La Covid-19 muestra, además de otras, la gran brecha digital

Educación. / RR SS.
Educación online. / RR SS.

Ya no es mera prevención o presagio de futuro. Tenemos datos precisos por edades y referencias al acceso, uso habitual, y uso relevante de Internet.

La Covid-19 muestra, además de otras, la gran brecha digital

Igual que con la lectura y sus grados, los niveles de estos dos aspectos son muy significativos; no basta la posibilidad de acceso, sino que estamos en una etapa de desarrollo tecnológico que, tras la contribución indirecta de la Covid-19 al acelerón de cambios sociales, el uso que imponen las TIC dependerá de la comprensión que tenga cada usuario de este instrumental tecnológico.

Ya están visibles, cada vez más, las diferencias que marcan, por edades, por género y por regiones o áreas territoriales, los grupos y cohortes de ciudadanos y ciudadanas que, en el momento actual, tienen mayores problemas en estas formas de comunicación. Por ejemplo, ser mujer, tener más de 75 años y vivir en una zona en que el uso de algunas de ellas –más allá del móvil como teléfono tradicional- tenga dificultad de conexión, es indicio casi seguro de exclusión de muchas de las expectativas actuales.

En los trámites administrativos y gestiones ante las entidades bancarias su vigor ya es condicionante de muchas transacciones cotidianas y crece el número de personas que se sienten como especies en vía de extinción o, cuando menos, desprotegidas ante la avalancha de situaciones para las que no tienen la alfabetización imprescindible. Se repite, en otro plano, un problema endémico en la cultura española, ligado a la tardanza en resolver el otro analfabetismo del saber leer y escribir, sin que se haya resuelto satisfactoriamente todavía el semianalfabetismo que, tantas veces traslucen múltiples manifestaciones. En el apartado de los Pactos de la Moncloa de 1977 sobre urgencias educativas, bien patente quedó la necesidad de plazas escolares que desdijo toda la parafernalia retórica que, desde el golpe de Estado del 36, torpedeó los planes escolares de la II República; y en el Informe PIAAC de 2013 (de la OCDE), todavía se pueden ver muestras significativas de cómo el duro analfabetismo está presente en las cohortes de quienes eran niños en los años cincuenta,  a quienes “la libertad de elección” en el ejercicio de este derecho fundamental les fue negada radicalmente.  Además, mientras acucia la brecha digital, entre los problemas y carencias que sigue teniendo nuestro sistema educativo, bien claro está igualmente la dificultad que, para titular en la etapa obligatoria- tiene casi un tercio de los adolescentes a sus 16 años.

Suma y sigue

Como otras muchas historias de nuestra vida concreta –tan distinta de la que los medios suelen manejar para seducirnos-, la brecha educativa extensa –que incluye la digital- ya está incrustada en nuestros hábitos como “algo natural” pese a tantas reformas y contrarreformas. Está ahí como lo ha estado el mal pasar crónico de una cultura de andar a medias en casi todo y creyendo, además, que lo nuestro era especialmente magnífico, extraordinario y hasta –según muchas lecciones que nos hicieron recitar- contaba con protección del cielo. No cabían en ese relato tan infantilizado los más mínimos resquicios de crítica ni de glosa marginal razonable; todo era perfecto. Tanto, que algunos prohombres de la palestra política, no se sabe si por defecto cognitivo o por gracieta con el twiter partidista, siguen diciendo cosas en público como la de que el problema de la República fue la disyuntiva entre “democracia sin ley o ley sin democracia”, tesis tan doctrinaria que supera todos los revisionismos y, de un golpe, elimina la responsabilidad de los sectores reaccionarios en lo que le hicieron a un Estado democrático y a las expectativas de convivencia de cuantos lo habían votado; en esta sentencia de ínfulas aparentes, quedó justificada, además, la insana violencia autoritaria que siguió, según unos hasta 1978 y, según muchos otros, al menos hasta 1981; parece que fuera poco y que los españoles se merecen más trato de este estilo simplista y desvergonzado.

