Una confabulació d'imbècils

Portada de Una confabulació d'imbècils. / Anagrama
Portada de Una confabulació d'imbècils. / Anagrama

Cuanto más leo los periódicos, escucho las radios y contemplo los informativos de las televisiones hablando del mundo, de Europa, de España, de Cataluña, más releo La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, sino algo inevitable.

Una confabulació d'imbècils

En 2015, poco más de un año antes de que Carles Puigdemont se convirtiera en Muy Honorable President de la Muy Honorable Catalunya, la Editorial Anagrama publicaba la genialidad literaria de John Kennedy Toole traducida a la lengua vernácula en la que se lleva un horror anunciándole al mundo el dichoso “procés de desconnexió”. Es factible que fuera mera casualidad, pero me intriga la remota posibilidad de que algún cerebro pensante hubiese decido exponerlo en los escaparates de las librerías catalanas, qué sé yo, como una premonición, como una profecía, tal vez como el diagnóstico de un nuevo y epidémico síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

Releo el Premio Pulizzter de 1981, aquel que permitió a los estadounidenses descubrir tal como eran, “A confederacy of dunces”, a diferencia de tal como creían ser y, oye, de verdad, me invade la sensación de que el escritor yanqui, malogrado prematuramente, debería empezar a ser catalogado como el pionero de la literatura global. Estas cosas ocurren cuando un siglo cualquiera, de los muchos que han transcurrido ( a y d de C), menos se lo espera. De repente un Homero ubica el Olimpo terrenal en Itaca, o un Dante nos abre de par en par las puertas del infierno, o un Cervantes inventa el género de la novela como longevo animal de compañía de la humanidad, o un Shakespeare nos anticipa el amargo futuro a merced de Mercaderes de Venecia, la misma ciudad en la que Tomas Mann, casualmente, permitió que saliese del armario la ética y la estética pasión por la belleza sin discriminación de sexo, de edad o de condición.

Cuando los necios, se conjuran, nos conjuramos...

Bueno, pues de repente, Ignatius J. Reilly, un estrafalario personaje engendrado por un tal John Kennedy Toole, un Quijote del siglo XX con tics de Lobo Estepario, quizá un Hamlet recitando monólogos por las calles de Nueva York, tal vez un Ulises navegando por los océanos de la sociedad, mientras se le desvanecía la esperanza de atracar en su Itaca, fue dejando a sus congéneres, los prepotentes y civilizados monos vestidos, al nivel original de su más lejanos antecesores en el árbol genealógico. De aquello que llamábamos ilustración hemos escalado con prisa y sin pausa hasta las más altas cumbres de la necedad. El occidente, nuestra sofisticada Europa y ese pedazo del suroeste al que llamamos España, con sus citas a ciegas entre Trump y Putin, con el trasnochado Cisma del Brexit, con el extemporáneo replay de otra Odisea griega, con los plagios con dolo, nocturnidad y alevosía de La rebelión de las masas, con la imprescindible colaboración de los Rajoy, los Rivera, los Iglesias, los Sánchez, gente de esa, y sus respectivos tifosi, con los banqueros en los banquillos, con los parlamentarios en la bancadas, con los Tesoros Públicos en la bancarrota, con nuestros pueblos y nuestras gentes reduciéndolo todo a la mínima expresión de un tuit, un meme y alguna que otra memez, están recreando día a día, a rigurosa escala de ámbitos territoriales, una reiterativa, reiterada y mimética amalgama de versiones de La conjura de los necios.

Del seny al 1-0

Y, bueno, partiendo de aquello otro que llamábamos seny catalán, ya ves, hemos alcanzado las más altas cumbres de la imbecilidad, dicho sea sin ánimo de ofender, y siguiendo las pautas que marcó la Editorial Anagrama en la fidedigna traducción del título de la obra maestra de Kennedy Toole: Una confabulació d'imbècils No hay mucho más que añadir. Ni siquiera nombres propios de los personajes de Cataluña que han ido progresando adecuadamente en el asombroso parecido con el elenco de personajes del Pulitzzer de 1981. Si acaso, para rematar, aquella lapidaria frase que se le atribuye a Groucho Marx: “La humanidad, partiendo de la nada y con su solo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria

¡Imbéciles, con perdón, que seguimos habitando en el planeta de los simios: desuná-monos!

 

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