El buen periodismo exige publicar lo que alguien no quiere que se publique

Rajoy ofreciendo una rueda de prensa desde el plasma
Rajoy ofreciendo una rueda de prensa desde el plasma.

Batallas como las de Cebrián y Escolar no resultan infrecuentes. La clave de este enredo no reside en su particular escaramuza, sino en la trascendencia global de los hechos.

El buen periodismo exige publicar lo que alguien no quiere que se publique

El descrédito en que vive sumergido el periodismo proviene de actitudes censoras, medias verdades y una cantidad nada desdeñable de silencios cómplices que, por supuesto, no son extensibles a todos los medios y periodistas que se dedican a la profesión. El argumento de que la crisis del sector está propiciada por un modelo de arcaísmo técnico y un escabroso escenario financiero, por tanto, queda ilegitimado. La última batalla en que se han enfrascado Juan Luis Cebrián e Ignacio Escolar –bien es cierto que por exclusivo empeño del primero- no ha hecho más que reabrir heridas no tan antiguas que atentan principalmente contra  el código deontológico e indirectamente contra los consumidores de productos periodísticos.

Estimulado por esos valores periodísticos a los que hago referencia, el medio digital de Ignacio Escolar resolvió publicar unas informaciones que relacionaban al entorno próximo de Cebrián –concretamente, su exmujer- con los célebres Papeles de Panamá. El presidente ejecutivo del grupo Prisa debió sentir aquello como un ataque personal, una especie de vendetta fríamente planeada, pues su respuesta fue contundente. A las denuncias a La Sexta, El Confidencial y Eldiario.es se sumó el despido fulminante de Escolar como analista político en el programa Hoy por hoy de la cadena Ser. El periodista no se demoró en ofrecer su versión de los acontecimientos, aclarando que el único responsable de su destitución había sido Cebrián y que los dirigentes de la Ser nada tenían que ver. Y la represión no termina en ese punto puesto que Cebrián, por si fuese insuficiente, prohibió a sus periodistas acudir en calidad de colaboradores a La Sexta.

Si tenemos en cuenta las maneras tan poco ortodoxas que poseen los políticos para profesarse todo tipo de finuras, la escaramuza entre Cebrián y Escolar no tendría por qué causar estupor. Con los mimbres que hay, es más, este enfrentamiento debería considerarse menor. Nada que no se haya advertido en novelas cuyo elemento fundamental lo constituya el desbordante romanticismo: trifulcas portuarias, olor a sangre y aires de desmesuradas revanchas. El simple hecho de que Ignacio Escolar haya sido el damnificado en esta ocasión no es particularmente significativo. Lo verdaderamente elocuente es, como no cabría pensar de otro modo, el daño que episodios como éste causan al patrimonio periodístico, a su credibilidad y a su misión social; la de agitar conciencias a base de brindar información rigurosa a la sociedad y vigilar de cerca los desmanes políticos.

Por tanto, guerras como la de Cebrián y Escolar respaldan los argumentos que Pablo Iglesias ofreció en la Complutense, cuando declaró que para escalar en las redacciones es preciso abrir las noticias con titulares que azoten a Podemos. Y entonces, los periodistas asistentes en el acto, visiblemente coléricos, abandonaron la sala heridos en su orgullo. Si bien las formas en que se expresó Iglesias no son propias de un líder político, el fondo, sin embargo, se ajusta con la realidad. Y lo que se me antoja más llamativo aún: estos periodistas ofendidos que se rebelaron contra Iglesias, no sintieron menosprecio alguno cuando Rajoy dio una rueda de prensa desde un plasma, cachondeándose vilmente de los valores del periodismo. Al parecer, no eran suficientes las apariciones del presidente en funciones ante la prensa sin ronda de preguntas, o en el supuesto de haberlas, respondiendo con evasivas.

A pesar de todo, incluso de la camaleónica conciencia de algunos profesionales y sus medios, confío en los periodistas comprometidos, en los que no se amilanan ante presiones, los que llevan por bandera la verdad, sin importar sus consecuencias. Éstos que luchan a contracorriente contra mares bravíos y cantos de sirena por dignificar la profesión. Porque, como rezaba George Orwell, el periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques; y todo lo demás, relaciones públicas.

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