Condenados a no entendernos

Congreso de los Diputados.
Congreso de los Diputados.

Cumplimos tres años de inestabilidad máxima y nada hace aventurar que finalice pronto pues las encuestas indican que podría prorrogarse durante otra legislatura. La dificultad de llevar adelante cualquier proyecto relevante paraliza a los grupos políticos a la hora de elaborar alternativas más complejas.

Condenados a no entendernos

A estas alturas está comúmente aceptado que la crisis económica reciente ha dinamitado el modelo político vigente en España tras la dictadura, basado en un consenso amplio, a derecha e izquierda, sobre las características básicas de la sociedad que tuvo su reflejo en la Constitución.

En la última década esa visión ampliamente compartida ha quebrado. En el ámbito político e intelectual más que en el ámbito económico. Está siendo sustituida por un frentismo creciente, de carácter maniqueo, que trata de reducir las opciones a dos claramente enfrentadas, con atributos simbólicos que cada parte trata de proyectar a la otra, creando un imaginario colectivo muy negativo. Los unos contra los otros. Las derechas contra todos los que no son derechas sino un mosaico vario de izquierdas, nacionalismos, irredentismos e incluso colectivos antisistema. Y viceversa. Enfrentamiento buscado por ambas partes mediante simplificaciones groseras de la realidad muy aptas para el fenómeno reciente de las redes sociales. Impulsos emocionales que sustituyen a cualquier atisbo de debate racional, hoy totalmente perdido.

La visión polarizada rompe progresivamente los consensos sociales. De manera muy clara en Cataluña pero poco a poco también en el resto del país. En los medios de comunicación cada vez más inclinados a dramatizar, en el sentido más teatral, las noticias, cargándolas de significados connotativos, transformando anécdotas en categorías. Es muy perceptible en las páginas de opinión, cada vez más parecidas a las tertulias televisivas, estridentes pero vacuas. Se va extendiendo a los espectáculos, a las fiestas populares, al espacio público, a la cultura.  Se traslada a las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos: el debate de las pensiones es un buen ejemplo de irracionalidad progresiva, por no hablar de la inmigración. En el barrizal de la vida pública lo que hasta la fecha había permanecido indemne, ya ha sido alcanzado por el escarnio: la Jefatura del Estado, la Justicia o la  Iglesia son los casos más recientes.

Un Estado moderno puede sobrevivir en medio de ese vendaval de descrédito institucional y de convulsión social, pero pagando un precio. De hecho países de nuestro entorno han sufrido esa situación sin perder terreno en el plano económico. Normalmente a costa de una gran desigualdad y desequilibrios territoriales.

Los fenómenos descritos están asolando Europa. La fragilización de los gobiernos conduce a la inestabilidad y a la búsqueda constante de equilibrios mediante acuerdos circunstanciales. Nada sólido se construye así. En España cumplimos tres años de inestabilidad máxima y nada hace aventurar que finalice pronto, pues las encuestas indican que podría prorrogarse durante otra legislatura. Por otra parte la dificultad de llevar adelante cualquier proyecto relevante paraliza a los grupos políticos a la hora de elaborar alternativas a los asuntos más complejos. El discurso se simplifica porque, ante la extrema polarización, los argumentos racionales pierden fuerza.

A falta de gobernación se prodigan los gestos. En lugar de presupuestos tenemos un programa de legislatura recientemente firmado pero cuya aplicación es más que dificultosa. En lugar de leyes, anuncios. Siendo imposible mantener debates reales, los restos del dictador ofrecen un sainete que deriva al surrealismo. La regeneración de la vida pública es imposible porque exigiría acuerdos entre las dos mitades del espectro político, algo inconcebible en estos momentos. En su lugar el espectáculo de los juicios y las condenas como válvula de seguridad ante la indignación ciudadana.

En la situación descrita no hay incentivos para hacer algo distinto. Ni audiencia que lo escuche, ni plataforma que lo divulgue. El ruido cotidiano, la cacofonía del cruce masivo de descalificaciones y proclamas propagandísticas tapa todo lo demás. De momento, estamos condenados a no entendernos. @mundiario

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