Cosas del azar

Enrique Tenreiro, en el momento en que pintaba sobre la lápida. / El Periódico
Enrique Tenreiro, en el momento en que pintaba sobre la lápida de Franco. / El Periódico

No es que tenga el firmante una especial preocupación por dónde tiene que estar enterrado el celebérrimo gallego dictador y por dónde debe ser evitado a toda costa su sepelio, definitivo a ser posible y en fraternal consenso...

Sin comerlo ni beberlo, el azar –por lo visto- se ha empeñado en pretender sorprenderme mediante embudo ancho y a traición. Sin pedir el debido permiso de sorpresa, como debería ser solicitado todo y que casi nunca es nada.

Si bien he de creer en al ‘azar’, porque así se me presenta veces, bien cierto es que, por oficio, mantengo una lucha imperecedera hacia el tal. Lucha por cierto que es necesaria a la hora de dilucidar lo sucede por causa desconocida, por la gracia de Dios, y lo que el método discrimina como falso. O al menos estadísticamente no plausible.

A modo de ejemplo, si una teja de cualquier edificio me suelta un cascarazo en la cabeza porque se cae, siguiendo las leyes newtonianas, mientras uno camina por debajo d un maldito edificio, no suele ser porque Dios o el Destino así lo hayan dispuesto; es porque la teja estaba mal sujeta (causa necesaria y suficiente) y uno pasaba por ahí confiado en, puesto que no había barreras intimidatorias, plenamente su Ayuntamiento y sus expertos (lo de Ben-Hur y Mesala no acabo de creerlo). O así lo viene a decir la ‘t de student’ que suele ser más trolera que toda la estadística en su conjunto y sus ‘manejadores’ habituales.

Así. Sin más disquisiciones filosófico-prosaicas. En que las que no entro ni entraré, por tremendamente aburridas. Ni siquiera, aunque así me lo haya dicho el tarot, del que no salgo de casa sin consulta previa y sistemática.

No existe más azar que la predisposición al mismo, la enfermiza imaginación, el manoseado ‘postureo’ y las pretensiones de un fruto casual perfectamente estudiadas. O eso que quiero creer, puesto que el poco seso que pueda quedarme, así me lo impide.

Siempre –siempre- me ha sonado a chino-laosiano, con discreto acento guaraní, (lenguajes que domino perfectamente, como fácil es suponer) el que se filme una escena más o menos buscarruidos, achacándola a que todo quisqui lleve un móvil encendido con la ventana fotográfica abierta todo el rato. Y, además, que sea capaz de tomar tal visión en el momento clave y propicio. Lo trasladen después a los posibles compradores y.…se lo compren. No pienso que sea azar lo obtenido por tales profesionales del embuste cochinero. Por muy japonés que sea y presuma de serlo.

Todo esto viene a colación de la imagen televisera de un hombre –seguro que también es un buen hombre... ¡pobre hombre! - que en una pose más que estudiada con su compinche de turno, se pone, de manera ‘espontánea’, indignada y arengatoria, a arramblar con los pocos ramos floridos que había sobre la losa de Franco en el Valle de los caídos y grafitear una mala paloma rojo carmesí, estilo picassiano, acompañada de un medio texto que venía a significar: “Por la Libertad”. También en rojo carmesí.

No es que tenga el firmante una especial preocupación por dónde tiene que estar enterrado el celebérrimo gallego dictador y por dónde debe ser evitado a toda costa su sepelio, definitivo a ser posible y en fraternal consenso. Ni mucho menos. ¿Que me están dando el tostón con tal inaplazable e imprescindible cuita...? ¡Un montón!

Todavía anda uno esperando un atisbo de cambio de la prometida reforma laboral, por ejemplo, y que se acabe definitivamente el: esto es así y a este salario...¿lo toma o lo deja?.

Y mientras, la llamada economía sumergida ampliamente prodigada y conocida siguiendo viva y coleando en demasía. Sin gobierno que le tosa.

Porque ¡vamos! eso lo sabe hasta perico el de los palotes y nadie dice ni ‘mu’ por si les salpica y pierden el mucho laborar y poco cobrar. Que esa es otra...

No, el firmante no tiene preocupación alguna con tal imperativo del Estado.

Pero que el tal Enrique Tenreiro tenía a su vera al filmador amiguete no es azar ni se le asoma (el propio filmador le avisa ¡cuidado!, cuando se va acercando un segurata). Los espectadores –que había por lo menos seis en el video- sin menear un meñique. Y el cura del altar solo baja a decirle no sé qué señalando al cielo con su mano derecha.

Para el firmante –malpensado casi siempre- que no fue otra cosa que salir a escena, dar el espectáculo, petar en el Youtube ese y se darse más a conocer allende su Galicia natal y A Coruña en particular. ¿Si eso es azar, que venga el ‘sino’ y me convenza?

Me pregunto –no mucho, la verdad – si habrá vendido más esculturas (y pinturas) más allá de los confines gallegos a raíz de su grotesca exposición. O bien es que siente especial devoción y apego por todo lo relacionado con la muerte y sus corolarios, puesto que he visto un video suyo que titula: “Un paseo entre los muertos” (homenaje a los artistas que descansan en el cementerio de san amaro).

No lo sé. Solo me remite a pensar que su actitud fue una pura farsa publicitaria, que la libertad -más o menos- la disfrutamos a pesar del legado del yacente pintarrajeado, y que eso de que todos los hermanos españoles nos llevemos bien es pura quimera.

¡Oiga, señor, si ha conseguido más ventas con tal birria, pues genial para usted!

Yo no voy a comprar nada porque he visto su galería y no me gusta ni miaja. Pero... ¿qué sabré yo de arte moderno a más no poder?

Los espantajos grotescos publicitarios, puedo imaginármelos. Y hasta comentarlos.

Mas ¿quién sabe realmente de arte? Y mucho menos del que usted compone. Los sublimes elegidos, si acaso y como siempre.

¡Hala! Si le ha servido para tener más seguidores y vender una o dos piedras más ...pues me alegro.

Pero, por favor, no haga más el payaso salvo que le contrate el circo de los hermanos Marx (o parecido). @mundiario


 

P.S.- Quiero recordar que hace unos pocos años, un ‘mataor de toros’ venido a mucho menos, soltó (en soez compincheo) un morlaco en calle principal de capital importante y sacó de su coche muleta y estoque; tras un filigraneo bastante mediocre dio muerte al cornupeta en solo tres o cuatro estocazos más descabello. Salvando a la humanidad transeúnte de tan perversa fiera preparada ; y durmiendo en el cuartelillo.

Tampoco fue azar. ¡Ni en los mejores sueños, oiga!

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