la caída del comunismo dentro del sistema de partidos del conjunto de países europeos. La primera de ellas es la reestructuración de la izquierda alternativa. Si bien ya en los años 70 el eurocomunismo había significado la plena aceptación de las estructuras democráticas por parte de los partidos comunistas occidentales, la caída de la URSS y de sus satélites acentuó esta renovación mediante la fusión con otros partidos de izquierda alternativa (por ejemplo, el caso del BNG o de IU en España), una mayor focalización en el discurso social (feminismo, integración de inmigrantes, LGTBI…), la inclusión de propuestas ecologistas o la renuncia a un modelo económico marxista a cambio de una socialdemocracia más acentuada. Toda esta renovación programática de los partidos de izquierda alternativa de Occidente (neocomunistas) -también aplicable a la nueva socialdemocracia- no solo es debida al declive de los modelos estatalistas en lo económico, sino también al cada vez mayor deterioro ambiental y al tránsito a una sociedad posmoderna y alfabetizada donde, una vez cubiertas las necesidades económicas, aquellas de índole postmaterial cobran más peso. Todo ello, en un contexto globalizador donde la deslocalización y la inmigración tienen una importancia notable.

A todos estos ingredientes, debemos añadir las propuestas regeneracionistas surgidas tras la Gran Recesión (2008) y como consecuencia de los múltiples escándalos éticos cometidos por parte de las élites políticas y económicas occidentales. Estas han tenido eco, efectivamente, en formaciones neocomunistas, como Podemos, Equo, France Insoumise o Bloco de Esquerda. Pero el regeneracionismo también se ha expandido más allá de esa órbita política: la ya desaparecida UPyD (socioliberalismo), Bündnis 90/Die Grünen (ecologismo) o Movimento 5 Stelle (transversalismo) son algunos ejemplos de esta extensión ideológica.

Siguiendo dentro del ámbito de la geografía política correspondiente al espacio del antiguo bloque occidental de la Guerra Fría, la caída de la URSS ha tenido también un impacto -junto a otros factores- en la aparición de la derecha alternativa socialpatriota, cuyo mejor ejemplo es el francés Rassemblement National (antiguo Front National). Como bien explica la politóloga Eva Anduiza, el voto lepenista procede en buena medida de antiguos votantes socialistas moderados y comunistas. Estos electores (muchos de ellos, obreros tradicionales) han sido testigos del desprestigio de los modelos socialistas desde principios de los 90, pero también de cómo las fuerzas de izquierdas han adoptado un discurso ajeno o perjudicial para sus intereses.

Esto último es extensible al conjunto de países de nuestra órbita político-cultural: defensa de la integración de las minorías migrantes (conflictos laborales y socioculturales), apoyo a las energías renovables en detrimento de sectores económicos ambientalmente no sostenibles, no resolución del problema de la deslocalización industrial o inclusión en la agenda política de temas sociales -feminismo, LGTBI- ajenos a sus vidas y que muchos antiguos electores socialistas ven incluso con desaprobación por ser (los antiguos votantes) solo igualitaristas en lo económico: se trata, en definitiva, de un socialismo no progresista.

En las últimas elecciones regionales madrileñas pudimos ver precisamente esos dos actores sociológicos contrapuestos en cuanto a su visión de la libertad: el votante LGTBI liberal proayuso y el antiliberal y cisheteropatriarcal obrero de VOX. (Este último sujeto político, que rechaza profundamente a la izquierda caviar neocomunista de Mónica García o Irene Montero, defiende el Estado social para los españoles nativos -recalco que los de Abascal no son socialpatriotas, sino paleoconservadores: defensa de un Estado del Bienestar muy reducido-; aunque en su estrategia política busque este perfil de elector).

Y dentro del ámbito de Europa oriental, el nuevo sistema de partidos ha sido, en líneas generales, nacionalista y conservador en lo económico y en lo social. El rechazo al comunismo y a Rusia por parte de sus exsatélites (salvo casos como el bielorruso o el de los prorrusos ucranianos) y la existencia de una cultura política antiliberal ha dado lugar al citado cóctel ideológico. En este sentido, ese conservadurismo social y esa falta de cultura democrática propias del ala oriental del antiguo Telón de Acero se deben al hecho de que durante siglos han sido autocracias, a la labor conservadora/reaccionaria de la Iglesia ortodoxa o al carácter no progresista de los regímenes comunistas. El partido Rusia Unida del excomunista Putin es un buen exponente de ese estatismo de derechas.

En resumen, la caída del comunismo a comienzos de los 90, unida a la crisis económica de 1973, supusieron un duro golpe para aquellas ideologías que creen en el redistributivismo económico como motor de la sociedad. Además, el nuevo perfil más social de la izquierda posmoderna ha sido tildado de caviar por sus detractores, y no solo los derechistas. No obstante, la crisis económica de 2008 -cuyas secuelas nunca fueron curadas del todo- y la actual situación económico-sanitaria generada por la COVID-19 suponen una ventana de oportunidad para los defensores del Estado. @mundiario

           

           

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