Cómo afectan las redes sociales a la identidad política y al neocolumnismo

Redes sociales. / Pixabay
Redes sociales. / Pixabay
El error político más grave a nivel táctico de la izquierda se ha venido consolidando a partir de la aparición de las redes sociales más actuales y ha terminado de cuajar en lo que coloquialmente se llama la cultura del “postureo”.
Cómo afectan las redes sociales a la identidad política y al neocolumnismo

En Mateo 19, 23-30 podemos leer que “es más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos”. Si bien es cierto que valores como la solidaridad, la misericordia y la oposición a la usura fueron tomados del cristianismo directamente por la izquierda (nacida en la Asamblea Nacional Constituyente en oposición al absolutismo), no lo es menos que también lo hicieran algunas desazones y resentimientos. Si aceptamos además que uno de los mayores triunfos de esta ideología, por decisión de Lenin, que ha perdurado hasta nuestros días, fue el decomiso y la apropiación de todo lo relacionado con la educación y el discurso ilustrado, hemos de aceptar también su error de apropiarse el puritanismo del discurso judeocristano que ha terminado desembocando en lo que hoy llamamos el buenismo y lo políticamente correcto.

El error político más grave a nivel táctico de la izquierda en nuestro tiempo se ha venido consolidando a partir de la aparición de las redes sociales más actuales y ha terminado de cuajar en lo que coloquialmente se llama la cultura del “postureo”. El hecho de tratar de dar una imagen, crearse una marca, vender una vida, evitar una huella digital negativa y todo lo demás es algo único y muy particular de nuestro tiempo. El problema es que en el fondo las personas, independientemente de nuestras afinidades e ideologías, somos conscientes  de que lo virtual es lo contrario a lo real y que aunque a veces no nos percatemos de este dualismo identitario, de esta divergencia entre el yo de las redes y el yo real, a nadie le gusta ser políticamente correcto y autocensurarse en la intimidad. Quizá precisamente por eso en la vida real la gente es menos sensible, menos extremista y, en definitiva, menos imbécil que en la redes sociales donde al no tener al interlocutor delante y prescindir del lenguaje no verbal todo se exagera. Y es por eso también que el puritanismo socialista, esa idea de que todos debemos presentarnos  de una determinada manera, esa forma de ser ejemplarizante o como se suponga que tenemos que presentarlos - tan lejana a la ambigüedad intrínseca a todo ser humano - tiene la batalla más perdida que una fake new. Es decir, se constata una vez más que la opinión pública no coincide con la publicada.

Todo esto ha afectado positivamente al neocolumnismo de la siguiente manera: en los tiempos no muy lejanos de la dictadura franquista el disidente, al tratarse de un régimen dictatorial de derechas, tenía que ser impepinablemente de izquierdas. Sin embargo con la llegada de la partidocracia y la aceptación de ciertas verdades indiscutibles dictadas en muchas ocasiones por intereses supranacionales la progresía y el socialismo se volvieron a enarbolar la bandera de la educación y a tratar de imponer lo que debe o no ser moralmente aceptable, imponiendo así lo único que debe ser admitido: el pensamiento progresista, el relato único. Este tipo de pensamiento se sostiene sin embargo sobre pilares como la ideología de género y la demonización de capitalismo que demuestran que no es más que un gigante con los pies de barro. Sobre todo en un país latino como el nuestro que tan lejos se encuentra en su carácter y ADN histórico de las naciones escandinavas.

No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta que estas flaquezas han sido aprovechadas en Europa por los movimientos más conservadores y explicar así la emergencia y proliferación de los mismos. Este fenómeno permite explicar igual de bien que en la actualidad no es el columnista de izquierda el que puede ser más polémico, sino que ahora se han cambiado las tornas y el columnista de mayor éxito es el de centro o, en parámetros actuales, el más conservador. El motivo: se le permite dejar el buenismo y la mojigatería de lado y decir lo que piensa. Ejemplos: Manuel Jabois o el recientemente fallecido David Gistau.

Si bien quien firma esta columna se considera un observador neutral, los parámetros de lo que es o no fascismo y de lo que es o no machismo se han desvirtuado con fines políticos, de manera que se tiende a descalificar a quienes gozamos de libertad de expresión con términos y frases vacías de contenido. Benito Mussolini definió el fascismo como un movimiento socialista de carácter nacional, y aunque en alemán se escriba con zeta, el nacional socialismo también se presentó como un movimiento socialista y obrero. Aunque bien sea cierto que nombre de todas las ideologías se han cometido barbaridades - quizá porque la ideología es la cárcel de las ideas- resulta como poco torticero que unas quieran revestirse de una superioridad moral para reprobar e incriminar a otras.

Y, sin embargo, no nos escandaliza que personajes como Rodríguez Zapatero, que supuestamente encarnaban el ejemplo de tolerancia y respeto, estén cobrando dineros -también supuestamente- manchados de sangre de regímenes totalitarios que literalmente matan a sus pueblos de hambre, como no nos importó tampoco nada que acabase en su día durante su legislatura con uno de los principios de la democracia - junto con la libertad de expresión y la separación de poderes - que es la igualdad del hombre y de la mujer ante la ley.

El neocolumnismo de extremo centro, venía diciendo, goza por tanto de buena salud por ser el último rescoldo, crepitante y vivo, de ese gigante con los pies de barro que nos trata de avasallar. Ese dinosaurio feroz alimentado por los intereses supranacionales más turbios. No obstante, tengan los lectores muy claro que si por ceder el paso, echar un piropo o seguir prefiriendo saludar con dos besos a una mujer, este servidor es considerado machista, será un machista con gran orgullo. Y que si tiene que ser considerado por el establishment un fascista - por sandeces como seguir corrigiendo en rojo en lugar de utilizar el bolígrafo verde (no vaya a ser que se traumen los alumnos como sostiene el gobierno actual) se sentirá feliz de ser considerado lo que hoy se tiene por fascista, y además con amor propio.

Todo esto a pesar de los desprecios y ninguneos, a pesar de que le terminen cancelando jugosas entrevistas en los medios más importantes de España como El Español. Porque en la actualidad - al menos en la virtual - eso es lo que en verdad se requiere: personas que no estén dispuestas a agachar las orejas ni a doblar el espinazo, en definitiva, a no comportarse como papanatas y aplaudirle las absurdas consignas al poder. La batalla política se libra ahora más que nunca en Internet. @mundiario

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