De este cariz, vienen siendo con intensa rumorología muchos mensajes que circulan por las redes desde que el conservadurismo perdió el control del Gobierno central, sin más objetivo didáctico que  propagar el despiste. Independientemente de que sea una estrategia elaborada para desgastar a la coalición gobernante, parece que deseen que cuanta más gente ignore nuestra “Historia actual”, mejor, y que cuanta más comparta la idea de que es opinable -como cualquier color de moda-, mejor. Cuanta más ignorancia haya de la Historia basada en la documentación acumulada en los archivos, y no tener una explicación veraz de lo acontecido, más manipulable será el presente. Del mismo modo, por tanto, cuanto más profesor de Ciencias Sociales Historia del Arte, Filosofía o  Literatura, tenga miedo a explicar cuanto conecta directamente con nuestro presente, más fácil resultará la apuesta por un conservadurismo que  incapacite para mover nada. Mark Twain decía de los señoritos sureños de Misuri que se empeñaban en que los esclavos les limpiaran las botas y que, después, les despreciaban porque habían deducido que solo valían para eso.

Se sigue llevando, como “algo natural”, la ignorancia como método de felicidad –ese anhelo de perfiles imprecisos-, que así queda más vaga como objetivo publicitario de las vidas personales y convivenciales. Alegan quienes lo propugnan que el afán de saber obedece a ganas de molestar la tranquila vida cotidiana; dicen que quienes abogan por un conocimiento consistente y razonado de cuanto haya sucedido antes, quieren “reescribir” la Historia. De este modo, torpedean no solo la Historia, sino la nueva Ley de Memoria Democrática; saben que nunca se repiten los hechos -pues no estamos ante una moviola del tiempo-, y quieren controlar el relato como algo exclusivamente suyo. Bajo el pretexto reiterado de “no desenterrar viejas heridas, ni descoser el perdón que sellaron nuestros padres y abuelos”, no reconocen el derecho a la verdad de la variada gama de sufrimientos que las víctimas del pasado fascista tuvieron que sufrir y de la que todavía muchos son testigos.

La educación, una cultura relevante

La Covid-19 con su maraña de cansancio y problemas inducidos no es buen momento para parar esta propensión a la ignorancia que muchos desarrollan conscientemente. Igual que en la calle triunfan las terrazas de los bares sobre el silencio tranquilo de los vecinos, en muchos centros tiene prevalencia disponer de una buena cafetería en vez de una buena biblioteca y que sea muy usada. Todo se volverá cada vez más frágil si nuestras escuelas, colegios e institutos no crecen en su capacidad de propagar conocimiento, saber  y  buena comunicación respecto a lo que nos pasa; si los que a ellas acuden no perciben el beneficio que puedan traerles su obligatoriedad, la superación de la brecha digital seguirá confirmando la obsolescencia que, en muchos aspectos, detentan. Lo digital por sí solo es un instrumento cada vez más urgente e imprescindible, que si no vehicula nada valioso –y no lo manejan docentes bien formados profesionalmente- será una prótesis inútil e, incluso, atosigante, en la misma estela de muchas maneras tecnocráticas del pasado, que han intentado innovar sin cambiar nada sustancial en el sistema educativo.

Es más, historias como la de la sentencia reciente del TC (Tribunal Constitucional) a propósito del Estado de alarma, o la del líder del PP en pro del silencio sobre el pasado histórico reciente, fortalecen rutinas y valores  establecidos como tradicional “cultura interna” de muchos centros educativos. Haciendo  más “natural” su inmovilismo, su contribución a la comprensión de la realidad social será cada vez menor; poco valiosa por la cerrazón a planteamientos humanistas, consolidará los neolenguajes dominantes y lo que las modalidades del conservadurismo demandan para que la educación sea rentable. @mundiario 

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